MADRID / Una velada formidable con una pianista formidable: Yuliana Avdeeva

Madrid. Círculo de Bellas Artes (Teatro Fernando de Rojas). 20-XI-2022. Ciclo Círculo de Cámara. Yuliana Avdeeva, piano. Obras de Chopin, Bach y Rachmaninov.
Cuando este verano quien firma estas líneas aterrizó en el Festival de Granada con el tiempo justo para escuchar a Martha Argerich (y lo que el festival ofreció en los cinco días siguientes), encontró un entusiasmo raramente unánime entre varios colegas que habían escuchado, justamente la víspera, un recital de la pianista rusa Yuliana Avdeeva (Moscú, 1985), con obras de Bach y Shostakovich, el cual no dudaron en calificar de excepcional. Me quedé, lógicamente, con las ganas.
Hace un par de días, Antonio Moral, director de este ciclo del Círculo de Cámara, ya en su cuarta temporada, reafirmaba la excelencia de la artista rusa y se sorprendía de la escasa presencia de la misma, hasta ahora, en nuestro país. Escuchado el recital de ayer, debo decir de inmediato que coincido plenamente con ambas cosas: la excelencia de la pianista y la extrañeza por su escasa presencia. Que alguien de este calibre resulte tan poco conocida para el público en España es uno de esos arcanos de la cosa gestora musical que uno no termina de entender, sobre todo cuando más de un producto del márquetin (o de la oportunidad política, o peor aún, de la desgraciada fusión de ambos elementos) se asoma a los escenarios con más frecuencia de la que mandaría el rigor de la calidad artística.
Avdeeva, ganadora del Concurso Chopin en el año 2010 (primera mujer en hacerlo desde que Argerich lo lograra en 1965) es, en efecto, y por decirlo alto y claro, una pianista formidable y una artista de altísimo calibre. Quedó el asunto de manifiesto bien pronto en la velada de ayer con una deliciosa, elegante y refinada traducción de las Cuatro mazurkas op. 41 de Chopin, uno de sus autores preferidos. Avdeeva no empleó el orden de la primera edición alemana de la partitura, que sitúa la Mazurka en Do sostenido menor en primer término, sino la que aparece en las primeras ediciones francesa e inglesa, que la coloca en cuarto lugar (el orden, pues, fue 2-3-4-1).
Desde el inicio de la nº 2 en Mi menor se hizo evidente la elegante presentación del discurso, el sonido cuidadísimo, el empleo mesurado y justo del pedal, la respiración adecuada y el refinado dibujo rítmico de esas maravillosas miniaturas que son las mazurkas del compositor polaco. Avdeeva ya hacía evidente, en ese momento, que su excepcional pianismo fluía con naturalidad, sin artificios o aspavientos teatrales. No le hacen ninguna falta.
Tuvo el Scherzo nº 3 el fuoco que cabe esperar en una obra que demanda enérgica bravura, que obtuvo sin duda alguna, aunque nuevamente sin ostentación de la misma. Brillante, ágil, enérgica, pero nunca atropellada. El pasaje indicado por Chopin Meno mosso – leggierissimo no podía responder mejor a tal indicación. La observación de su mano derecha permitía apreciar una pulsación de extraordinaria agilidad y de exquisita levedad, y el marcado Più lento – sotto voce difícilmente puede ser traducido con más fidelidad al requerimiento y con más delicadeza que la exhibida ayer por Avdeeva.
La Barcarola, obra de madurez que no es tal vez tan frecuentada como merece, fue una nueva demostración de refinada elegancia en el canto y de fluidez en el dibujo rítmico. Entre las muchas bellezas que contiene esta délicatesse pianística conviene quizá destacar el pasaje en el que Chopin utiliza la rara indicación dolce sfogato, una suerte de invitación a un discurso, por así decirlo, educadamente libre, planteado por Avdeeva con esa naturalidad que despierta inevitablemente la sensación de que ‘tiene que sonar así’. Maravillosa la evocación belcantista, con casi inverosímil levedad, del tramo final.
Si a esas alturas nos encontrábamos completamente ganados por el soberano arte de la rusa, la Polonesa-Fantasía, que cerraba la primera parte, coronó el magnífico monográfico Chopin con honores de guardarlo en la memoria. Otra pieza de madurez, en la que el polaco consiguió que la épica de las más enérgicas piezas del género se diera la mano con la inefable melancolía por la tierra añorada que, a aquellas alturas de su vida, ya sabía que no volvería a pisar. Pasión y nostalgia alternan en un juego de fantasía en el que más que contrastes hay transiciones que nos llevan de una a otra sin aparente salto, como algo que se diría inexorable. Obra de consumada maestría, pero también probablemente la de más complejo desentrañamiento en sus múltiples recovecos expresivos, que fue favorita del gran Sviatoslav Richter.
Avdeeva realizó una interpretación realmente excepcional de la bellísima e intrincada página chopiniana. Con las virtudes pianísticas y musicales ya mencionadas, es difícil imaginar una traducción que explore con más acierto la amalgama de sentimientos que se funden en esta partitura, desde la exaltada pasión a la doliente melancolía, con momentos, como el tramo final, de una carga emotiva de rara intensidad.
Tras la pausa, afrontó Avdeeva otro de sus autores preferidos: Johann Sebastian Bach, y en concreto, una de las partitas más favorecidas por los pianistas, la Segunda. Se acerca Avdeeva a Bach desde parámetros indiscutiblemente pianísticos, pero se aleja de excesos románticos, tanto en el pedal, empleado con austeridad, como en el matiz, planteado con fina diferenciación pero sin extremos. Tuvo solemne grandeza el Grave – adagio inicial de la Sinfonía, delicioso, expresivo y de bellísima sonoridad el andante de la misma, dibujado con un tempo nada caído, y decidida animación el pasaje fugado que la cierra, planteado con vivacidad y en la que quizá se hubiera podido plantear un punto más de flexibilidad en algunos momentos del fraseo. Las danzas (Allemande, Courante, Sarabande) tuvieron el tempo sabiamente elegido y fueron adornadas con gusto (y mesura) en las repeticiones. A destacar una Sarabande de exquisita riqueza expresiva.
No es frecuente escuchar el Rondeau, animado y articulado (como todo, por lo demás) con cristalina nitidez, con más contagiosa vitalidad rítmica que la escuchada ayer, algo que también puede decirse del maravilloso Capriccio que cierra la obra, en el que Avdeeva lució la fluidez y naturalidad de un fraseo tan hermoso como adecuadamente respirado. En resumen, un Bach realmente sobresaliente.
Cerraba el programa la Segunda sonata de Rachmaninov, obra favorita de muchos pianistas, probablemente por ser una página de enorme brillantez y proverbial exigencia de virtuosismo. El firmante debe confesar que siente una afinidad limitada por el Rachmaninov de las grandes formas pianísticas, y que se siente más inclinado a sus formas breves o a algunos de sus grandes Conciertos. Con todo, es difícil imaginar que una partitura como esta (el propio Rachmaninov, nada convencido, hizo un par de versiones, y Avdeeva optó por hacer una mezcla de ambas) encontrara mejor abogada que la pianista moscovita. Brillante, apasionada, con un tercer tiempo realmente espectacular, poderoso, y con un movimiento intermedio (non allegro) de apropiado color lírico.
Éxito, como no podía ser de otra manera, muy grande. Avdeeva volvió a Chopin para regalarnos una maravillosa traducción de otra mazurka, la cuarta del op. 67. La segunda propina, que en muchos momentos sugería reminiscencias de Prokofiev, era en realidad de otro compositor polaco: Wladyslaw Szpilman (1911-2000), cuyo nombre quizá no resulte muy conocido para la generalidad de la audiencia… hasta que descubran que sus memorias constituyeron la base de la película oscarizada El pianista, protagonizada por Adrien Brody y dirigida por Roman Polanski. Además de la emocionante historia que hay detrás de Szpilman como pianista, había detrás también un compositor. En 1933 escribió la Suite “La vida de las máquinas”, cuyo último movimiento (una vibrante Toccatina) regaló ayer Avdeeva para cerrar su magnífico recital. Como tantas otras obras de Szpilman, el manuscrito se perdió durante la guerra y reapareció bastantes años después en Los Ángeles entre las propiedades de Jacob Gimpel, hermano del violinista Bronislaw Gimpel, que había interpretado un concierto para violín compuesto por Szpilman, igualmente perdido.
Una velada formidable, de una pianista formidable. Ya están tardando los gestores de nuestro país en conseguir que se la vea y escuche más por estos pagos. Créanme, lo merece.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto superior: A. Ortega)