MADRID / Triunfo de Le Concert des Nations con un tormentoso programa
Madrid. Auditorio Nacional de Música. Sala sinfónica. 08-v-2023. Le Concert des Nations. Dirección: Jordi Savall. Obras de Rebel, Marais, Telemann y Rameau.
Hace algunos años Jordi Savall publicó en su sello un álbum titulado Les Éléments. Tempêtes, Orages & Fêtes Marines, cuyo contenido musical es, en esencia, lo que hemos escuchado en este concierto, con la omisión de Locke y Vivaldi. Quizá habría merecido la pena hacer el programa entero, pues el concierto quedó un poco corto (una hora y cuarto). Este “homenaje a la Tierra”, que es el título –bastante woke– del programa, tiene como idea conductora una constante referencia a las fuerzas de la Naturaleza, sea a través de los cuatro elementos (Rebel), sea con relación al mundo marítimo (Telemann y Marais), sea respecto a vientos y tormentas en general.
En el mundo del teatro francés estas cuestiones poseen un antes y un después. Y una fecha, claro está: 1706. Es el año en que Marin Marais estrena su tragedia Alcione, donde lleva a cabo, por primera vez, una descripción musical de una tempestad, con muy específicas instrucciones sobre cómo y qué debía tocarse (exige, por ejemplo, la intervención del constante redoble de tambores destemplados). Tal fue el éxito de este número musical entre el público parisino que, a partir de entonces, resultó poco menos que obligado que toda ópera contuviese alguna tormenta, tempestad, trueno o fenómeno semejante. Aquí situamos las contribuciones de Marais y Rameau al programa.
Les éléments (Rebel) es harina de otro costal, una representación de los cuatro elementos precedida por la musicalización del caos primigenio, donde, por primera vez en la historia de la música, se ejecuta lo que modernamente llamaríamos cluster, es decir, el sonido simultáneo de todas las notas de la escala. Esa tremenda disonancia debió de producir auténtico escándalo entre el público asistente al estreno. Tras ordenarse ese caos, llega una sucesión de danzas cortesanas más convencional, pero extraordinaria en su calidad musical.
Y, por último, la famosa Wassermusik de Telemann, compuesta para el centenario del Almirantazgo de Hamburgo, con preciosas evocaciones de las deidades marítimas –genios tutelares de una ciudad tan portuaria como Hamburgo–.
He escrito muchas veces que Le Concert des Nations es un ejército de generales (parafraseando la famosa referencia a la orquesta de Mannheim debida a Charles Burney): basta la lectura de los nombres de los componentes para augurar que el resultado, por fuerza, ha de ser excelente. Así, no es solo que Manfredo Kraemer sea el concertino, es que el primero de los segundos violines es nada menos que David Plantier y, entre los violinistas de atrás están Mauro Lopes y Guadalupe del Moral. Y Thomas Müller en la trompa, Balázs Máté en el violonchelo, Luca Guglielmi en el clave, Charles Zebley en el traverso, Sébastien Marq en la flauta dulce, Enrike Solinís en la cuerda pulsada… Con estos mimbres es difícil que la cosa salga mal. Y a fe mía que el concierto de ayer tarde salió muy bien.
La orquesta exhibió a lo largo del concierto un sonido bellísimo, denso, poderoso, pastoso, con excelente volumen y proyección (en una formación reducida con cuerdas 4/3/2/3/1 llenó muy bien la espaciosa sala sinfónica). Siendo Savall el director estaba claro que el concepto no se decantaría por los contrastes y la viveza, sino más bien por el hedonismo sonoro y cierto preciosismo. El caos, por ejemplo, careció de la brutalidad de un Goebel –por poner un ejemplo paradigmático–. La Marche des matelots de Alcione sonó suave. En la Tempête de esta no se respetaron las indicaciones dejadas por el compositor sobre la percusión, de modo que Pedro Estevan combinó un timbal y un tambor, accionando Daniel Garay una máquina de viento. Mis únicos reparos sobre la interpretación vienen, de hecho, por la percusión. Savall siempre se ha caracterizado por meterla por todas partes, venga o no a cuento. Este concierto no ha sido una excepción. Podemos pasar por alto su utilización en la música de origen teatral, pero no le encuentro el menor sentido en una composición como la Wassermusik telemanniana, que no es teatral, por mucho que sea descriptiva. Y lo que no tiene perdón de Dios es el empleo constante de la máquina de viento, sea en Marais, en Rameau o incluso en Telemann, llegando a emborronar claramente la partitura y a tapar los bellísimos timbres logrados por la orquesta.
Al margen de este aspecto, se disfrutó mucho del concierto, con unas contribuciones individuales de gran altura, como la trompa de Müller en Rebel o las fantásticas flautas dulces en Telemann. Aquí se echaron en falta en la Harlequinade esos deliciosos ritardandi que daban tanto sabor a las lecturas de Zefiro. Hubo algún momento mágico, como la conjunción de violín solista y traverso en el Air pour Zéphire de Les Indes galantes (Rameau).
En los bises Savall se metió al público en el bolsillo, que ovacionó –o rugió, según se mire– como pocas veces se ha escuchado en este ciclo. El primero, la contradanza final de Les Boréades (Rameau), en la que dirigió al público con aplausos percusivos alla concierto de Año Nuevo vienés. La segunda, una fantasiosa orquestación de una piececita vinculada al nacimiento de Luis XIII de Francia, con esos ingredientes propios de la world music que tan buenos réditos han proporcionado al maestro igualadino.
Javier Sarría Pueyo
(fotos: Rafa Martín)