MADRID / Piotr Beczala, entre Polonia e Italia
Madrid. Teatro Real. 1-V-2021. Piotr Beczala, tenor. Orquesta Titular del Teatro Real. Director: Lucasz Borowicz. Obras de Moniuszko, Giordano, Zelenski, Mascagni, Paderewski, Puccini, Nowowiejski, Glinka.
En su regreso al escenario madrileño, tras su exitoso homenaje a Alfredo Kraus, el tenor polaco Piotr Beczala ofreció un programa acorde con su trayectoria y actual madurez. Su carrera ha sido un ejemplo de evolución y variedad de repertorio, pasando de los primerizos personajes mozartianos (Don Ottavio, Tamino, Belmonte, así como un Jaquino beethoveniano) a, escalonándolos o compatibilizándolos siempre en terrenos preferentemente líricos, Jenik de Smetana, Elvino, Alfredo Germont, Edgardo, Lensky, Roméo, Faust o Rodolfo pucciniano, para llegar finalmente, preparado y seguro, a Werther, el Príncipe de Rusalka, Riccardo de Un ballo in maschera, Rodolfo de Luisa Miller y un Lohengrin estrenado en Dresde y cantado más tarde en el Festival de Bayreuth.
En esta velada madrileña, nacionalismo y verismo se entrelazaron servidos generosamente por una voz que ha ganado densidad, presencia y spinto, sin perder por ello limpieza de emisión. La belleza de esa voz es ahora algo más oscura en el centro-grave, con unas notas altas de potente y dorada luminosidad. Una voz siempre rica, sonora y esmaltada, que conecta y conquista de inmediato al oyente.
Nunca el tenor perdió de vista en su carrera el repertorio patrio, llegando a medirse, por ejemplo, hasta con el Rey Roger de Szymanowski. De hecho, las cuatro arias polacas programadas aquí ya las había incluido en un disco de 2009 con el mismo director acompañante. De Halka de Moniuszko, siendo como las otras tres de difícil escucha fuera de sus fronteras nacionales, cabe recordar que una de aquellas compañías que nos visitaban antaño la ofreció en 1976 en el Teatro de la Zarzuela.
Lucasz Borowicz, para iniciar la sesión, dio cuenta de su clase con una briosa lectura de la poco convencional obertura, que no está exenta de interés, ya que adelanta algunos temas que luego reaparecerán en la ópera. Ello motivó de alguna manera al tenor para interpretar el aria de Jontek, con la que se cerró la primera parte del recital, exponiéndola en todo su variado desarrollo.
Antes se le había escuchado la página principal de Janek de Zelenski, partitura estrictamente contemporánea de Tosca, aunque a menudo merezca comparación por su tema con Cavalleria rusticana. Momento de tenso pero controlado aliento hasta el desahogo final, con dos notas agudas esplendorosas, todo ello convenientemente traducido por el cantante.
Ya en la segunda parte, le llegó el turno a la gran escena de Stefan en Straszny Dwor (traducida por estos lares como La mansión embrujada) y también a Moniuszko, extraordinario fragmento por la riqueza melódica y expresiva que ofrece al intérprete, así como por su variedad expositiva. El tenor no desaprovechó la ocasión para exhibir en ellas su voz caliente y poderosa. La parte polaca se cumplimentó con una muestra de La leyenda báltica de Nowowiejski, que disfruta de un amplio desarrollo cantable a lo largo de la tesitura tenoril. No aporto nada nuevo a lo ya escuchado, sino simplemente valió para seguir disfrutando del inspirado y entregado protagonista.
Para la parte italiana, los cuatro personajes elegidos pasaban del ánimo más poético de Chénier al más exultante triunfalismo de Calaf, codeándose con la pasión juvenil de Des Grieux y la amarga despedida materna de Turiddu. Rica exposición de sensaciones. En la primera, Come un bel dì di maggio de Chénier, se pudo escuchar a un Beczala cuidadoso con el texto y matizando un crescendo expresivo que, asimismo, mantuvo luego en el Turiddu mascagniano, donde logró añadir un toque de melancolía.
Hubo dos arias Puccini. En Donna non vidi mai de Des Grieux, la ardua escritura no le dio problemas ni le impidió trasmitirla con el debido entusiasmo del Caballero. Para concluir, Beczala ofreció un esplendoroso Nessus dorma como corresponde, sin olvidarse de controlar la entrega vocal para dar un contenido mucho más íntimo.
Borowicz, habitual acompañante de artistas coterráneos y compañeros de Beczala (Podles, Kweicien), ha desarrollado en paralelo una destacada carrera concertística. Dio la brillantez que requiere a la bien conocida obertura de Russlan y Ludmila de Glinka, y extrajo el jugo que permite la orquesta del teatro, que se lució tanto en obras que le son más comunes (intermedio de Cavalleria) como en las que le son más ajenas (un nebuloso y sutil Nocturno de Paderewski orquestado por el propio Borowicz).
Un último inciso: Paderewski, que fue un célebre pianista, cuenta con una ópera de cierta popularidad en Polonia: Manru. Su aria de tenor ha sido ocasionalmente tenida en cuenta por colegas de Beczala (y por otros, no solo polacos). Podría haberse incluido en un recital que el desprendido cantante redondeó con tres arias (Cavaradossi, Loris Ipanoff, Don José) y una popular canción polaca susurrada, mórbida, hermosísima y en prolongada mezzavoce. Cuatro valiosos regalos conclusivos.
Fernando Fraga
(Fotos: Javier del Real)