MADRID / Una gota en la inmensidad

Madrid. Iglesia de las Mercedarias Góngoras. 07-III-2019. Paloma Gutiérrez del Arroyo, canto. Manuel Vilas, arpa medieval. Obras de Bernart de Ventadorn.
Acercarse a las músicas medievales supone siempre para el que no vive inmerso en ellas una especie de proceso mental muy parecido al que debe alcanzar un ser humano adulto que no ha visto nunca el mar, y en su lugar se topa con un océano. El marco cronológico es tan sumamente amplio, la extensión geográfica tan inmensa y el desconocimiento general tan insultante, que uno no termina de pensar cual es el camino correcto, si es que existe tal cosa, para comenzar en ese mundo tan extraordinario que se extiende más allá de Guillaume de Machaut, la Escuela de Notre-Dame y Hildegard von Bingen.
Si ante esta infinitud pudiésemos tener en cuenta una muestra representativa desde la cual partir para conocer estos repertorios, no cabe ninguna duda de que el pasado concierto de El canto de Polifemo sería un más que óptimo candidato. Unidos en santa comunión, la céntrica iglesia de las Madres Mercedarias de la calle Góngora tuvo la suerte de ser el marco (idílico, como siempre) de reunión de dos auténticas autoridades en sus respectivos campos como son Paloma Gutiérrez del Arroyo y Manuel Vilas. No es de extrañar que la velada acaeciese tan bien concurrida, en una iglesia que estaba copada hasta el último banco, y que supo agradecer a todas luces entusiasmada tanto la música acontecida como la evidente intención pedagógica de los intérpretes.
El motivo de tan significativa unión no fue otro que el dar vida a la música del que probablemente fue el trovador más señero del siglo XII, el francés Bernart de Ventadorn. No son pocas las veces que los trovadores y otros cultivadores del género vernáculo quedan en un segundo plano a la sombra del enorme movimiento musical religioso de una Edad Media a menudo demasiado identificada bajo el yugo de la cruz, y necesitada de una resignificación en los tiempos que corren.
Pocas veces es posible encontrar un concierto en el que dos fuerzas se encuentran tan sumamente equilibras. Guitérrez del Arroyo demostró una y otra vez por qué es a día de hoy la consagrada experta por la que tan solicitada se encuentra. En su voz no hay nada de forzado, ni de artificial, siendo pura expresión lírica, con naturalidad y siempre desprendiendo un enorme conocimiento y cariño por lo que hace. Vilas, armado con una única arpa medieval construida por Luis Martínez a partir de miniaturas de la Biblia Maciejowsky (bendito milagro de reconstrucción), demostró la destreza a la que nos tiene acostumbrados desde hace tiempo. En su arte se oye todo, con una plenitud polifónica envidiable y un dominio técnico y estilístico que asusta, más aun teniendo en cuenta la enorme diferencia de registros que maneja con regularidad.
En definitiva, un tándem perfecto con el que realizar una primera inmersión en todo el gran entramado medieval que queda por explorar, apenas una diminuta pero refrescante gota de agua cayendo en medio de ese océano que evocábamos al principio de estas líneas, que asusta y fascina por igual.