MADRID / Sarah Davachi, sincera y exigente idea de belleza
Madrid. Centro de Cultura Contemporánea Condeduque. 29-IX-2023. Sarah Davachi, órgano Hammond.
Cualquier oyente familiarizado con la creación contemporánea sería capaz de poner sobre papel un buen puñado de referencias ante la escucha de la música de la activa compositora y organista canadiense Sarah Davachi (1987). Su pensamiento estético, asido a la drone music, a los mínimos y suculentos accidentes acústicos que suscitan los tonos puros tiene, desde luego, que ver con la escucha profunda de Pauline Oliveros, con las oscilaciones y fantasmagorías de Alvin Lucier o con la inmensidad electroacústica de Éliane Radigue. Se podría decir que Davachi otorga un punto de mayor delicadeza, de especial confort, sin que esto desprenda su propuesta un ápice de la piel de lo experimental.
Acudió a Madrid para inaugurar el ciclo SoundSet Series, de Condeduque, y lo hizo con una obra de su catálogo, Lower Visions II (2021) para órgano eléctrico, pieza de duración variable (de 20 a 60 minutos; en la versión ofrecida unos inexactos 48 minutos). Por cierto el título de la misma no se hacía constar en ningún sitio -solo en una publicación en Facebook de la autora-, lo que redunda en la idea, al menos de los programadores, de presentar más una performance sonora que un concierto al uso que, consecuentemente, es lo que fue.
Es fácil preguntarse por la necesidad de una propuesta de estas características, ante un escenario prácticamente a oscuras, con un instrumento cuyo teclado se hurtaba a la visión del público y frente a una intérprete/compositora de parca gestualidad. La música de Davachi resulta intensamente conmovedora en disco (donde se prodiga con frenética actividad) y deviene en una experiencia compartida y accesoria en concierto. Lo que se pierde en concentración se gana en amplitud acústica y colectividad. Más aun, Davachi, como otras popes actuales de las músicas más osadas, la compositora electrónica Kali Malone o la violonchelista Lucy Railton, aprovechan una mínima escenificación prestada del pop para apelar al reducido pero militante fenómeno fan que son capaces de concitar.
Todo ello ha sido por completo ajeno a los compositores y compositoras de cuyas fuentes beben aunque, no por ello, exista nada censurable en una pizca de impostura, ya en conciertos con barniz de ritual sonoro, ya en la venta de camisetas alusivas a una creación que, en lo que concierne, es excelente. Claro que habríamos deseado oír a Davachi en alguno de los órganos eclesiales de Madrid, donde su meditativa música se vería agrandada por la holgura espacial y la acústica. También es de ruego que algún programador presente un concierto dedicado a su música de cámara: el Cuarteto Bozzini ha grabado una versión de Long Gradus, una monumental partitura de pétreo minimalismo. Con todo, la pieza ofrecida, Lower Visions II (de la que el disco In Concert & In Residence documenta una breve versión de un cuarto de hora) da buena muestra del trabajo de la canadiense con la just entonation y con su personal asimilación.
En el ensimismamiento de una música enroscada sobre sí misma, en el aleteo embelesado de unas notas retenidas en acordes que parecen infinitos, en el hiss o silbidos de unos altavoces que, durante minutos, parecieron coquetear con la estética del error, es donde se ha de buscar el desnudo encantamiento de una música que, por encima de sus contornos experimentalistas, abraza sin ambages una idea de belleza hasta cierto punto romántico, de un goticismo literario que parece haber encontrado una traducción sonora en la música de Davachi. Si bajo este exigente prisma el público es convocado (como sucedió con generosa entrada) y se siente apelado, bienvenido sea.
Ismael G. Cabral