MADRID / Sonidos arcanos y lejanos
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 25-II-2023. 50º Ciclo de Grandes e Intérpretes de la Música (Universidad Autónoma de Madrid). Letty Stott, cornu romano. John Kenny, cárnix celta. Camerata Antonio Soler. Director: Gustavo Sánchez. Obras de Debussy, B. Rueda, Redmann, Pogolski, Almila, Satie y Rossner.
La temporada de conciertos de la Autónoma está introduciendo este año algunas novedades; músicas curiosas, antiguas, instrumentos de raro uso. Buen ejemplo esta sesión caracterizada por la presencia de dos instrumentos milenarios, dotados de insólitas sonoridades, que en este caso se han acoplado a composiciones de nuevo cuño y proporcionando con ello experiencias acústicas verdaderamente inusuales.
Hace unas semanas nos topábamos en el mismo escenario con un concierto protagonizado por Abraham Cupeiro, un investigador e intérprete de estas y de otras fuentes sonoras. En este caso, y dentro de un planteamiento más riguroso y creativo, hemos seguido la intervención de dos de esos ingenios, envueltos en pentagramas de hoy, redactados justamente para acompañarlos y servirlos.
La Serenata para cornu y orquesta de cuerda de Enrique Rueda intenta, en palabras de su autor, envolver la enorme dulzura del sonido solista, tan misteriosamente poético, con el de las cuerdas tradicionales. Por momentos creemos percibir un grato aire bartokiano. Compases de marcha acelerada, ostinati, trabajo sul ponticello conducen a un cierre suave y evocador sobre el que planea el timbre del instrumento solista, tocado con gracia por Letty Stott, que no pudo evitar alguna que otra nota falta de pureza. Volvió la artista para enfrentarse, al final de la primera parte, al Ritual para cornu y orquesta de cuerda de Mark Pogolski, que dibuja un pedal para la poética entrada de la solista. Sobre un paisaje lunar suenan pizzicati y evocamos un curioso aire de czarda en medio de la evocación de los rituales de los antiguos romanos.
Música bien sonante y esbelta, lejos del drama Más interesante nos pareció el Cryptic Concerto de Bernd Redmann con el cárnix como protagonista. Un gigantesco tubo de dos metros coronado por una cabeza de jabalí. Sonoridades profundas parecidas a las de un moderno trombón o bombardino. Previamente, el solista, Kenny, se lució en una exhibición demostrativa en el patio de butacas. Y tocó, ya con el pabellón sobre el atril, divinamente, la refinada partitura, de técnica puntillista, poblada de silencios y aire danzable a lo largo de un discurso plagado de obsesivas aceleraciones. No hubo en todo momento un perfecto encaje solista-tutti. Se quiere ilustrar, en palabras del autor, “la memoria mística de un tiempo lejano gana un nuevo futuro en un concierto críptico”.
En la Barcarola de Atso Almila se exploran todas las posibilidades del cárnix. Asistimos a una visión sonora “de un viejo navío navegando con sus remos entre la niebla y con el solista advirtiendo de que el barco llega a cuantos se encuentran próximos”. Observamos ciertos efectos de un diluido minimalismo en medio de atrayentes efectos tímbricos y de pasajeras frases de un melodismo esencial. Todo iba dirigido a que el concierto concluyera con un estreno absoluto: Echoes of the Ancients de Lior Rosner, un Concertino para cárnix, cornu y orquesta dedicado a la memoria del profesor Francisco Tomás y Valiente que recordemos fue asesinado por ETA en febrero de 1996.
La composición se divide en tres partes, cada una de ellas encabezada por un breve poema en inglés de James Lorick. El último de ellos se cierra con estas palabras: “Además de mis mortales limitaciones y aprehender un mundo transfigurado por la luz, la esperanza y la paz”. La obra se desarrolla con técnica cinematográfica, como colección de imágenes. Cosa nada rara considerando que Rosner es autor muy conectado con el cine. Se escuchan motivos repetidos. Atractivo el arranque, como un suspiro, en la voz aguda de los violines. El segundo episodio tiene algo de cinegético. Una singular melodía es repetida por el tutti y el cornu. Todo queda en suspenso para el final, en donde aparece una figura rítmica repetida en un ilustrativo crescendo.
Felicitaciones a los dos magníficos solistas que nos hicieron sumergirnos en mundos arcanos en el curso de estas músicas más bien tradicionales pero eficaces y bien diseñadas, con oficio e incluso buen arte. Para que todo funcionara correctamente se contaba con la profesionalidad, el buen oficio y el buen y atento hacer de la Camerata Antonio Soler, algo reforzada para la ocasión, que tocó afinada y expresivamente bajo el mando seguro, batuta clara, con los precisos subrayados, los compases bien medidos, de su titular, Gustavo Sánchez, que controló con pericia y elegancia un programa que se tocaba por primera vez y que se completaba con sendos arreglos de 3 Epígrafes antiguos de Debussy (firmado por Mateo Soto) y la Gymnopedie nº 1 de Satie (firmado por Ginés M. Vera). Mención especial para el atareado percusionista Pablo Sánchez.
Hubo dos bises: otro arreglo, este del famoso himno universitario Gaudeamus Igitur, debido a Redman, gracioso y chispeante, y una repetición del segundo movimiento de la obra de Rosner. Y todos tan contentos. Incluso Tomás y Valiente, si es que llegó a seguir la velada desde donde more.
Arturo Reverter