MADRID / Tomás Marco: cuatro peldaños de una vida compositiva
Madrid. Centro de Arte Reina Sofía (Auditorio 400). 3-X-2022. Cecilia Bercovich violín. Rafael Aguirre, guitarra. Conrado Moya, marimba. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: José Ramón Encinar. Obras de Tomás Marco.
Tomás Marco ha cunplido 80 años, algo que se viene celebrando por todo lo alto en distintas instancias. Con justicia, pues es, a día de hoy, uno de nuestros compositores más celebrados, más veteranos, más capaces, más ilustrados y más imaginativos, que ha visto venir la música desde muy diversos puestos en los que ha tenido responsabilidades y que no dejado de crear y de producir un amplísimo catálogo en todos los géneros. Es un buceador arrostrado en las más diversas corrientes de lo contemporáneo, al frente en su momento de las más radicales vanguardias de las últimas décadas.
Hemos asistido en esta ocasión al concierto homenaje y recordatorio organizado por el CNDM en el Centro de Arte Reina Sofia de Madrid, un espacio idóneo dadas sus características acústicas, sus dimensiones y su cabida: las 400 localidades del recinto estaban totalmente ocupadas por un público adicto, en el que se podía divisar a numerosos colegas y a bastantes personalidades del universo musical madrileño.
Cuatro obras en los atriles. La primera de ellas era un estreno absoluto: un Concierto para marimba y orquesta, obra extraordinariamente animada, dividida en varias secciones en las que se alternan lo rápido y lo lento. Es de una contagiosa vitalidad desde su mismo arranque, lleno de vida danzable, de aires sureños, que enseguida encuentra reposo en pasajes más tranquilos no exentos de un extraño lirismo y que enuncian los violonchelos. Se producen constantes cambios de ritmo y se pasa de una atmósfera a otra sin solución de continuidad.
La marimba solista, tocada con extraordinario virtuosismo por Conrado Moya, no descansa ni un segundo y va marcando el discurrir de la obra y subrayando las alternancias. Durante casi media hora asistimos a la exhibición del solista, siempre bien arropado por la colorista instrumentación en una carrera que no da respiro y que conduce a un rotundo final en el que las percusiones juegan también su papel. Magnífico Moya en el sevicio a partitura tan exigente y caleidoscópica partitura.
Escuchamos a continuación el estupendo Concierto del alma, de 1982, más conciso, unitario, reposado, concentrado. Música de una pieza, de rara configuración, dibujada en un solo trazo en el que el violín solista entra desde el principio con una fuerza y un apasionamiento desusados estableciendo, con profusión de armónicos, un discurso sostenido por un tutti compuesto tan solo por arcos, que siguen un virtuoso juego en el que abundan los divisi. “Una página tan interesante como de extraña, literalmente inaudita belleza”, afirmaba a raíz de su estreno el crítico Fernando Ruiz Coca, y que tuvo una soberana interpretación en los dedos de Cecilia Bercovich, segura, firme, afinada, entusiasta, milimétricamente atendida por Encinar y la formación de cuerdas.
Otro solista, en este caso el guitarrista Rafael Aguirre, desplegó también sus capacidades —sonido pleno (amplificado), articulación perfecta, toque firme, rasgueos en su punto—, en el despliegue del famoso Concierto Guadiana (1973), en el que no faltan resonancias heredadas de Falla, recuerdos lejanos del cante jondo en el curso de una exposición de signo balanceante con pasajes ostinato sumamente expresivos. Hay una pugna entre el solista y el tutti. “Este —resalta García del Busto— dialoga con la guitarra a base de figuraciones rápidas o le tiende un lecho sonoro mediante notas tenidas, trinos, oscillati y glisandi”. Para Sopeña, estábamos ante “un nuevo y trascendental capítulo de la historia de la guitarra de concierto”. La versión fue primorosa, contrastada, rica en efectos, bien subrayados por el mando sin batuta de Encinar.
La sesión se cerraba con la obra más antigua, de 1970, Mysteria (Premio Gaudeamus,1971), de rango atonal, de aire espectral, extensas superficies, nostas largas, cuajada de inesperados contrastes a lo largo de un discurso presidido por las intervenciones rumorosas de dos contrabajos que, recurrimos de nuevo a Sopeña citado por García del Busto, van moldeando un discurrir que “presenta, sin programa, sin argumentos, esos dos polos de lo fascinante y de lo tremendo, de lo dulce y de lo hiriente que son el misterio como preámbulo presentador de esencias”. Definición altamente literaria, en el reconocible estilo del Pater, pero que nos orienta bien acerca del significado de la composición, que fue perfilada, coloreada y expresada por la orquesta (unos cuarenta profesores), atenta siempre al claro y eficaz gesto de Encinar, autor de un hermoso y cariñoso texto dirigido al homenajeado, cuya música ha dirigido en tantas ocasiones. Muchos y repetidos apalusos para todos, sobre todo, claro, para Tomás Marco.
Arturo Reverter
(Foto: Elvira Megías)