MADRID / Yo-Yo Ma: humanidad y humildad hechas música

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 26-X-2022. Yo-Yo Ma, violonchelo. Kathryn Stott, piano. Obras de Mendelssohn, Shaw, Sibelius, Bloch, Dvorák, Wallen, Mariano, Parra, Piazzola y repertorio tradicional (arr. S. Hough).
Hace apenas ocho meses, en febrero de este mismo año, de la visita, también entonces de carácter extraordinario e igualmente organizada por Ibermúsica, del francoestadounidense de origen chino Yo-Yo Ma. En aquella ocasión, nos deparó una velada memorable, con el Auditorio abarrotado para escuchar una summa del violonchelo donde las haya: las seis Suites de Bach, que además fueron ejecutadas con todas las repeticiones y sin pausa. Fue mágica la atmósfera vivida entonces, y apoteósico el éxito de Ma, un artista que desde que pisa el escenario engancha al público con una simpatía, espontaneidad y sencillez contagiosas. Lo repitió esta vez: es difícil resistirse a ese magnetismo.
El enganche continúa por medio de argumentos del excelente músico y consumado instrumentista que es. El sonido es hermoso, dulce y capaz de variado y rico colorido, muy a menudo progresado desde un magistral manejo de reguladores, con un arco que a veces se antoja de imposible levedad, y un vibrato que llega a tener recorrido muy amplio en determinadas ocasiones, pero que es graduado y medido con exquisita inteligencia para servir su propósito expresivo. Y es ese propósito y, en fin, la extrema implicación que el francoestadounidense transmite en cada pentagrama, lo que consigue que las interpretaciones tengan un carisma y un magnetismo tan especial, por encima de puntuales momentos en los que la entonación podría ser más precisa o el volumen más generoso.
Esta vez, recién recogido el premio Birgit Nilsson, creo que muy merecido, el concierto ha tenido sin embargo otra dimensión, otro diseño bien diferente… y también ha encontrado otro aforo y otra acogida, pese a acabar, como no puede ser de otra forma con artista tan carismático, en clima de jubiloso entusiasmo. El programa, en esta ocasión, se centraba en piezas de breve formato y variada estética, y quizá en ello haya residido parte de la diferencia en asistencia y recepción. En la primera parte, la hermosa Canción sin palabras op. 109 de Mendelssohn abría un primer bloque con la elegancia propia del compositor de Hamburgo, en una pieza en la que Ma lució su fino cantable y dulce, más que poderoso, sonido, con Stott acompañando de forma refinada y consiguiendo ambos un final exquisito. Sin solución de continuidad, un arreglo de Stephen Hough de la tradicional Scarborough Fair abrió el fuego de piezas más ligeras, de clima marcadamente popular y resonancias folklóricas, como el siguiente arreglo, realizado por Caroline Shaw, de otra pieza tradicional norteamericana, Shenandoah, que mantuvo ese carácter con cierto aire de melancólica balada. Ambas dibujadas con todo el encanto posible por el dúo, con Stott acompañando con mimo, detalle e impecable ejecución y bella sonoridad. El canto, protagonista en la siguiente pieza, ¿Fue un sueño? de Sibelius, sirvió para cerrar un primer bloque, acogido por el público, que esta vez distó de colmar la sala sinfónica del auditorio madrileño, con calor no excesivo.
El segundo bloque estaba dedicado a las tres piezas de Bloch englobadas bajo el título De la vida judía. Estuvo precedido de un breve parlamento de Ma, en un castellano más esforzado que comprensible, en el que, como en febrero, dedicó el concierto a “quienes han sufrido alguna pérdida” y encontrado consuelo en la música. Inicialmente estaba previsto un tercer bloque separado de este (así lo anunció Clara Sánchez en su habitual introducción, y así figuraba en el programa), pero por alguna razón la obra de Bloch se siguió sin pausa de las 4 Piezas románticas de Dvorák. Ni la obra de Bloch, naturalmente impregnada de resonancias sonoras y expresivas del mundo judío, traducida con exquisito color y sonido, en algunos trazos, adecuadamente primitivo, ni las cuatro Piezas románticas de Dvorák, de lenguaje sencillo y carácter muy pastoral, como acertadamente señala María del Ser en sus excelentes notas, lograron despertar especial entusiasmo.
Un nuevo parlamento, esta vez en inglés, por parte de Kathryn Stott, intentó acercar después del descanso la siguiente pieza, Dervish, de la compositora británica nacida en Belice Errolyn Wallen (1958). En sus propias palabras, la compositora dice haber intentado llevarnos a la atmósfera de una danza sufí que “progresa desde un intenso estado cercano al trance”. La obra, con recursos tímbricos no habituales (en uno de los pasajes, Stott, con su mano derecha, golpeó con una pieza, creo que de madera, la parte inferior del piano, justo bajo el teclado; en otro, golpeó con los nudillos la tapa del teclado; por su parte, Ma ejecutó sobre su violonchelo algunos golpes con la punta de los dedos y con los nudillos), dejó a quien esto firma, la verdad, bastante frío. Me parece que al público le pasó otro tanto.
Pero entre las muchas habilidades de Ma está el programar con inteligencia. Y de ello dio buena muestra el último bloque del programa. Se abrió con Cristal de César Camargo Mariano, una pieza vitalista, de contagioso nervio rítmico, festiva y decidida, que obtuvo una vibrante traducción. El público, hasta entonces bastante contenido y respetuoso con la petición de contener los aplausos entre las obras dentro de un mismo bloque, decidió que ya estaba bien de contención y rompió entusiasmado a aplaudir.
El bien conocido Gracias a la vida de Violeta Parra, en un bonito arreglo de Jorge Calandrelli, mantuvo el clima de entusiasmo anterior, y despertó nuevos aplausos, que se reiterarían tras cada una de las tres piezas de Piazzola que cerraban el programa: Libertango (arreglo de Stott), Soledad y El gran tango. No era para menos: todas ellas habían tenido un sabor y esa mezcla singular de melancolía y vitalidad que las hacen tan especiales.
La recepción final fue extraordinariamente calurosa, y aunque no alcanzó, ni mucho menos, la apoteosis vivida hace ocho meses, si tuvo grandes dosis de entusiasmo. Inmersos en esa atmósfera ligera y popular, Ma y Stott regalaron otra pieza de éxito garantizado: el arreglo de Tom Poster de la archiconocida Over the rainbow, música de Harold Aren para la película El mago de Oz. Para entonces el público había cogido la onda de la ovación, y Ma, con simpático ademán, indicó que era muy tarde (en realidad era bastante más temprano que en su último recital) y que sólo tocaría otra propina, que en esta ocasión fue We´ll meet again de Ross Parker y Hughie Charles, en arreglo de Jorge Calandrelli. Las dos propinas, como algunas de las otras piezas ofrecidas en el recital, aparecen en el álbum que el dúo lanzó en diciembre de 2020 con el título Songs of comfort and hope.
No hubo más insistencia en la ovación. Un concierto interesante, por momentos muy conseguido, aunque sin alcanzar la fascinante velada vivida el pasado febrero. En todo caso, siempre es un placer recibir a un artista tan humano, sensible y vital como Ma. Uno siempre sale con una sonrisa, con un espíritu positivo, y con ganas de verle de nuevo. Pero solo el espíritu con el que uno sale ya es mucho, en los tiempos que corren. Es lo que tiene escuchar y ver a un artista que encarna de manera tan especial y humilde un entendimiento profundamente humano de la música.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín – Ibermúsica)
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