MADRID / Un ‘Lago’ con cisnes transatlánticos
Madrid. Teatro Real. 15-X-2024. Ballet de San Francisco. Directora artística: Tamara Rojo. Coreografía: Helgi Tomasson (2009 – 2016, sobre la original de Lev Ivanov y Marius Petipa de 1895). Escenografía y vestuario: Jonathan Fensom. Luces: Jennifer Tipton. Instructor de danza: Julio Bocca. Orquesta titular del Teatro Real. Director musical: Martin West. Chaikovski: El lago de los cisnes.
El Ballet de San Francisco [SFB] es la segunda gran compañía de ballet de los Estados Unidos tras el American Ballet Theatre; no discutamos bizarramente si el New York City Ballet entra en liza de este escalafón. Es ocioso. El SFB tiene una entidad propia, solvente y probada a través de sus 90 años largos de historia, que precisamente se debieron celebrar el año pasado. En 2025, este Lago de los cisnes cumplirá 35 años como producción; su inicio se remonta a 1990 con coreografía y dirección de Helgi Tomasson. El Teatro Real se llenó hasta el último balcón y el público recibió con sentida euforia y bravos al conjunto y sus solistas. Es la primera gira europea del SFB con Tamara Rojo al frente, como su flamante nueva directora artística.
La versión de Helgi Tomasson, tal como está el patio internacional del ballet, puede clasificarse de conservadora (y eso es muy bueno desde la ortodoxia que a veces necesita ser defendida en este arte: ser llamado a capítulo por los excesos que se cometen a diario en muchos sitios). Tamara Rojo ya ha planteado renovar algunas zonas del repertorio del SFB, pero muy acertadamente conserva el trabajo y la enorme producción de Tomasson.
Las variaciones coreográficas en El lago de los cisnes son acumulativas y se adhieren a elementos como las orquestaciones, la extrapolación de la ambientación u otras más sutiles como la colocación ordenada de los números (según canon y libreto) o lo intrínsecamente coréutico, que comprende el fraseo, siempre evolutivo, y la manipulación del material preexistente al que se quiere dotar de algo, si no nuevo, por lo menos característico. Súmese a eso un corolario de la evolución (progresión) de la técnica del ballet en los bailarines ejecutantes; siempre se plantea, con la disponibilidad que nos dan el cine y el vídeo, seleccionar un mismo fragmento que esté suficientemente justificado por su pedigrí y lectura en tres, cuatro y hasta cinco décadas distintas, realizado por diferentes bailarines (típico en este ejercicio de verdadera estética comparada son los 32 fouettés en tournant que realiza como coda y culmen de su pas de deux, el Cisne Negro, Odille, en el tercer acto de la obra).
Un mundo, o varios mundos, separan lo que vemos de tramo en tramo en el tiempo. La secuencia de marras gana importancia, precisión, dibujo y los mecanismos de aceleración se hacen más sofisticados con apoyaturas de brazos, acciones a veces extemporáneas al estilo, pero con frecuencia asombrosos hasta lo circense. Pero, en conclusión y al final, estamos viendo lo mismo. Fue en ese Lago de los cisnes de 1895, deconstruido y reconstruido por Petipa e Ivanov, donde Pierina Legnani osaba enfrascarse en “los 32”; no era la primera vez que los hacía, en público los había ensayado casi por iniciativa propia dos años antes (1893) en Cinderella (renovación ideada por Petipa sobre la música de Fitingoff, y con coreografías de Cecchetti e Ivanov: ¡vaya cuarteto!), y antes todavía en 1892, en el ballet Alladin en el Alhambra Theatre de Londres. En realidad, los venía practicando desde las aulas petersburguesas de Caterina Beretta (la que había sido ballerina preferida de Giuseppe Verdi) pisando sobre las huellas de Emma Bessone, que en el ballet El tulipán de Harlem había hecho 14 fouettés bajo la instrucción y coreografía de Lev Ivanov. Es historia.
En el Lago, Tomasson introduce diversos cambios: el primero y más fuerte, la época de ambientación, llevándola a una recreación entre el estilo Directorio e Imperio (abocados ya al gran Neoclasicismo y luego a la Restauración), muy estilizada y más visible en algunos vestuarios. Esa fue, en ballet, la época de la Dansomanie y de Pierre Gardel, a la que aquí no hay mayores alusiones más que un baile de cortesanía en el primer acto; luego Helgi toca con irregular fortuna la lectura del Pas de trois (siempre primer acto) y consigue cameos muy logrados, como la Danza Rusa del tercer cuadro. Algunos problemas con la técnica se hicieron evidentes, pero no se interrumpió el ritmo de la pieza.
La primera pareja en encarnar los roles protagonistas, Sasha de Sola y Aaron Robinson, ella nacida en Florida y él británico, ambos en la treintena, son artistas maduros, expertos en grandes roles y ofrecieron una velada de gusto, con alguna irregularidad y a la vez con algunos bellos momentos líricos y otros de cierta dubitación. No siempre una primera función es la mejor, eso carece de importancia. El conjunto demostró su alto nivel, su tendencia muy propia del Nuevo Mundo y unas maneras enérgicas de abordar la herencia patrimonial de los clásicos.
Las funciones se prolongan hasta el 22 de octubre, contando con que el sábado 19 habrá dos funciones de matiné y noche.
Roger Salas
(fotos: Javier del Real)