MADRID / Sensacionales Fischer y Academy of St Martin in the Fields
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 18-V-2022. Temporada de Ibermúsica 21-22. Academy of St Martin in the Fields. Directora y violín: Julia Fischer. Obras de Mozart, Schubert, Britten y Shostakovich.
Más que interesante el programa planteado por Julia Fischer (Múnich, 1983) con la Academy of St Martin in the Fields, en recuerdo del añorado (y también muy ligado a la formación) Radu Lupu, porque ninguna de las obras interpretadas es de las que se están escuchando todos los días, aunque, curiosamente, las Variaciones sobre un tema de Frank Bridge de Britten aparecieran en el ciclo de Ibermúsica, interpretadas por la misma formación, hace seis años.
La primera parte se abrió con el delicioso Rondó para violín y orquesta D 438 de Schubert. Dice bien Pablo L. Rodríguez en sus notas al programa al señalar como esquiva la relación de Schubert con las piezas concertantes, algo de lo que da testimonio lo limitado de su producción, limitada a un par de obras para violín. El Rondó en cuestión es una pieza encantadora, muy vienesa y luminosa (el Schubert que apenas ha llegado a la edad adulta aún está lejos de la mayor densidad de sus obras maduras), elegante y sonriente. Le siguieron las mencionadas Variaciones de Britten sobre un tema de su profesor, Frank Bridge, partitura de 1937 en la que se suceden hasta diez variaciones de muy diverso carácter, desde el misterio de la primera (Adagio) a las parodias de la Bourrée classique o el Wiener walzer, aunque es sin duda la última, Fuga y final, la más elaborada.
En la segunda, otro Rondó, esta vez el K 373 de Mozart, abrió el fuego, nuevamente en un clima de elegante alegría y canto. Saludable aperitivo para la obra más demoledora del día: la Sinfonía de cámara op. 110a de Shostakovich, arreglo de Rudolf Barshai del Octavo Cuarteto de cuerda del compositor ruso. Música opresiva, con obsesiva repetición del famoso motivo de sus iniciales de nombre y apellido (DSCH), vehículo de una angustia estremecedora. Obra, en fin, de las que deja exhausto el saco de las emociones. Es obvio que Shostakovich no fue, en efecto un héroe. El que suscribe no entiende, no obstante, la incomprensión que desde algunos círculos se vierte hacia la difícil situación que vivió. Creo que Alex Ross tenía razón cuando señaló hace años que “la urgencia de Shostakovich por desafiar a la autoridad siempre estuvo modulada por su instinto de supervivencia”. Tal vez conviene situar tal instinto en el contexto del terror de la Unión Soviética de Stalin y Jrushchov antes de poco menos que situar al compositor como un despreciable defensor del régimen, algo que, sin duda, no era.
La violinista bávara Julia Fischer es, sin lugar a discusión, una superdotada. No abundan (aunque ella no es tampoco la única) supertalentos capaces de encaramarse a la elite de los violinistas mundiales y al mismo tiempo despachar, con un nivel mucho más que solvente, conciertos pianísticos como el de Grieg. Fischer extrae de su instrumento un sonido redondo y bello, tal vez no especialmente grande, pero de un colorido exquisito, ayudado por una afinación siempre precisa, un vibrato justo, nada tenso y una articulación de sobresaliente claridad. Elementos todos ellos que Fischer pone al servicio de un discurso musical de envidiable intensidad, elegancia y coherencia.
No fue pues, de extrañar, que su violín brillara con excelencia en sendas soberanas interpretaciones de los Rondós de Schubert y Mozart, dibujados con un cantable refinado, variadas pero siempre ajustadas inflexiones y acentos y virtuosismo fácil, natural, alejado de artificiosa aparatosidad, pero absolutamente eficaz para obtener un resultado tan brillante como musicalmente atractivo.
En las otras dos obras del programa, Fischer ocupó la posición de concertino, y desde ese primer atril ofreció interpretaciones sencillamente magistrales de las partituras de Britten y Shostakovich. Existen orquestas de cámara muy buenas, y algunas, no tantas, realmente excepcionales. La Academy of St Martin in the Fields, que Sir Neville Marriner fundara en 1958 (y sobre cuya filosofía fundacional el firmante tuvo la ocasión de charlar con su fundador en la entrevista que le realicé en 1991, publicada en el número 55 de SCHERZO), es sin duda una de ellas. Pocas semanas después de que nos visitara la Orquesta de Cámara Franz Liszt (reclutada como reemplazo de los previstos Virtuosos de Moscú, cuya visita fue inevitablemente cancelada tras la invasión rusa de Ucrania), el concierto de ayer reveló la diferencia que hay entre una orquesta muy buena y una sencillamente excepcional.
Intensa, contrastada, maravillosamente ejecutada la partitura de Britten, incluyendo la complicada y múltiple división de papeles en el último movimiento. Ejecutada con pasmosa perfección y empaste en todas las secciones. Y estremecedora, emocionante la de la Sinfonía de cámara de Shostakovich. Una lectura con dosis generosas de lo ya apuntado antes: angustia, trepidación inclemente (tremendo el Allegro molto), obsesión, guiños a lo grotesco, devastación anímica. Es difícil (se me viene a la cabeza la legendaria lectura de la versión original por el Cuarteto Borodin, para encontrar algo de paralela intensidad) imaginar una interpretación más intensa y mejor ejecutada que la escuchada ayer a Fischer y a esta excepcional Academy of St Martin in the Fields.
El éxito fue comprensiblemente enorme, y Fischer retomó su faceta solista para dejarnos un sabor de boca más amable, con una hermosa traducción de la Melodía, el tercero de los números del Souvernir d’un lieu cher op. 42 de Chaikovski. Un concierto realmente sensacional.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín – Ibermúsica)