MADRID / Polonio y De Alvear, la música al infinito y una reivindicación justa
Madrid. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Auditorio 400). 13-II-2023. Eduardo Polonio, música hexafónica. Ana de Alvear, vídeo multicanal. Un día como hoy.
Sirva una perogrullada para romper el hielo de esta reseña: el mejor homenaje que puede hacérsele a un compositor es programar su música. Y hacerlo con arrojo para que esta se exprese por sí sola, ya sea en sus grandezas o en sus desperfectos. Uno de los tres conciertos más importantes que el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) ha programado esta temporada en materia de música actual es este que nos concierne ahora. Precisamente por ocupar una sesión íntegra con una sola obra, encargo y estreno absoluto. 60 minutos de música electroacústica con el aliciente añadido de un vídeo multicanal; Un día como hoy, videoproducción para tres paredes y electrónica (2022), obra de Eduardo Polonio (1941) y de la videoartista Ana de Alvear (1962).
Regresaba así el maestro Polonio al Auditorio 400 del Museo Reina Sofía con un aforo prácticamente lleno, reconocimiento explícito a una trayectoria como pionero y gran factótum de la composición electroacústica en España. Lo hacía en compañía de Ana de Alvear, con quien en este mismo espacio presentara en 2010 la sesión titulada Beyond Us. Polonio ha atravesado diversos estadios creativos pero lleva años instalado legítimamente en la profundización y decantación de una estética gaseiforme que comenzó a aquilatar en la obra Trois moments précédant la genèse des cordes (2001).
Desde el punto de vista estrictamente contemporáneo, el lenguaje de Polonio es incontestablemente suyo y nada, no en contra de otras tendencias actuales (no hay ningún afán contestatario en su quehacer), pero sí, seguramente, convencido y encantado ante un trabajo sonoro que tiene mucho de nostalgia por los años grandes de la creación electroacústica. También nombres del inmediato pasado como Bernard Parmegiani o Luc Ferrari insistieron en permear hasta sus últimas obras con la baraja de rasgos identificativos de su música. Lo siguen haciendo, hoy mismo, otros popes, como Polonio, de la música electrónica, se piensa en Francis Dhomont o Eliane Radigue (esta última ahora desde lo puramente acústico).
Un día como hoy es, entonces, una obra resumen de la poética del compositor madrileño. Conviven en ella esquejes de la soberbia y abisal Lábrys (2007), se retoman las capas y capas y sus resonancias crepitantes de Qué hacen todos estos girasoles mirando hacia Japón (2015) y se profundiza amplificando en duración y connotaciones espaciales en el tono espumoso de Un día es un día (2021). Comparte mucho este postrero Polonio con un inmenso colega de los circuitos y la cibernética como el recientemente recuperado Roland Kayn; vaivenes conexos, una electrónica de fluidos punteada por pequeños y dispersos cataclismos.
Pero también, y aunque las sonoridades modulares y de síntesis de Un día como hoy tengan poco o nada que ver con la electrónica más puntera que se practica en los laboratorios y desde infinitos e impersonales laptops, hay en este imponente fresco una modernidad que nace desde la propia concepción artesanal del medio que tiene su autor. En este vasto paisaje electrónico nos pareció atisbar concomitancias con una obra del space ambient más experimental como es Space Music, del grupo Nurse with Wound. Polonio no siente la tentación de avasallar en la escucha, tampoco pretende deslumbrar, practica un arte de la seducción coclear, trata de familiarizarnos con sus artefactos sonoros, diseminados aquí y allá, todo envuelto en un ambiente nebuloso que necesita tiempo para envolvernos, para encontrarnos dentro del sonido.
Tampoco fue incitado por las panorámicas cósmicas de Ana de Alvear proyectadas en tres inmensas paredes. Música e imágenes (que precisaron sí un mayor énfasis en la definición, acaso algo mermada por el color de las paredes) se encontraron cómodamente, se amalgamaron, más que dialogaron; porque si acabaron haciéndolo fue más fruto del azar que de lo concienzudo. La artista visual no esquivó el recurrir a determinados elementos figurativos, muy fugazmente empleados, insertos en una cosmogonía de planetario que sirvió como tapiz para colorear las eclosiones sónicas de Polonio. Un curioso y marciano personaje que parecía gobernar una nave espacial (simpático trasunto naíf de Robby el robot del filme Forbidden planet (Fred M. Wilcox, 1956)) ofreció ese tono cándido que muchas veces caracteriza el trabajo de Alvear quien, desde el escenario, realizó una espontánea reclamación, a la que nosotros, desde Scherzo, nos sumamos: Eduardo Polonio merece ya de una vez por todas que le sea otorgado el Premio Nacional de Música.
Ismael G. Cabral
(Foto: Elvira Megías / CNDM)