MADRID / Yo-Yo Ma y Bach: conmovedora libertad y paz
Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 23-II-2022. Ibermúsica 21-22 (concierto extraordinario). Yo-Yo Ma, violonchelo. Bach, 6 suites para violonchelo solo.
El destino quiso que ayer, justo cuando se cumplían 337 años del nacimiento de Georg Friedrich Haendel, en aquel año irrepetible de 1685 en el que verían también la luz Domenico Scarlatti y Johann Sebastian Bach, las dos salas del auditorio acogieran sendos monográficos del Cantor. La de cámara recibía nuevamente al francés Benjamin Alard, en su andadura por la obra bachiana para teclado, y en la sinfónica, el violonchelista francoestadounidense de origen chino Yo-Yo Ma (París, 1955), ofrecía un nuevo escalón de su Bach Project, la idea de interpretar las 6 suites para violonchelo de Bach en una larga lista (36, aunque posiblemente a estas alturas se habrá ampliado) de ciudades.
No creo que ningún violonchelista discuta que esas suites son una especie de summa del violonchelo. De hecho, antes o después (algunos, curiosamente, casi desde el inicio de sus trayectorias, otros, ya muy entrada la madurez de su carrera, como si este Himalaya se les antojara una cumbre que solo entonces, tras muchos años de recorrido, se sintieran capaces de afrontar), no se me ocurre ningún gran nombre entre los violonchelistas posteriores a Casals, impulsor de su resurrección, que no hayan presentado su visión de las partituras. Bastantes décadas después, el holandés Anner Bylsma abriría la espita de la interpretación históricamente informada de las mismas.
Pero es cierto que la música de Bach trasciende siempre lo temporal, escapa a la rigidez de cualquier marco, y alberga una multitud de recovecos cuyo descubrimiento puede producirse desde toda una variedad de acercamientos. No en todas las músicas es tal cosa posible. En la de Bach sí, y de la riqueza inalcanzable de estos pentagramas es buen testimonio el que, más allá del instrumento para el que se pretendieron (materia que también ha sido, sobre todo en alguna de las obras, debatida), hemos visto todo tipo de transcripciones, algunas, como las destinadas a la flauta de pico (con Frans Brüggen o Marion Verbruggen como representantes distinguidos), a priori un tanto inverosímiles.
Todo ello ocurre incluso en lo que a priori es una mera colección de danzas con distintos preludios que las preceden. En realidad, el Cantor introduce aquí su fantasía, su dibujo casi improvisador y su sobrecogedora profundidad de expresión, especialmente patente, además de los preludios mencionados, en las allemandes y sarabandes. Más aún, como pudimos comprobar ayer, hasta una danza desenfadada como la gigue puede adquirir un carácter de sorprendente y hasta en cierto modo inesperada trascendencia.
Cuando hace un par de años comenté desde las páginas de SCHERZO la grabación en DVD que Ma hizo de una de las veladas de este Bach Project (en concreto la registrada en el ateniense Odeón de Herodes Ático, para el sello CMajor), señalé algunas cosas que son enteramente repetibles para velada que nos ofreció ayer. El francoestadounidense es de los que ha vivido con estas obras, que conoce como la palma de su mano, desde su más tierna infancia. Y las ha grabado, desde la primera incisión a mediados de los ochenta, en tres ocasiones, la última, ya citada, con ocasión de este proyecto.
Como señalé entonces, hay que empezar diciendo que presentar las seis Suites, de memoria, con todas las repeticiones (solo se omitió la de la segunda parte de la Courante de la última suite), sin pausa, en una velada que se prolonga durante dos horas y media, es algo que solo un músico con una resistencia física y mental a prueba de bomba es capaz de hacer. Porque hablamos no sólo del esfuerzo físico, sino de música que exige un nivel de concentración absoluta, cuyo mantenimiento a lo largo de tanto tiempo es mucho más complejo que lo que a priori puede parecer. Lo es también para el público que, por cierto, abarrotaba ayer la sala sinfónica y en el que las deserciones solo ocurrieron en número algo más significativo justo antes de la última suite.
Ma nunca ha sido intérprete proclive o cercano a los parámetros historicistas. Y a estas alturas de su carrera (y eso es algo muy evidente comparando la interpretación de ayer o ese último registro en Grecia con los anteriores), su criterio se despliega con absoluta libertad, como alguien que ha decidido poner de manifiesto ese trascender el marco de la colección de danzas o del estilo de las mismas sin cortapisa alguna. Con un sonido de gran belleza, a menudo desplegado con evidente levedad (la potencia de la que es capaz apenas apuntó en momentos puntuales), presentando una dinámica de notable amplitud y gradación, calificar de romántico o de fuera de estilo lo que consigue el chelista de origen chino sería simplista e injusto. No, Ma va más allá, se encamina a transmitir la dimensión espiritual de esta música. A presentarnos en toda su riqueza la carga emotiva que contienen muchos de sus momentos (el tremendo Preludio de la Cuarta suite, una obra de una intensidad demoledora, la sobrecogedora melancolía que, en una mágica y sencilla desnudez, transmite la Sarabande de la Quinta, en la que uno se pregunta si es posible decir más con menos, si se puede emocionar más en apenas veinte compases de una música de diseño aparentemente simple, y tantos otros momentos que podrían citarse). Incluso a que levantemos las cejas cuando esperamos una Gigue desenfadada al final de esa misma suite pero obtenemos en cambio, como si la melancolía de la precitada Sarabande quisiera ser prolongada, una Gigue planteada con sorprendente paz e introspección, con una serenidad tan inesperada como hipnótica, pero inesperadamente convincente en su belleza.
Este Bach de Ma no es, sin duda, para los puristas. Pero tampoco para quienes esperen la tradición que empezó en Casals y luego, con diferentes acercamientos, nos llevó a Fournier, Schiff, Starker y toda una lista de intérpretes hasta Rostropovich. Es otra cosa. Ma contagia sensibilidad, alegría, emoción, toda una epifanía de un espíritu que al final emociona de manera irresistible en su júbilo. Como ocurría tantas veces con Richter, Ma consigue, en ese momento, llevarnos a su particular huerto, y aunque en frío discrepemos de tal o cual criterio puntual, en ese momento nos hipnotiza y suma al ejército de convencidos. Muchos de los preludios (el de la Tercera, dedicada al público, el tremendo de la Cuarta, o el sobrecogedor de la Quinta, esta dedicada por el artista “a aquellos que han sufrido una pérdida, de un ser querido, de su salud, o de su dignidad”), o las sarabandes, marcaron probablemente los puntos álgidos de la velada. Las courantes, a menudo muy aceleradas y no siempre claras en el discurso, probablemente fueron lo menos feliz.
Pero el resultado final es el de una rendición ante un artista descomunal, que está tan absolutamente convencido y entusiasmado con su visión de todos los entresijos de esta colosal colección, que resulta tarea muy difícil, si no imposible, resistirse a su magnetismo. Es una rendición que aceptamos encantados, claro está. El éxito fue apoteósico, como no podía ser de otra manera. Y Ma aún tuvo energías para regalar una versión tan singular como emocionante, bellísima, del Cant dels ocells. Por encima de cuestiones estilísticas, la velada de ayer es la evidencia de la grandeza de una música y de la enorme dimensión de un artista capaz de poner de manifiesto toda la emoción que ella es capaz de despertar. Una velada, sí, de conmovedora libertad y paz. Qué grande es Bach, que siempre queda por encima.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Austin Mann)