MADRID / Segundo reparto de ‘Nabucco’ en el Teatro Real
Madrid. Teatro Real. 6-VII-2022. Verdi: Nabucco. George Gadnidze (Nabucco), Saioa Hernández (Abigaille), Roberto Tagliavini (Zaccaria), Elena Maximova (Fenena), Simon Lim (Sumo Sacerdote). Orquesta y Coro del Teatro Real. Director musical: Nicola Luisotti. Director de escena: Andreas Homoki.
Hay que recordar que este Nabucco reaparecido ahora en el Teatro Real ya se había disfrutado en Madrid en 1971. Entonces, el Teatro de la Zarzuela reunió a un excelente director, Nino Sanzogno, y a un importante terceto de cantantes: Elena Suliotis, Cornell McNeil y Raffaele Ariè. En su día, al Real llegó a punto de cumplirse los once años de su estreno milanés, acaecido en 1842. Este reencuentro tardío se solventa con tres buenos equipos y con cuatro barítonos para el personaje titular.
La función del estreno ya ha sido convenientemente comentada en estas páginas por Blas Matamoro. Vamos ahora con el segundo equipo —ni mucho menos inferior en calidad—, que ha estado encabezado por George Gadnidze, un cantante que dispone de las cualidades necesarias para ser un notable intérprete verdiano: voz rica y sonora, de color personal y con mordente, registro asegurado, atento en el canto, con empuje y temperamento. Con el personaje de Nabucco inicia Verdi su propio modelaje de esa cuerda que tanto privilegió: Gadnidze tradujo con claridad y sabiduría los sucesivos estados de ánimo del asirio y, si hay que ponerle algún pero al georgiano, ese sería el de faltarle algo de aristocracia canora.
Saioa Hernández es una soprano spinto que, a partir de su bello y rico centro, asciende con comodidad a las notas agudas. Ha encontrado en Verdi un conveniente aliado para su personalidad. Como Abigaille, sorteó las onerosas exigencias del papel, dando cuerpo y aliento tanto a la agresiva guerrera como a la mujer profundamente dolida. Tras un terzettino con Ismale y Fenena algo desigual, su lectura fue ganando seguridad en el aria para luego, en el dúo con el barítono, ofrecer un extraordinario momento final. Dio la sensación, no obstante, de que sucesivos rodajes en este papel proporcionarán a su interpretación un mayor contenido.
Zaccaria exige un bajo de una dilatada extensión, similar a la de Abigaille en una soprano, aunque sin sus agilidades. Necesita centro, graves cavernosos y agudos algo desmedidos. Verdi seguirá mostrándose muy exigente con sus posteriores bajos en muchos otros aspectos, pero no de semejante y anómala manera en la escritura. Roberto Tagliavini, cuya capacidad ya ha sido demostrada sobradamente, volvió a reflejar su morbidez y nobleza tímbricas, su canto de impecable línea y la posibilidad de medios (a destacar la profecía Tu sul labbro), pese a alguna nota grave un poco huidiza en una entidad más onerosa que las previamente escuchadas.
Michael Fabiano, un lujazo en el reparto, casi logra que Ismaele se convierta en una entidad importante dentro de esta ópera, cuando en realidad su rol es episódico (algo insólito en Verdi). Elena Maximova esperó para destacar a su muy bien cantada plegaria. El potente Sacerdote de Simon Lim y el resto del equipo (Fabián Lara y Maribel Ortega) redondearon la representación
El coro es el cuarto personaje decisivo en la partitura, ya que tiene de todo para lucirse. El del Real, por supuesto, cumplió con creces el desafío. Y, como en la función del estreno, bisó el Va pensiero, algo que sin duda se verá obligado a hacer en funciones sucesivas. La orquesta fue, en manos de Luisotti, otra decisiva protagonista de la velada: el joven Verdi sonó con toda su fuerza, sensibilidad y autoridad.
El montaje de Homoki, muy trabajado en la dirección de actores (a veces demasiado y sin mucha lógica), se movió coherente dentro de un tenebroso concepto que no parecía encajar con el original de Solera y Verdi.
Fernando Fraga
(Fotos: Javier del Real – Teatro Real)