MADRID / OCNE y Anja Bihlmaier, diversas atmósferas

Madrid. Auditorio Nacional. 14-X-2022. Paloma Friedhoff, soprano. Jan Martinik, bajo. Directora: Anja Bihlmaier. Obras de Ligeti y Dvorák.

Tras su brillante presentación la temporada anterior, la directora alemana Anja Bihlmeier, actual titular de la Orquesta de la Residencia de la Haya, repetía al frente de la Orquesta Nacional de España, ratificando su calidad como profesional y su buen criterio musical en un concierto de excelente nivel.

Ligeti escribió sus Atmosphères en 1961 para el Festival de Donaueschingen. El estreno, dirigido por el hoy mítico Hans Rosbaud, fue un rotundo éxito (Ligeti diría que fue la mejor versión que nunca escuchó de la obra) tanto como para que se repitiera en el mismo concierto. Rompía con la vanguardia ortodoxa al introducir una música de un burbujeante estatismo donde la movilidad y filtraje de los clusters sonoros crea un mundo de sensaciones, colores y espejeantes microcontrapuntos, con una orquesta sutilísima en la que no hay percusión.

Sabido es que Kubrik usó el Requiem ligetiano en 2001 una odisea del espacio, pero no tanto que también empleó esta pieza en el comienzo del film. Más que la sorprendente Apparitions que la precedió, Atmosphères muestra una música tan nueva como sugerente que hace honor a su título, pues es creadora de ambientes y colores. Bihlmaier la dirigió en profundidad, manteniendo esa sensación de continuo espejeante que es como una miríada de reflejos, consiguiendo de una Nacional en forma una textura sutil y atractiva.

Pero en el concierto había otras atmósferas y, aunque eran del mismo compositor, Dvorák, las dos, bastante distanciadas si no en el tiempo sí en la intención. El Te Deum fue compuesto en 1892 en Nueva York para conmemorar el viaje de Cristóbal Colón. El texto latino usado es del siglo IV y, supuestamente, fue escrito al alimón por San Ambrosio de Milán y San Agustín de Hipona. En su estreno en el Carnegie Hall, se reunió un inmenso coro. La obra pretende ser un estallido de atmósfera jubilar. Cuatro son sus partes, una primera con soprano y coro, la segunda con el bajo y después el coro, puramente coral la tercera y con todo, la cuarta, que se dirige hacia la gran sonoridad de un final bombástico. Hay quien ha visto aquí un reflejo del Te Deum de Bruckner pero Dvorák, que era más bien brahmsiano, muestra una personalidad propia que crea la atmósfera adecuada.

Excelente fue la participación de la soprano Paloma Friedhoff, miembro del Coro Nacional, que hubo de sustituir casi sin ensayo a la indispuesta cantante anunciada. Dio una lección de profesionalidad, buen hacer y voz más que suficiente. No fue solamente heroica, fue artista. Con gentes así, da gusto. Acertado, asimismo, el bajo Jan Martinik y un Coro Nacional en forma que está empezando la temporada a plenísimo rendimiento, preparado por Miguel Ángel García Cañamero. Bihlmaier lo dirigió todo con seguridad y grandeza, pero también con un buen gusto que le llevó a evitar excesos.

La atmósfera de la segunda parte era bien conocida ya que comprendía una de las obras más trilladas del repertorio universal, la Sinfonía nº 9 en Mi menor op. 95 del Dvorák. Se llamó Del Nuevo mundo porque pretendía exaltar la música americana. Aunque en el fondo es música profundamente checa, no importa de donde procedan sus temas. Obra tan multiejecutada que resulta casi imposible hacer nada personal con ella. Pero Bihlmaier lo consiguió. Logró una versión clara, bien estructurada, en la que la música pudo fluir con naturalidad y conseguir sus efectos sin ser forzada. Incluso en un tercer movimiento muy veloz, pero nada confuso. Toda una lección de otra atmósfera distinta en la que la música tenía la suficiente profundidad de lo no forzado y en la que la Nacional brilló a notable altura concluyendo un concierto muy grato. Bihlmaier dominó todo, dirigió hasta los saludos colectivos y, sobre todo, hizo música con cada una de las atmósferas propuestas.

Tomás Marco