MADRID / Regina Ibérica ofrece un gustoso coctel de música barroca española
Madrid Palacio Real de Madrid. Real Capilla. 18-4-2024. Regina Ibérica. Delia Agúndez, soprano, y Víctor Sordo, tenor. Solo amor es deidad. Obras de Torrejón de Velasco, Arañés, Sergueira de Lima, Hidalgo, Durón, Literes, Del Vado y Anónimos.
Hacía tiempo que no veíamos y escuchábamos a Regina Ibérica, este notable grupo dedicado a servir y recuperar valiosas piezas de nuestro repertorio musical barroco. Hemos comprobado que, pasados los años, continúa en forma sobre la firme base de su directora y clavecinista Laura Casanova, que sigue sabiendo conducir al conjunto por los vericuetos ideales para, sin dejar de respetar el estilo y la sonoridad adecuada de los instrumentos de época, sorprender con hallazgos expresivos muy jugosos, en virtud de lo cual hemos podido disfrutar de una velada muy amena e instructiva en el esplendoroso marco de la Real Capilla. Su acústica, determinada por la gran bóveda, no es absolutamente ideal, pero permite al menos que los distintos timbres queden suficientemente personalizados.
Ante nuestra vista y oídos fueron desfilando músicas, la mayoría vocales, de variado pelaje, sonoridad, rítmica y estilo, siempre dentro del espacio temporal que va de mediados del siglo XVII a mediados del XVIII. Todas ellas imbricadas en tres bloques titulados Morir de amor, Que quiero y no quiero y Ay vida mía. Composiciones jugosas, de signo generalmente popular, coplas sorprendentes que en muchos casos juegan al equívoco. El compás ternario dominó la primera obra, Cuando el bien que adoro, de Torrejón de Velasco, que incorpora frecuentes repeticiones e imitaciones, diálogos y frases a cappella.
Los dos solistas vocales mostraron desde el principio su idoneidad. Delia Agúndez con su voz ligera y aérea, de poca consistencia en el grave, de emisión en ocasiones fija, se mostró expresiva, graciosa y segura y bordó su cometido en la desternillante Con amor se paga el amor de Juan del Vado, que se ofreció al final como bis. A su altura el experimentado Víctor Sordo, tenor ligero de atractivo espectro, de sonidos abiertos en la franja superior y de fraseo claro, preciso y bien ahormado.
Excelente pareja que se lució en las demás composiciones. como en Dígame un requiebro de Arañés, de constantes repeticiones y un muy bello y expresivo giro final. En Mares, montes, vientos de Sergueira de Lima, de esquema A-B-A, especie de aria de tempesta, admiramos la entereza del tenor y su firmeza en el ataque. Hermoso diálogo en Dulce ruyseñor de Hidalgo, con el acostumbrado juego de imitaciones. Sordo se lució en el semirrecitado de Ay de mí, que el llanto y la tristeza, y enseguida Agúndez, en feliz diálogo con la viola de gamba, tañida exquisitamente por Sara Ruiz, dibujó con finura muy hermosos melismas.
A continuación escuchamos la cantata Déjame ingrata llorar de Antonio de Literes (cuyo manuscrito figura en Cardiff), con sus recitados, aria y arieta ariosa, Trátala bien, adorado rigor, donde fue protagonista de nuevo la viola de gamba. Para cerrar la primera parte se nos ofreció un recitativo y una arieta a dúo de la zarzuela Las nuebas armas de Amor, de aire muy vivo, entonada a dos voces. Pieza que precedió a la segunda parte de la sesión iniciada con una exhibición del violoncello, una suerte de suite de danzas, en las que mostró su dominio y su hermosa sonoridad Antoine Ladrette.
Luego nos divertimos con la picardía del anónimo Es el amor, ay, ay, la elocuencia de Ay, que sí, ay, que no, de Hidalgo, con estratégicos pespunteos de la guitarra de Nacho Laguna, muy hábil también con la tiorba, trinos vocales incorporados. Ay, amargas soledades, un anónimo con texto de Lope de Vega, nos encandiló con su dúo a cappella, donde estuvieron muy bien los dos solistas vocales. Como cierre se nos brindó, de la más conocida zarzuela Viento es la dicha de amor de Nebra, Ay dios aleve, una combinación de aria –lenta y triste– y coplas. Un variado coctel; digno colofón de un muy divertido concierto, que discurrió bajo la atenta mirada desde el clave de Laura Casanova, que logró una general conjunción; y el aplauso cálido de un público que colmaba la Real Capilla.
Arturo Reverter