MADRID / Pinnock y Pires, al alimón en el Auditorio Nacional
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 9-II-2023. Temporada de La Filarmónica. Maria João Pires. Orquesta del Mozarteum de Salzburgo. Director: Trevor Pinnock. Obras de Beethoven y Mozart.
La sala sinfónica del Auditorio Nacional se llenó hasta la bandera en este nuevo concierto de La Filarmónica, para recibir con merecidos honores a dos grandes nombres del mundo de la música: Maria João Pires y Trevor Pinnock, este último al frente de la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo. Un precioso programa que, confeccionado con lógica tonal, tuvo a Beethoven como protagonista en la primera parte, con la Obertura Coriolano op. 62 en Do menor y su Concierto para piano nº 3 en la misma tonalidad, mientras que la segunda parte estuvo dedicada a la Sinfonía nº 41 en Do mayor K 551, “Júpiter”, de Mozart.
La Orquesta del Mozarteum, acreedora de una larguísima historia, es una agrupación centrada en el Clasicismo vienés y de una calidad media: nada destaca especialmente, nada chirría y resulta eficaz y cumplidora. Pinnock salió al estrado haciendo gala de una envidiable vitalidad física a sus 76 años. A pesar de ser el fundador y tantos años director de The English Concert, el británico no tiene problema en adaptarse a orquestas y maneras de hacer que no participan del historicismo, aunque no por ello sus interpretaciones carecen de rigor. Digamos que su aproximación al repertorio elegido para este concierto estuvo presidida por la búsqueda de la claridad, la naturalidad en el fraseo y una visión relativamente apolínea de las partituras, alejada de claroscuros y aristas. Y así encaró esa Coriolano, con una interpretación enérgica pero no dramática, más cerca del Clasicismo que del Romanticismo que empezaba a arrollarlo todo en 1807, fecha de su estreno.
Pinnock es de esos directores que dejan bastante libertad a sus músicos y no lo marcan todo, cosa que en general se agradece, aunque en ocasiones también tiene su contrapartida, como veremos más adelante. Destacó la preocupación por la nitidez sonora con articulaciones más bien cortas en aras de esa claridad que mencionábamos. Muy bien dibujado ese tema contrastante en modo mayor y mucho más legato, que habría ganado si el tema principal hubiera sido un poco más contundente, con dinámicas un poco más marcadas y con una cuerda grave un poco más presente.
Antes de comenzar ese monumento que es el Tercer concierto, estrenado por el propio Beethoven al pianoforte en 1803, se nos anunció que Maria João Pires había sufrido un accidente al inicio de esta gira. Y allí salió la pequeña y enorme portuguesa, cojeando de la pierna izquierda y del brazo de Pinnock, sonriente y como pidiendo disculpas. El primer violín le hizo de ayuda de cámara con ese diabólico taburete que no conseguía regular dada su situación, y tras ese momento que, curiosamente, resultó humorístico y relajado, se atacó el Allegro con brio de esa obra maestra. Vamos a decir las cosas claras: el tempo era apenas el de un allegro y no hubo derroche de brío, pero no importó nada. Y me explico: Pires tiene un cuerpo extremadamente menudo y una mano perfectamente en consonancia. Siempre ha sacado el máximo partido a sus posibilidades con un talento fuera de lo normal y una sabiduría técnica personal admirables. A eso se le añade que está muy cerca de cumplir las ochenta primaveras. Y ustedes pensarán que le estoy perdonando como recuerdo de una estupenda carrera, por respeto a tiempos pasados, etc. Pues nada de eso, su interpretación fue magnífica, porque hizo lo que ha hecho siempre: dominar técnicamente las partituras exprimiendo sus medios físicos, frasear maravillosamente y con gran fidelidad a la partitura y regalarnos unos pianissimi fuera de serie, como en ese precioso Largo.
Para alguien como yo, que sabe lo que es ser pianista y tener la mano pequeña, es maravilloso ver cómo la vuelca prácticamente entera sobre los meñiques para soltar el peso del brazo y sacar más sonido, cómo recorre las teclas atrás y adelante en los trinos para lograr mayor igualdad y fuerza, cómo adapta las digitaciones para mantener el mayor equilibrio corporal posible o cómo no duda en sustituir las octavas quebradas paralelas del final de la obra por octavas alternas para llegar tener un poco más de seguridad y conseguir un matiz de verdad forte, porque el efecto resultante es el mismo. No sé si existe una técnica pianística más eficaz que la suya ni una mayor sabiduría a la hora de elegir el repertorio.
Pinnock, con quien ha colaborado muchísimas veces, estuvo siempre atento y cuidadoso y acompañó con auténtico mimo, aunque quizá una falta de ensayos provocó que al iniciarse el presto final del Rondó se produjera un pequeño desajuste con la orquesta, que quedó inmediatamente subsanada para una apoteosis final que recibió las justas ovaciones. Como propina, la portuguesa sorprendió a propios y extraños con el Largo del Concierto nº 5 en Fa menor BWV 1056 de Johann Sebastian Bach, en una versión extática que nos dejó colgando de una semicadencia en la dominante que debería atacar el tercer movimiento, pero que sirvió para que ella recogiera tranquilamente sus gafas. Y con su sonrisa, sus gafas, su cojera y Pinnock del brazo se retiró bajo otra salva de aplausos.
La última sinfonía de Mozart fue compuesta tres años y medio antes de su muerte, en el verano de1788 y prácticamente en el mismo impulso creador que las dos que la preceden. El estilo entre solemne y jovial del primer movimiento fue muy bien entendido y expresado por Pinnock y su orquesta, que tuvieron precisamente en este Allegro vivace sus mejores momentos de la velada. Quizá esa búsqueda de equilibrio entre planos sonoros se convirtió en un principio excesivamente inamovible y por momentos se echó de menos un poco más de presencia de algunos instrumentos, particularmente las trompas e incluso los timbales, que tienen un papel destacado. Esa especie de sarabanda que constituye el Andante cantabile y que contiene ese contraste temático tan dramático careció de la garra necesaria y resultó excesivamente plano: bonito, sí, pero lejos del carácter operístico y teatral que impregna la producción mozartiana y más aún la de sus últimos años. En cuanto al Menuetto, estuvieron acertados los solistas en el Trio, aunque nos hubiera gustado oír un poco más al fagot y, en general, no hubiera estado de más acentuar un poco más el carácter danzante.
En el comienzo del cuarto movimiento fue donde las pocas indicaciones de Pinnock estuvieron a punto de provocar un gran desajuste rítmico, que fue salvado al borde de la fuga por los músicos: una cosa es la libertad y otra, la falta de brújula. Y también fue en este movimiento donde más se echó de menos unas dinámicas más marcadas, unos crescendi que partieran de menos y fueran a más, más presencia de chelos y contrabajos y un poco más de flexibilidad en las respiraciones entre frases para permitir una mejor asimilación de los cambios armónicos y de carácter. Pero Júpiter puede con eso y con mucho más y el triunfo final del dios de dioses arrancó al respetable un clamoroso aplauso, que se vio recompensado con una muy hermosa interpretación del tercer entreacto de Rosamunda de Schubert, donde los solistas de viento madera se empeñaron especialmente.
Un pequeño comentario final: vaya generación de músicos la de los que ya pasan de los setenta y qué gusto ver la salud física, mental e instrumental de la que gozan muchos de ellos, porque será un placer seguir escuchándolos y aprendiendo mientras ellos quieran.
Ana García Urcola
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