MADRID / ONE: intensidad eslava y un huracán coreano
Madrid. Auditorio Nacional. 16-II-2024. Orquesta Nacional de España. Director: Krzysztof Urbanski. Bomsori, violín. Obras de Bacewicz, Chaikovski y Dvorak.
Más allá de sus diferentes escuelas, la música eslava posee una gran intensidad expresiva, tanto en sus obras como en sus intérpretes, y de ambos había –y buenos– en el último concierto de la ONE. El director fue el polaco Krzysztof Urbanski, que sigue la antigua saga de los Rowicki, Markowski, Wit etc., y en su iniciada cuarentena es una de las sólidas realidades de la dirección orquestal europea. Tiene técnica irreprochable, capacidad constructiva y musicalidad. Convenció. Dirigió todo sin partitura, incluido el acompañamiento a la solista. Se lo sabía ciertamente. Colaboró con una Orquesta Nacional que se mostró muy flexible y entre todos hicieron un gran concierto.
Cuando la vanguardia polaca irrumpió de manera arrolladora en Europa en los 60, a los famosos Penderecki, Lutoslawski, Serocki, Gorecki y muchos más, se adjuntó una compositora excelente, Grazyna Bacewicz (1909-1969), que murió prematuramente. Compuso cuatro sinfonías y otras músicas, entre las que destacan seis interesantes conciertos para violín, instrumento del que ella era solista. En España casi no se la conoce y lo que se programaba en esta ocasión no era excesivamente significativo: un Scherzo para piano que muestra perfecta factura, alegría y alguna ironía, y que ha sido bien orquestado por Urbanski. Se agradece, pero sabe a poco.
Si hay un compositor eslavo realmente intenso, ese es Chaikovski y una de su obra más singulares es el amplio y variado Concierto para violín y orquesta en re mayor, opus 35. La solista era la coreana Bomsori, internacionalmente aclamada y ganadora de numerosos premios en los más prestigiosos concursos. Se presentó con su aspecto delicado, elegante, frágil, y en cuanto se puso en el hombro su Guarnerius del Gesù, estremeció al público con la dulzura etérea de sus primeras frases, a partir de lo cual desató un verdadero huracán violinístico. Afinación perfecta, técnica asombrosa, capacidad expresiva intensa y un sonido avasallador por su consistencia. Estuvo espléndida, tanto que un público que no era nuevo ni bisoño la aclamó ya al final del primer movimiento, y Urbanski se bajó del podio para escuchar la endemoniada cadencia. Luego hubo un dulcísimo segundo movimiento y la implacable ventolera virtuosística del tercero a una velocidad huracanada. Éxito clamoroso tras el que tuvo el buen gusto de completar la programación ofreciendo otra obra de Grazyna Bacewicz, el Capricho polaco compuesto en 1949.
Finalmente otra obra intensa y eslava, la Sinfonía nº 7 en re menor op.70 de Dvorak, que no es tan popular como la Nueve ni tan noblemente elegante como la Ocho, pero en cambio es una poderosa construcción estructural digna de un Brahms con el trasfondo de intensidad expresiva de lo eslavo, muy especialmente en el recio scherzo y en el potente finale. Urbanski y la ONE realizaron una muy notable versión en un concierto del que salió la concurrencia verdaderamente encantada.
Tomás Marco