MADRID / Os Músicos do Tejo: el difícil matrimonio entre el fado y el Barroco
Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 21-V-2021. Ciclo Grandes Autores e Intérpretes de la Música de UAM. Anta Quintans, soprano. Ricardo Ribeiro, fadista. Miguel Amaral, guitarra portuguesa. Marco Oliveira, viola de fado y voz. Os Músicos do Tejo. Director y órgano: Marcos Magalhães. Obras de Silva Leite, Seixas, Almeida, Teixeira, Palomino, Pergolesi, Bach, Pereira y tradicionales.
La tentación de fusionar música barroca con música popular (llamémosla mejor étnica o folclórica) ha sido siempre demasiado fuerte para los que se dedican al primero de estos repertorios. Lo han hecho los italianos (y los no tan italianos; por ejemplo, L’Arpeggiata) con los sones sureños de la Campania, Apulia o Sicilia; los británicos con las viejas melodías de origen céltico; los franceses con los singulares cantos corsos y, por supuesto, los españoles con el flamenco. Que a los portugueses les diera por amalgamar el Barroco con el fado era solo cuestión de tiempo. Sin embargo, estos crossovers presentan un serio problema: el de tener que buscar un hilo conductor que proporcione coherencia a la propuesta. Y no siempre se consigue dar con la tecla.
Os Músicos do Tejo, fundada en 2005, por Marcos Magalhães y Marta Araújo, es una orquesta de merecido prestigio, que, junto a Divino Sospiro u otras formaciones de formato menor, como el Ludovice Ensemble o el coro Cupertinos, ha conseguido situar a Portugal en un lugar relevante dentro del mapa de la música antigua. Su visita a Madrid, dentro del ciclo Grandes Autores e Intérpretes de la Música de la Universidad Autónoma, estaba programada para el pasado año, pero se la llevó por delante, como tantas cosas, la maldita pandemia. Recuperada ahora, su presencia suscitaba una mezcla de expectación, curiosidad y, también, recelo, por ver si eso de lo clásico del Barroco y lo popular del fado maridaban convenientemente.
La conclusión a la que llego es que no funciona. Al menos, en este caso. Fusionar es mezclar, amalgamar, fundir… Pero aquí nos topamos, en realidad, con dos conciertos que se iban alternando: ahora una sinfonía de Almeida, ahora un fado; ahora un aria de Teixeira, ahora una modinha… Tampoco le veo mucho sentido a la inclusión de la sinfonía de la Cantata “Campesina” de Bach, por mucho que se ofrezca adornada de aires tradicionales polacos o zíngaros, que no lusos. A lo más que llegaba la fusión propuesta por Magalhães era a añadir la guitarra portuguesa al resto de la orquesta en algunas piezas, a hacer cantar un aria operística de Teixeira al fadista Ricardo Ribeiro (su voz no está hecha para esto) o a que las cuerdas acompañaran a la guitarra portuguesa y a la viola de fado (instrumento muy parecido a la guitarra clásica, pero con seis cuerdas de acero) en algún fado.
Dicho lo cual, he de admitir que me lo pasé en grande. Os Músicos do Tejo suenan de maravilla, con dos violines que son oro puro (el concertino Nuno Mendes, colaborador en el pasado de grupos de aquí como El Concierto Español de Emilio Moreno, y el primero de los segundos violines, el ucranio Denys Stetsenko) y con un oboísta, Pedro Castro, que figura entre los primeros especialistas del mundo en este instrumento (el oboe barroco, claro). Ana Quintans es una cantante apabullante, que rebosa elegancia y armonía en cada nota, en cada acento, en cada adorno, en cada gesto… Mucho mejor, eso sí, en lo clásico que en lo popular (al menos, para mi gusto). Ricardo Ribeiro es un fadista tremendo, con una carrera rebosante de éxitos y reconocimientos. Y Marco Oliveira es tan bueno con la viola de fado como con la voz.
La selección de las obras fue acertada (¡qué gran compositor era Francisco António de Almeida, por mucho que el suyo fuera un estilo operístico cien por cien italiano, sin la más mínima concesión a lo autóctono!). Si la presencia de Bach no tenía demasiado sentido, sí lo tuvo la de Pergolesi, por ese flujo de compositores napolitanos que hubo hacia Lisboa en el XVIII (no olvidemos a Davide Perez, que triunfó —y murió— en aquella corte, y que puso de moda allí todo lo que tenía que ver con Nápoles antes incluso de que el catastrófico terremoto de 1755 no dejara piedra sobre piedra, incluidas las de la recién estrenada Òpera do Tejo, cuya primera —y casi única— representación fue precisamente de Perez, Alessandro nell Indie). Lo mismo que la del español José Palomino, que además de ser un extraordinario autor de cuartetos, llevó al país vecino nuestra vernácula tonadilla (de hecho, el concierto concluyó con el Dueto de Marujo y Regateira, cantado con gracia y salero por Quintans y Ribeiro). Pero, lo dicho, faltó un hilo conductor que hubiera servido para evidenciar que sí es posible la imbricación del fado con el Barroco.
Eduardo Torrico