MADRID / Y finalmente fue profeta en su tierra
Madrid. Teatro Real. 25-IX-2020. Verdi, Un ballo in maschera. Ramón Vargas, Saioa Hernández, George Petean, Silvia Beltrami, Elena Sancho Pereg, Tomeu Bibiloni, Daniel Giulianini, Goderdzi Janelidze, Jorge Rodríguez-Norton. Director musical: Nicola Luisotti. Director de escena: Gianmaria Aliverta.
Lo normal es que Saioa Hernández, nacida en Madrid, hubiese debutado en el teatro de ópera de su ciudad natal, el Real, hace tiempo, cuando se vio claramente que empezaba una gran carrera internacional, algo que ya profetizó Montserrat Caballé. Si hubiese sido natural de Parma y vecina de esa ciudad, pongamos por caso, hubiese debutado en el Regio antes de triunfar en el Teatro alla Scala y en otros teatros líricos de importancia de Italia y Alemania.
En Madrid, no ha sido así. De hecho, su debut estaba fijado para el año 2022 como Abigaille, papel con el que obtuvo recientemente un clamoroso triunfo precisamente en Parma. Mas por azares del destino, su esperado debut se produjo en el Ballo in maschera que abre la presente temporada del Teatro Real. Pero fue accidentado. Su debut oficial estaba previsto en la función del día 20 de septiembre. Pero sabido es que esa función se tuvo que cancelar por la revuelta de unos espectadores que acusaron a la dirección del Teatro Real de no cumplir con ciertas reglas de aforo y separación entre.
Finalmente, ese postergado debut se produjo la tarde del 25 de septiembre, con gran éxito en una audiencia muy reducida. Los espectadores que tuvieron ocasión de presenciar esa cuarta función de las 15 previstas para esta temporada, con el que se podía considerar segundo reparto, presenciaron una interpretación de Amelia a la altura de las grandes sopranos, pocas por otro lado, que han dejado huella en ese complejo rol, que requiere una notable paleta de colores, con preponderancia de los oscuros o dramáticos. Aunque la extensión vocal de Amelia no permita que reluzca totalmente el amplio rango de Saioa Hernández, la exigente tesitura del personaje requiere de una voz propiamente lírica que pueda abordar con facilidad y acierto los tintes dramáticos de los trágicos momentos por los que transcurre gran parte de este papel.
Tomo prestado de la simpática y estupenda soprano italiana Laura Giordano la definición que hizo de la cantante madrileña en una entrevista de televisión hecha con ocasión de la primera vez que Saioa Hernández participó en una prima del Teatro alla Scala, la de la temporada 2018/19 (como Odabella, en Attila): “Hernández no es una soprano, sino una cooperativa de sopranos”. Su timbre es muy personal, lo que permite seguir su canto en todos los conjuntos, incluso con el coro cantando a pleno pulmón. Saioa Hernández tiene una voz poderosa que emite con gran técnica, a la vez que es capaz de apianar conservando toda la riqueza de armónicos que caracterizan ese timbre suyo de gran personalidad.
Estuvo bien acompañada por una compañía de canto equilibrada y de calidad más que notable. Ramón Vargas (Riccardo) mejoró con el transcurso de la acción y dio digna réplica a una interpretación memorable de Saioa Hernández en el dúo de amor Teco io sto). George Petan (Renato) es un buen barítono, con agudos algo atenorados, que tuvo su mejor momento en su dúo con Amelia del tercer acto, uno de esos maravillosos dúos de soprano y barítono en los que Verdi alcanza sus mayores glorias. Silvia Beltrami (Ulrica) es una mezzosoprano de buena línea de canto y poderoso registro medio, aunque ese breve papel requiere para destacar del registro grave y tenebroso de una contralto (o una mezzo capaz de abordar papeles de contralto). Elena Sancho Pereg compuso vocal y escénicamente al joven Oscar, un paje muy juvenil y desenvuelto. Es claramente una estupenda soprano ligera, de excelente técnica y suficiente coloratura para este simpático personaje. Destacada intervención de los comprimarios Tomeu Bibiloni (Silvano), Daniel Giulianini (Samuel), Goderdzi Janelidze (Tom) y Jorge Rodríguez-Norton (Juez/Sirviente).
La puesta en escena es convencional dentro del estilo tradicional, aunque son innecesarias las alusiones al racismo, como no sea como homenaje a Marian Anderson que como Ulrica fue la primera cantante negra en aparecer en la escena de la MET de Nueva York. La escenografía es sucinta, pero en general, de un cierto realismo esquemático hecho con buen gusto. La producción, original de La Fenice resulta algo pobre por la necesidad de adaptarla a las medidas sanitarias impuestas por la Covid-19. Tal vez por ello quedó muy deslucido el corto pero pomposo baile de máscaras con el que concluye la ópera.
Nicola Luisotti, la orquesta y el coro (¡por fin se oyeron los bajos-barítonos!) tuvieron una noche de gloria y lograron la que para mí es la mejor música verdiana que se ha oído estos últimos años en el Teatro Real.
Fernando Peregrín Gutiérrez
(Fotos: Javier del Real)