MADRID / Philip Glass Ensemble, lo mismo, lo mismo, lo mismo… pero sin ser lo mismo
Madrid. Real Jardín Botánico de Alfonso XIII. 26-VI-2024. Festival Noches del Botánico. Philip Glass Ensemble. Michael Riesman, teclados y dirección. Obras de Glass.
Había expectación por el reencuentro con una formación histórica de las nuevas músicas como el Philip Glass Ensemble. Su presencia fue anunciada por el CNDM en mayo de 2022, concierto que fue cancelado. Un año después aquella invitación se sustituiría por el acontecimiento que supuso la versión en concierto del opus magnum glassiano Einstein on the beach en el Auditorio Nacional en los atriles del Ictus Ensemble.
Sin embargo, los depositarios del sonido Glass siguen siendo los músicos capitaneados por un veteranísimo Michael Riesman, aquí presente, al menos hasta que el compositor de Baltimore diga lo contrario. En medio de una edición ecléctica, pero eminentemente de música pop, Noches del Botánico recibía a la formación sin ningún programa de mano (ni en papel ni digital) que detallara el repertorio; también con una acústica puntualmente un tanto descompensada en los graves, algo advertible no por igual en todas las zonas del aforo. Esto no quita mérito a la apuesta programativa, aunque sí son consideraciones que deben hacerse constar.
En la primera parte se ofreció Glassworks (1982) en su integridad. Una obra que, en buena medida, hizo célebre en España una recordada colección de kioscos de los años 90, Las nuevas músicas (Ediciones del Prado). Aquellos fascículos se hacían acompañar por discos en los que, tan ricamente, se hilaba una semana tras otras a Philip Glass (1937) con Suzanne Ciani, a Kitaro con Michael Nyman y así. Allí aparecieron estos Glassworks, una obra icónica en el catálogo en la que conviven varios mundos. Está aquí un minimalismo intensamente melódico (a lo new age) que presagia al compositor posterior, en Opening y en Closing, fundamentalmente. Island y Facades enuncian al músico experto en piezas de transición y en la creación de pinturas sonoras estáticas, incluso inquietantes. Y es en Floe y Rubric donde aparece el repetitivismo puro y a su manera, tan frágil como frenético, con las mismas coordenadas creativas que la música de un Steve Reich, un Terry Riley, y tan gozosamente diferente a la vez.
No hizo falta que Riesman introdujera cada capítulo de Glassworks, que se habría beneficiado así de una continuidad mayor, tal y como la grabación original de estos músicos proponía. Pero si algo demostró la ejecución es la óptima salud de la que goza este repertorio, desde el lánguido y cíclico piano inicial que introdujo el director (Opening) a la amplitud cuasi cinematográfica de Facades. A la vocalista (también teclista), Lisa Bielawa, le costó entrar y calentar la voz, pero cuando lo consiguió el ensemble devino en banda, como un mecanismo de precisión.
La segunda parte presentó una curiosa selección de cuatro páginas englobadas en lo que ellos denominan Early Works. La ópera Satyagraha es otra cosa diferente de lo ofrecido, su magnificencia quedó reducida a un esqueleto camerístico hibridado con un aparataje digital muy low-fi que no le hizo justicia. O que le hizo otra justicia, según se quiera. Si algo quedó patente en la escucha del extracto seleccionado, Confrontation and Rescue, es que Riesman y sus músicos creen fervientemente en la posibilidad de interpretar y reinterpretar estas músicas. Por más que los patrones sean minimalistas y el esquematismo de este repertorio resulte elevado, aquí y allá pueden darse opciones. Ellos no son los robots de Kraftwerk pulsando el ‘play’ y lanzando la magia; se reivindican como músicos que palpan unas partituras a la que niegan cualquier idea de canon. Fue así una vez, pero puede ser así de este modo también.
Lo mismo pudo decirse de las desacostumbradas proporciones tímbricas que alcanzó el Funeral de la ópera Akhnaten, con un gracioso (!) y pegadizo ritmo sincopado lanzado como sampler sobre el que edificaron unas figuraciones rápidas y ceremoniosas que podía haber firmado el mismísimo Wim Mertens en una de sus muchas extravagancias camerísticas. Impactantes sonaron los bucles del acto tercero de The photographer. Una hipnótica y extensa composición instrumental en la que racimos de acordes de tres y cinco notas, incluso de dos, sustentan una obra en la que el conjunto mantuvo una tensión fantástica, ya plenamente entonados. Finalizó la sesión con Spaceship, de Einstein on the beach, con las arremetidas nubosas de los sintetizadores propiciando el regocijo del público ante una nave espacial que parecía iba a sobrevolar el cielo de un instante a otro. Música que se encabalga y en la que el concepto de planteamiento y nudo no se da ni se desea; sonidos que muchas décadas después de su invención siguen captando oídos de convencidos y recién llegados a la fe repetitiva.
Ismael G. Cabral
(foto: Víctor Moreno / Festival Noches del Botánico)