MADRID / Otro gran y merecido éxito de Seong-Jin Cho

Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 30-V-2023. XXVIII Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Señor-Jin Cho, piano. Obras de Brahms, Ravel y Schumann.
Volvía el todavía veinteañero coreano Seong-Jin Cho (Seúl, 1994) al ciclo de Grandes Intérpretes de Scherzo, en el que sus actuaciones (como también las ofrecidas en el Círculo de Bellas Artes) se cuentan por éxitos. El regreso ocurría con un programa de armas tomar, que tenía en los Miroirs de Ravel y los Estudios sinfónicos de Schumann sendos miuras ante los que no caben faenas de aliño. Antes, el entrante tampoco era cualquier cosa, porque la selección (nº 1, 2, 4 y 5) de la opus 76 de Brahms no es precisamente sencilla.
La cosa prometía, además, porque el aforo, que incluía un número considerable de compatriotas de Cho, y otro no menos nutrido de alumnos de conservatorio, presentaba un aspecto más que saludable, uno diría que hasta lozano, algo que en sí mismo es una noticia estimulante. Tan alentador prolegómeno tuvo, sin embargo, un desafortunado lunar: con Cho ya sentado en el piano y dispuesto al comienzo, se permitió de forma sorprendente la entrada de un numeroso grupo de personas, tardías ellas, a ocupar sus localidades en el lateral de primer anfiteatro, justo enfrente del pianista. Entrada que, además, fue cualquier cosa menos silenciosa y discreta. Hablando en plata, como elefante en cacharrería. Naturalmente Cho, con serenidad digna de encomio, permaneció a la espera hasta que los tardíos ocuparon sus asientos y se hizo un silencio razonable, asunto que se dilató bastantes segundos, probablemente más de un minuto.
Bastaron los primeros compases del Capriccio en fa sostenido menor del compositor de Hamburgo, que abría el programa, para que se hicieran evidentes las características y cualidades apuntadas en ocasiones anteriores sobre Cho. Pianista de medios sobrados, extraordinaria perfección ejecutora, pedal manejado con general inteligencia y, sobre todo, capaz de generar un sonido de gran belleza y redondez en una anchísima y estupendamente graduada gama dinámica. Cho sorprende con un control y exquisita diferenciación de las mismas, bien con reguladores dibujados con maestría, bien con una capacidad asombrosa de generar contrastes brutales y abruptos, en fracción de segundo, con un control de la pulsación admirable y visualmente nada evidente. El coreano es capaz de pasar del pp al ff sin que en muchas ocasiones parezca que ello le suponga esfuerzo alguno.
Para quienes ya hemos admirado estas cualidades en otras ocasiones, no extrañó en absoluto encontrar, en aquella primera pieza, una envidiable levedad en el sotto voce demandado por Brahms, y tampoco que, en apenas tres compases, edificara un crescendo formidable para abocar al rotundo fortissimo prescrito justo después. El discurso brahmsiano de Cho tuvo todo lo que uno puede esperar de estas piezas, porque si la primera tuvo la efusión y pasión adecuadas, la segunda brilló por su elegante desenfado y ligereza, la cuarta (tercer en el orden escuchado por la selección elegida) por un animado lirismo, y la quinta por una energía rotunda y contagiosa.
No escapará al lector avisado y conocedor del mundo raveliano que la paleta sonora que plantea el compositor francés, maestro del asunto donde los hubiere, es terreno más que abonado para que Cho despliegue sus mejores cualidades de dominio sobre la misma. Las cinco piezas que componen la colección de Miroirs constituyen, en este sentido, una prueba de fuego. Y Cho, que además se enfrentaba por vez primera a esta obra, como cabía esperar, la superó con matrícula. La riqueza de esa paleta sonora, la exquisita belleza de los pianissimi, siempre llenos en la presencia, pero muchas veces adelgazados hasta levedades casi imposibles, el rotundo poderío del extremo contrario de la gama y la pasmosa facilidad y precisa agilidad de los dedos del coreano permitieron disfrutar de unos Noctuelles dibujados con la ligereza y evanescencia deseables.
Preciosos Oiseaux tristes, una hermosa combinación de agilidad, melancolía y elocuencia expresiva. Espeluznante el tramo final, pocas veces más fiel a la indicación “sombrío y lejano” prescrita por Ravel. Evocadora, con un control magistral de los crescendi, la traducción de Une barque sur l’océan, en la que consiguió crear una atmósfera realmente sugerente. Tuvo energía e impulso rítmico la Alborada del gracioso, tal vez con un punto de exceso en la velocidad (asunto al que tiene cierta tendencia Cho) y que tal vez hubiera podido tener algo más de insinuación en la sección más lenta. Magnífica la interpretación de La Vallée des cloches. Consiguió Cho justo lo que se espera de esta música: la evocación de una atmósfera especial, mágica, una mezcla de misterio y serena pero ominosa solemnidad realmente emocionante, a través de una diferenciación tímbrica y una definición de planos extraordinaria. El tramo final fue realmente espeluznante.
La segunda parte la ocupaba esa obra singular de Schumann que combina el concepto de “estudio” con el de “variación”, que son sus Estudios sinfónicos op 13. Partitura de gran exigencia técnica y, como todo lo de Schumann, de complejo desentrañamiento. Cho afrontó el tema con severa solemnidad, y fue planteando después los sucesivos estudios/variaciones con la expresión oportuna: grandeza del segundo, ligereza de los estudios III y IV, este con el sf resaltado pero sin exagerar, desenfado en el V, agitado el VI, tal vez un punto demasiado rápido, rotundos VII, VIII, IX y X, éstos dos de tremendo poderío (arrollador el Presto possibile del noveno), como el último. Siempre bien expuesto el canto, la música de Schumann llegó con la energía y pasión deseables, pero nunca con exceso de pesantez en los densos acordes, que dominan el contundente estudio final, en el que el cambio armónico que precede a la coda quedó bien resaltado. Interpretación, en suma, llena de energía y pasión, pero en la que hubo también lugar para la sutileza. La tuvieron la hermosa línea expresiva trazada en las dos variaciones póstumas ofrecidas, que no aparecían en el programa de mano: la variación V, intercalada entre los estudios VI y VII, y la IV, intercalada entre los estudios VIII y IX.
El éxito de Cho fue tan grande como merecido, algo que cabía anticipar tras la salva de impacientes pero comprensibles aplausos que había coronado la Alborada del gracioso. Las ovaciones obtuvieron dos regalos de Handel: el Minueto en sol menor de la Suite HWV 439, en arreglo de Wilhelm Kempff, y el Aria con variaciones de la suite HWV 430, conocida con el sobrenombre de El herrero armonioso. Gran recital de un joven pianista que confirmó que es uno de los nombres más interesantes del actual panorama pianístico internacional.
Rafael Ortega Basagoiti
[Foto: Rafa Martín]