MADRID / Xenakis clausura el Sonikas 20
Madrid. Centro Cultural Lope de Vega. 15-I-2023. Festival Internacional de Música Experimental en Vallecas “Sonikas”. Sergio Luque, electrónica. Obras de Luque y Xenakis.
El Sonikas es uno de esos eventos musicales excepcionales de nuestro país que una y otra vez pasan completamente desapercibidos para el público y la prensa especializada. Por él han pasado figuras de la talla de Kim Cascone, Asmus Tietchens, John Duncan, Natasha Barrett, Carl Michael von Hausswolff, Richard Chartier o Helena Gough, entre muchas otras. En su vigésima edición el cartel no era menos atractivo que el de otros años: además de tres fantásticas propuestas de Susana López, Nilo Gallego y A.Q.V., los de la Asociación CRC programaron en su último concierto, como colofón, algunas de las obras para cinta de Xenakis más conocidas: Concret PH (1958), Bohor (1962) y GENDY3 (1991). Su difusión corrió a cargo de alguien cuya trayectoria profesional ha estado, desde siempre, muy ligada a la figura del músico greco-francés: Sergio Luque (Ciudad de México, 1976), quien ya hizo un trabajo extraordinario el año pasado en el Auditorio 400 del Museo Reina Sofía con La Légende d’Eer (1977-78) —contando en aquella ocasión, por cierto, con la colaboración de Juan Carlos Blancas, quien precisamente coorganiza el festival vallecano junto a Alfonso Pomeda, Javier Molina y Adolfo García—.
Aunque no se explicitaba en el cartel, Luque también presentaría allí una composición propia, It Is Happening Again (2019, rev. 2021), igualmente para soporte fijo, con la cual decidió abrir el concierto. Al igual que ocurre con GENDY3, con la que se despidió el encuentro, los sonidos utilizados por el compositor mexicano-español estaban generados en su totalidad mediante un procedimiento que Xenakis denominó “síntesis estocástica”, que no es otra cosa que la traslación a un aspecto tan microscópico como la síntesis del sonido —es decir, a las propias formas de onda— de aquellas complejas funciones probabilísticas con las cuales, desde Pithoprakta (1955-56), solía determinar los distintos parámetros musicales de sus obras. Lo más llamativo de la pieza de Luque era que, a pesar de que todo cuanto sonaba era sintético —es decir, no hacía uso de ningún material grabado—, la naturaleza de dichos sonidos era ambigua: tenían algo que los hacía parecer casi reales, pero se mantenían en todo momento en una zona limítrofe y misteriosa. Formalmente, se presentaban en bloques de diferentes duraciones yuxtapuestos, como si se tratase de “escenas” que se iban sucediendo. Muchos de estos bloques presentaban ciertas similitudes entre sí, de tal modo que, al cabo de un tiempo, se creaba una sugerente narrativa.
Entre It Is Happening Again y GENDY3 se presentaron, primero, Concret PH, una breve pero muy querida obra dentro del género y una de las primeras composiciones electrónicas que produjo Xenakis —la hizo justo después de Diamorphoses (1957), como preludio al estreno del Poème électronique (1958) de Varèse en la inauguración del Pabellón Philips de Bruselas—, y, después, la que, en opinión de un servidor, hizo de aquello algo francamente memorable: Bohor, una pieza tan especial que no se entiende cómo nunca se programa en ninguna parte. La manera en que el clúster grave y sostenido del khen —un órgano de boca tradicional de la zona de Laos, Vietnam y Tailandia— que Xenakis incorporó en la obra, con sus respiraciones claramente perceptibles, penetraba en la densa textura de crujidos y traqueteos metálicos que pululaban por los ocho altavoces que rodeaban a la audiencia, no hacía sino constatar que la experiencia en vivo de este vasto e hipnótico continuum, tal y como ocurre con La Légende, dista mucho de cualquier otra experiencia “casera”; que se trata de algo físico y, sobre todo, demoledor, particularmente cuando en los últimos instantes, casi imperceptiblemente, la música se “contrae” en una suerte de ventisca que poco después se extingue súbitamente, dejando tras de sí, con la sala totalmente a oscuras, un silencio ensordecedor.
Lo único que cabe lamentar es que la programación no fuese más amplia; que no durase más días y contase con más actividades. No obstante, hay que celebrar que el Sonikas no sólo ha conseguido resistir un año más frente a las adversidades económicas que enfrenta, sino que lo ha hecho, además, con un cartel de lujo, tal y como lleva haciendo desde hace dos décadas ininterrumpidas. Sólo queda desear que en las próximas ediciones cuente, por fin, con la atención —y, sobre todo, con la financiación— necesaria para poder llevarlo al nivel que, sin duda, se merece.
Jesús Castañer
Foto: © Lisa Wassmann
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