MADRID / Velada con ‘acento español’ en el Ciclo de la UAM
Madrid. Auditorio Nacional. 10-VI-2021. Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música de la UAM. Judith Jáuregui, piano. Orquesta Sinfónica RTVE. Director: Miguel Romea. Obras de García Abril, Lorenzo Palomo y Falla.
Muchos son los compositores españoles que han dedicado sus obras a la forma de vivir, de sentir y de expresar que se tiene en el sur. La cadencia andaluza, los aires flamencos, el uso de los instrumentos para expresar la pasión y las emociones son algunas de las características que se suelen utilizar para definir algo indefinible, como es la música española.
El recientemente fallecido Antón García Abril dedicó su obra Canciones y danzas para Dulcinea al Don Quijote cervantino. Con aire de banda sonora, la suite, inspirada en la película Monsignor Quixote, transporta al público a las andanzas y aventuras del caballero español por excelencia. Dulcinea, la amada ausente sobre la que gira todo en la cabeza del Quijote, es a quien le dedica García Abril su suite. Es una obra dulce, con aire español, pero sin excesivo folclore (no estamos hablando en ningún caso de aires flamencos o andaluces). La baraja de emociones aparece sobre todo en la Danza del amor soñado, en la que García Abril juega con el mundo de los sentimientos y las pasiones. La Danza de la plenitud nos transporta a un mundo de aventuras con aires de danza mucho más marcados que en otras partes de la suite. Una magnífica conversación entre los violonchelos y los violines enamora tanto como el caballero lo estaba de Dulcinea. Todo ello, para culminar con un final en tensión, similar a la propia vida de Don Quijote, quien, tras cada batalla ganada, sentía la inquietud de no saber cuándo sería su siguiente aventura.
Tras esta apertura del concierto, llegó el turno de los Nocturnos de Andalucía de Lorenzo Palomo (1938), quien ha elaborado una versión de su propia obra para la pianista Judith Jáuregui (originalmente está escrita para guitarra solista). Este cambio, a pesar de la impecable interpretación de la donostiarra, restó parte de ‘aire español’, que en muchos momentos se quedó más en la denominación que en lo que realmente escuchaban los oídos. Resultó más bien una obra sinfónica contemporánea con pinceladas y guiños a lo español, lo que, lejos de ser percibido como algo negativo, simplemente no se termina de ajustar al título. Al finalizar la ejecución, el propio compositor subió al escenario para felicitar a la solista y a la orquesta, recibiendo una larga ovación del público.
El broche de oro lo puso El amor brujo de Manuel de Falla (1876-1946), en su versión orquestal de 1925. A falta de la voz de una cantaora y de la letra original, los solistas instrumentales suplieron elegantemente las melodías. La emoción fue in crescendo a lo largo de la obra y la orquesta despertó de una especie de estado semiletárgico en el que parecía haber estado sumida durante las dos obras anteriores. Fue el punto más español y sureño de toda la velada, pues el uso magistral que el compositor gaditano hace de las armonías fue rigurosamente respetado por la orquesta, que en esta ocasión sí estuvo a la altura de las circunstancias y consiguió encontrar el necesario punto de emnoción. Genio de genios y maestro de maestros, Falla nunca decepciona.
Rocío Cabello Blanes