MADRID / ‘Vibrato’ y tripa en el umbral del Romanticismo

Madrid. Fundación Juan March. 29-I-2020. Anne Katharina Schreiber, violin. Jonathan Cohen, violonchelo. Kristian Bezuidenhout, fortepiano. Obras de Beethoven.
Una de las cosas grandes que ofrece Beethoven en el siglo XXI es, sin duda, la posibilidad de descubrimiento por parte del público de piezas a las que aún no ha tenido el placer de acceder. Nadie nace sabiéndolo todo y, es muy posible que en nuestro camino hacia el conocimiento nos crucemos con cierta frecuencia con obras nuevas de Bach, Beethoven y tantos otros. El segundo de los conciertos de la Fundación Juan March, en su ciclo tan bien titulado “Beethoven, el cambio permanente”, permitió a mucha gente conocer obras que, no constituyendo lo que pueden denominarse rarezas, no son especialmente frecuentes en las salas de concierto.
Las dos obras de la primera parte constituyeron un pequeño homenaje a la tonalidad de do menor (Sonata op. 30 nº 2 y Trío op. 1 nº 3), tan representativa del pathos heroico beethoveniano, y tal vez eran las piezas a priori más esperadas del programa. Destacable fue la dulzura del tema y variaciones del trío, que anticipa la melodía de la Fantasía coral, pero el conjunto pareció verse más a gusto tras los aplausos del descanso en el Trío en Si bemol op. 11 y en las Variaciones op. 44, posiblemente al percibir la cercanía del público no como inquisidora o intimidante, sino como familiar y propia de un ambiente de cámara.
Los instrumentos, desprovistos de barbada, pica y con cuerdas de tripa, es decir, pisando un territorio que durante un tiempo se pensaba propio de la época barroca y tal vez algo más, mostraron un sonido muy particular y sorprendente en los primeros minutos. Un sonido velado y falto de estridencias —aunque también del brillo de las cuerdas modernas— que casa a la perfección con el fortepiano copia de un instrumento de 1819, que tocó con la tapa levantada sin que ello supusiera ningún problema.
Tres músicos eruditos (no sólo hábiles y musicales) dialogaron en el escenario como personas civilizadas, no diré que de manera insuperable, pero sí dando sentido de autenticidad a la música de Beethoven, porque los pequeños detalles técnicos que pueden escaparse son totalmente disculpables cuando contribuyen a que todo suene no perfecto, sino real, humano y maravilloso a la vez. Interpretaciones como la de Schreiber, Cohen y Bezuidenhout, convencen al público de que la interpretación con criterio historicista es tanto un arte como una ciencia, pues los golpes de arco y la cantidad medida de vibrato están estudiados para construir un todo con el característico sonido del fortepiano, y sin duda sirve de manual para identificar a otros posibles impostores. Ahora bien, no hay ciencia exacta en la interpretación y tal vez se echó un poco de menos, en el umbral del Romanticismo, algo más de vibrato en algunas notas largas, no expresivo, sino lo justo para otorgar algo de pureza a ciertos sonidos planos insuficientes para llegar a toda la sala.