MADRID / Suculento menú de Enrike Solinís para despedir la temporada de La Stravaganza
Madrid. Iglesia Alemana. 11-V-2024. Ciclo de conciertos La Stravaganza. Enrike Solinís, cuerda pulsada. Obras de Dowland, Buxtehude, Bach, de Visée, Sanz et al.
El ritual de los conciertos de música clásica impone unas reglas que, teniendo sus virtudes –como ha señalado Pablo J. Vayón en un reciente artículo– da gusto de vez en cuando saltarse, sobre todo si el hecho de transgredir ciertas convenciones no pone en riesgo el placer de escuchar la música en un clima de respeto y silencio. No es habitual, por ejemplo, encontrarse al intérprete antes del concierto fuera del escenario, tranquilamente sentado enredando con su instrumento (uno de ellos en este caso). Es como lo de ver a la novia antes de la boda, parece que trae mala suerte. Tampoco es frecuente que no sólo no haya programa de mano sino tan siquiera programa de concierto. Ni que el solista irrumpa tocando al son de su instrumento en la iglesia sin previo aviso o que rompa esa imaginaria cuarta pared para dirigirse e interpelar entre pieza y pieza al público y que éste pueda preguntar al músico. Son prácticas todas ellas que el teatro hace tiempo que ha convertido en costumbre pero extrañas a un concierto de música.
Enrike Solinís es un músico heterodoxo, poco amigo de las rigideces y formalidades, que afronta sus recitales –palabra que supongo no le gustará pero alguna hay que emplear– como encuentros entre amigos. En los últimos meses han aparecido varias reseñas de sus conciertos en esta revista pero de todo ellos el que nos ocupa es seguramente el más singular, quizás el último de Betanzos es el que más se le pueda acercar. Para que se hagan una idea, lo más parecido que se me ocurre es compararlo con un restaurante en el que no hay menú: el comensal se pone en manos del chef, que le va presentando y explicando platos variados de su creación. Algunas de las mejores experiencias gastronómicas que servidor ha vivido se ajustan más o menos a este esquema. Pues esto es más o menos lo que nos ofreció Solinís, sin parafernalia y con un incontenible espíritu pedagógico.
Me perdonarán que no les consigne pormenorizadamente el orden de los platos, algunos ni siquiera sé qué ingredientes tenían. Simplemente les diré que por la Iglesia alemana de Madrid desfilaron piezas medievales anónimas tocadas con guiterna, música renacentista española e inglesa –Dowland incluído– tañida con laúd renacentista; varias transcripciones de Buxtehude al laúd, la Suite en do menor BWV 997 de Bach con un laúd alemán diferente del anterior, Robert de Visée a la tiorba y para terminar, turno para la guitarra barroca con unas marionas y los inevitables canarios de Gaspar Sanz. Un auténtico festín de sabores y elaboraciones servidos con la habitual excelencia técnica y con ese don de Solinís para que, en medio de un ambiente absolutamente relajado y desenfadado, emerja la poesía.
Hace menos de medio año nos hacíamos eco del inicio de la primera temporada de La Stravaganza, la quimérica iniciativa de Ismael Campanero para ofrecer un ciclo de conciertos con propuestas y formatos originales en pleno centro de Madrid. De ello hemos disfrutado aficionados –esperemos que la próxima temporada sean más– e intérpretes a partes iguales. Gracias a iniciativas como esta, totalmente altruista, nacida de un sincero y apasionado amor a la música, conciertos tan singulares como este de Solinís son posibles. Repetimos lo que dijimos tras el primer concierto: larga vida a La Stravaganza. La próxima temporada, con nuevos conciertos, ya nos está esperando.
Imanol Temprano Lecuona