MADRID / Triple debut con menú ruso en el ciclo de Ibermúsica
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 21-II-2023. Ibermúsica 22/23. Orquesta Sinfónica de Amberes. Pablo Ferrández, violonchelo. Directora: Elim Chan. Obras de Glinka, Chaikovski y Rachmaninov.
Triple debut en el concierto de Ibermúsica de esta semana: orquesta, solista y director actuaban por primera vez en el ciclo, con un programa de diseño un tanto convencional (lo que es meramente una acotación, sin ningún ánimo peyorativo) de obertura-concierto-sinfonía, en un monográfico de compositores rusos. La Obertura fue esta vez la de la ópera Ruslán y Ludmila de Glinka, que, por su vibrante y virtuosista dibujo en la escritura de la cuerda, es muchas veces utilizada como propina por las orquestas para su lucimiento. Una showpiece, que dicen por ahí.
Aunque no denominada ‘concierto’ y construida como una serie de siete variaciones sobre un tema, las Variaciones sobre un tema Rococó de Chaikovski entran, sin género de duda, dentro del género concertante, porque el papel del solista de violonchelo (Pablo Ferrández, en el caso que nos ocupa) es perfectamente equiparable al de cualquier concierto del repertorio. Cerraba el programa la Segunda sinfonía del tercer compositor ruso de la velada, Sergei Rachmaninov.
La Sinfónica de Amberes, orquesta de Flandes, es una formación cuyos orígenes se remontan al siglo XIX, aunque ha pasado por diferentes etapas y nombres y la presente denominación es relativamente reciente (apenas seis años). Desde la temporada 2019-20 es su titular la maestra china Elim Chan (Hong Kong británico, 1986), que es también principal invitada de la Real Orquesta Nacional de Escocia. Formada en Estados Unidos, Chan ganó el prestigioso Concurso Donatella Flick en 2014, y ha dirigido como invitada orquestas como Concertgebouw, Mariinski, Sinfónicas de Londres y Radio de Fráncfort y Philharmonia, entre otras. Por su parte, el madrileño Pablo Ferrández (1991) es, pese a su juventud y al carácter debutante de su actuación ayer en Ibermúsica, sobradamente conocido del público español y madrileño, que ha tenido sobrada ocasión de disfrutar de su gran talento con anterioridad.
La Obertura de Glinka proporcionó inmediatamente algunos ingredientes sobre la base de lo que podía esperarse de la velada. La partitura es vibrante, festiva y jubilosa, con dos motivos muy contrastantes, movido y enérgico el inicial, con fulgurantes escalas de la cuerda aguda, y un poco más tranquilo y lírico el segundo, expuesto por violas y chelos. Chan se acercó a ella con decisión y nervio, sin alcanzar las fulgurantes velocidades de Gergiev, pero con buenas dosis de ese carácter festivo y jubiloso que contiene la música, y más que plausible línea de expresión lírica en el segundo motivo.
Extrajo de la orquesta todo lo que esta es capaz de dar. La de Amberes es una formación estimable, generalmente bien cohesionada y solvente. Ninguna de sus secciones deslumbra, pero tampoco lastra el resultado global. La madera es quizá la sección más sólida, y la cuerda grave se presenta con más empaque que la aguda. Ésta ofrece una agilidad plausible, no excepcional, y salió bastante airosa de la exigente escritura de la página de Glinka. Redondo, aunque no especialmente sutil, el metal, en el que las trompas, correctas en todo caso, marcaron quizá el nivel menos alto.
Esta misma obertura ya permitió apreciar que Chan tiene unas estupendas maneras en el podio. Se expresa con gesto firme, diáfano en intención e indicaciones, atenta siempre al mínimo detalle, y dibujando con irreprochable sensibilidad musical unas ideas que expresan una envidiable solidez conceptual.
De Ferrández, que tocó el Stradivarius “Archinto” (1689), no vamos a descubrir a estas alturas nada nuevo. Tiene una sonoridad bellísima y sus interpretaciones son siempre de gran intensidad y sensibilidad. Lo fue también la de las mencionadas Variaciones de Chaikovski, desde la sencilla y elegante ingenuidad del tema hasta el brillante virtuosismo (siempre al servicio de una expresión musical exquisita) de variaciones como la IV. Pudo tal vez conseguirse algo más de claridad en el dibujo, muy rápido, de la quinta variación, culminada con una cadencia extraordinaria. Pero son, como alguna no del todo redonda octava en la temible coda, minucias frente a exquisiteces como la sexta variación (en la que estuvo magnífico el clarinetista de la orquesta flamenca), culminada en un escalofriante ppp final sobre el registro más agudo del instrumento.
Chan volvió a dar muestras de que es una directora con clase. Acompañó de manera cuidadísima y con absoluta flexibilidad, en una labor que no era fácil, porque Ferrández no regatea libertad en su discurso, y la batuta de Chan, siempre atentísima, no descuidó ni la mínima inflexión del solista. La sensación fue de un perfecto entendimiento entre ambos.
El éxito fue, como cabía esperar, enorme, y el madrileño regaló una bellísima interpretación de la Sarabande de la Primera suite de Bach, con una delicadeza expresiva extraordinaria, aunque alejada de criterios historicistas.
La segunda parte se centró en la Segunda sinfonía de Rachmaninov. Quien esto firma debe confesar que no siente especial inclinación por el Rachmaninov de las grandes formas sinfónicas. La Segunda fue objeto de repetidas revisiones para recortar su duración, y aunque hoy se suele ejecutar en su totalidad, se omiten repeticiones como la del primer movimiento (algo que también ocurrió en esta ocasión). La sensación, insisto en el carácter muy personal del comentario, es la de un conjunto de bonitas ideas que no terminan de engarzar un discurso que enganche. Son quizá los dos movimientos centrales los que tienen más enjundia: una suerte de Scherzo (aunque no denominado como tal, sino solo Allegro molto) y un Adagio de efusión muy lírica, que se asoma por momentos, en cuanto al carácter, a algunos momentos del casi contemporáneo Segundo concierto para piano, compuesto poco antes.
Chan construyó una más que notable lectura, entregada, intensa (sólidamente planteado el fugado del segundo movimiento), bien contrastada, dibujada con cuidada claridad de planos y matizada con exquisita expresividad, como en el final del Adagio, cuidadísimo. Tuvo, en fin, nervio y fuerza la lectura del Allegro vivace final, culminado de manera brillante, aunque en algunos momentos se echó de menos algo más de empaque en la cuerda aguda, algo que ya comentamos anteriormente. Éxito grande, en todo caso, para la orquesta flamenca y su directora, que regalaron una también vibrante y bien dibujada Danza rusa de El Cascanueces de Chaikovski.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín / Ibermúsica)
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