MADRID / ‘Tabaré’, una epopeya americana

Madrid. Teatro de la Zarzuela. 4 y 6-III-2022. Bretón: Tabaré. Andeka Gorrotxategui, Maribel Ortega, Juan Jesús Rodríguez, Alejandro del Cerro, Luis López Navarro, David Oller, Ihor Voievodin, César Arrieta, Javier Povedano, Marina Pinchuk. Coro titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: Ramón Tebar.
El Teatro de la Zarzuela cumple, una vez más, con su labor de preservación, estudio, recuperación y difusión de nuestro patrimonio lírico. En esta ocasión nos ha ofrecido, en versión de concierto, -y es buen regalo- después de 109 años la ópera Tabaré, drama lírico en tres actos de Tomás Bretón, con libreto del propio compositor basado en el poema épico del escritor uruguayo Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), en edición musical y literaria de Víctor Sánchez y Elena Di Pinto.
Tabaré es la obra más considerada de su autor: “el poema americano por excelencia, que goza en el Río de la Plata de mayor popularidad, después del famoso Martín Fierro”. De temática nada convencional, desarrolla un argumento sobre un episodio de la conquista española del sur de la América meridional del siglo XVI (en lo que hoy es Uruguay), sobre la lucha entre los indios charrúas y los españoles. El poeta quiere pintar en su poema la desaparición irremediable de una raza, cuyo salvajismo enérgico presta a su heroica lucha y a su final hundimiento el aspecto más trágico, excitando la admiración y la piedad. Los charrúas combatieron fieramente contra los españoles hasta su extinción.
Tabaré, héroe de la leyenda, mestizo, es de esta raza por su padre, pero también es español por su madre. Por sus venas corre mezclada la sangre del indio bravo con la sangre europea, en la que van infundidos los refinamientos de una educación de dos mil años, transmitida por herencia, inconsciente levadura o fermento, que hierve y agita su organismo, savia que le remueve todo. Quedó sin madre desde muy niño. No sabe nada y, por lo aprendido, es tan salvaje como los demás charrúas, mientras que, por lo no aprendido, por lo no formulado, ni hecho distinto y claro por la virtud reveladora de la palabra, lleva en sí todos los elementos difusos e informes de las ideas y de los sentimientos más delicados y hermosos.
Según cuenta el propio compositor, la idea de convertir en ópera Tabaré era un proyecto en el que había pensado casi veinte años antes, convirtiéndose en obsesión, desde que había conocido el poema en 1892 en un acto en el Ateneo de Madrid con la presencia del propio poeta, quien le firmó un ejemplar. Tomás Bretón se sintió atraído por el tema de la lucha de los indígenas y los colonizadores españoles, tan bien representado en el personaje protagonista, que simboliza la unión de los dos pueblos. Sin embargo, al intentar trabajar sobre el texto sintió la necesidad de conocer directamente el ambiente en que se desarrollaba la acción, al igual que le ocurrió con sus óperas anteriores. Eso no fue hasta 1910; su visita al continente americano, su vegetación tan rica y exuberante, le dio impulso para su nueva ópera, apenas unas breves impresiones le bastaron para reiniciar el trabajo abandonado años ha.
Cuenta Zorrilla de San Martín que le llegó una carta, fechada en Buenos Aires, de Tomás Bretón, el insigne músico español, pidiéndole “autorización, y también concurso intelectual para llevar a ejecución su pensamiento”. La autorización no se hizo esperar “para que hiciera, en buena hora, su ópera Tabaré”.
Antes de Bretón, el tema de Tabaré había sido tratado musicalmente por el compositor uruguayo Alfonso Brequa (1876-1946), quién en 1904 hizo una adaptación lírica sobre fragmentos del poema para voces y orquesta, estrenada en Montevideo en 1910. Al respecto, Zorrilla de San Martín indica: “El músico uruguayo ha hecho de mis versos lo que Schumann, pongo por caso, con los de Heine, su compatriota alemán; ha traducido en música los versos mismos. Y lo que Bretón va a hacer es otra cosa; la ópera, género que me parece menos intenso que el otro, por lo más extenso, no es solo deleite difuso del oído; lo es al par concreto de los ojos y de la atención. No basta, para que haya ópera, que se oiga música; es preciso ofrecer espectáculo, color, personajes visibles, fábula interesante, acción dramática, ¿La hay suficiente en Tabaré? Ese fue el problema que yo sometí a la consideración de Bretón al contestar su carta”.
Bretón compuso la ópera en muy poco tiempo. La escritura del libreto la inició a su regreso de Buenos Aires en noviembre de 1910, concluyéndolo a finales de ese año. Un libreto, por cierto, demasiado concentrado y poco comprensible. Pero, según el propio Bretón, la principal causa de que él tomara las riendas de los libretos de sus obras era la ausencia de libretistas interesados en trabajar en el género operístico. A continuación se puso a trabajar en la composición musical que le llevó hasta mediados de 1912. Posee unas dimensiones mucho más reducidas que las de sus anteriores óperas. En sus últimas manifestaciones el maestro salmantino repetía su aprecio por esta su penúltima ópera estrenada y última acabada. Su estreno en el Teatro Real se produjo la noche del domingo 26 de febrero de 1913 y hubo dos representaciones más (los días 2 y 5 de marzo), recibidas con éxito. Su intento de reposición fue en vano; incluso, su intento de estrenar en Barcelona en 1916. Tabaré cayó así en el olvido.
Sin duda, la música de Tabaré refleja la madurez del estilo final de Bretón, destacando por la personal integración de rasgos musicales muy variados que maneja con coherencia dramática. Evidente la referencia wagneriana, pero también se acerca con cierta timidez a estéticas más modernistas cuando quiere mostrar exotismo usando escalas pentatónicas que recuerdan sonoridades de Debussy. Su partitura, que es un continuo, grandilocuente en sus actos primero y tercero, ofrece una orquestación brillante rica en sonoridades y cromatismos con páginas bellas e inspiradas, con pasajes ambientales. Un ejemplo de ello es la hermosura del cuarteto (andante religioso) del final del tranquilo segundo acto. Ramón Tebar fue el encargado de la exposición musical, meritoria, pero en su recorrido se perdieron la riqueza de muchos matices y sutilidades que en sí la partitura apunta y que la Orquesta de la Comunidad de Madrid descuidó y desaprovechó. Complicada la parte de los coros que estuvo bien preparada por el maestro Fauró.
El quinteto vocal que requiere la obra, en mayor o menor medida, es exigente, con un tratamiento vocal dramático, y así el Teatro de la Zarzuela proporcionó el reparto. Destacó Juan Jesús Rodríguez (barítono) como Yamandú, guerrero charrúa, ajustado a su papel, y Alejandro del Cerro (tenor) en el rol del capitán español Gonzalo de Orgaz, afortunada su entrega al personaje luciendo una sobresaliente voz. Solvente en su corto papel la bielorrusa Marina Pinchuk (mezzosoprano), como Luz, hermana de Blanca. Mostró su buen canto y consistente voz Luis López Navarro (bajo), interpretando el doble personaje del religioso español Padre Esteban y a Siripo, anciano charrúa. Más dificultades encontraron los papeles protagonistas: Andeka Gorrotxategui (tenor) como Tabaré, cuya parte está escrita en terrible tesitura, pudo aguantar a duras penas los esplendidos agudos que la partitura pide. Tuvo que recurrir a dosis de agua y finalmente llegar a la extenuación. Maribel Ortega (soprano lírica) le correspondió interpretar a Blanca, joven española. Es su primera actuación en este teatro. Su voz, de excelentes condiciones habitualmente, le respondió con irregularidad. Esperemos oírla en mejor ocasión. Cumplieron bien David Oller (barítono), el ucraniano Ihor Voievodin (bajo-barítono), César Arrieta (tenor) y Javier Povedano (barítono), como soldados españoles.
El público recibió y despidió esta obra de Bretón con satisfacción y fuertes aplausos, consciente de haber escuchado un trabajo operístico de madurez.
Manuel García Franco