MADRID (OCNE) / Intensa y emocionante
Madrid. Auditorio Nacional. 30-XI-2019. Ilse Eerens, soprano. Sophie Rennert, mezzo. Michael Porter, tenor. Florian Boesch, barítono. Director: David Afkham. Obras de Brahms, Ligeti y Mozart.
Interesantísimo y perfectamente confeccionado el programa que acaba de ofrecer la Nacional en su ciclo sinfónico, bajo la dirección de su flamante titular, David Afkham. Para empezar, el propio diseño en una parte única, sin descanso, que otorgó especial continuidad al mismo. Para seguir, el hecho de que se pidiera omitir el aplauso hasta el final de la última obra, el Requiem mozartiano, lo que evita (al menos hasta cierto punto) distracciones, aunque los tosedores impenitentes se empeñaron con cierta frecuencia en hacerse presentes. También, la inclusión de dos obras no frecuentes (aunque la segunda obtuviera cierta popularidad a través de su inclusión por Kubrick en su 2001 Odisea del espacio): el primero de los motetes Op. 74 de Brahms, Warum ist das Licht gegeben dem Mühseligen? (¿Por qué se da la luz al cansado?) y Lux Aeterna de Ligeti. Por último, la propia ambientación: la orquesta presente pero en penumbra durante las dos obras corales a capella, con la iluminación apenas centrada en el coro y en su director.
Todo invitaba, en efecto, a la reflexión, y por tanto es perfectamente adecuado el título de “El sentido de un final” que Luis Gago puso a sus notas, como siempre documentadas, claras e informativas. En efecto, el motete brahmsiano sobre un fragmento del libro de Job, en el que la repetida pregunta, Warum? (¿Por qué?), primero en forte, luego en piano, introduce una música doliente y con angustia, es una perfecta puerta a lo que viene después. La tradujo de forma notable el Coro Nacional, bien plegado al mando claro y expresivo de Afkham. Angustia prolongada en la ominosa, densa e inquietante partitura de Ligeti, exigente en la precisión y con compromisos serios (esos matices piano de las sopranos sobre notas mantenidas en la región aguda, los falsetes solicitados a las voces masculinas…) para el coro, que los salvó, aparte algún momento algo calante en las sopranos, con notable. Cuando ese final casi volatilizado de Ligeti, una especie de último suspiro, apenas se había difuminado, inició Afkham su interpretación del Requiem mozartiano.
Relata con acierto Gago las vicisitudes de la partitura que, como yo mismo señalaba en un reciente artículo para Scherzo sobre versiones historicistas seleccionadas de la obra, se ha convertido en la Misa de difuntos más célebre de la historia pese a estar muy incompleta. Los lectores curiosos pueden comparar los manuscritos y ediciones varias de la partitura completada por Süssmayr (que hasta donde pude identificar creo que es la que utilizó Afkham, aunque nada de ello se dice en el programa), en este enlace: https://imslp.org/wiki/Requiem_in_D_minor%2C_K.626_(Mozart%2C_Wolfgang_Amadeus. Afkham ha tomado buena nota de las pautas de la interpretación históricamente informada. La plantilla de cuerda era suficiente pero no masiva (7/7/5/3 si el recuento desde mi localidad de butaca de patio, donde la visión del contingente no es la mejor, no falla), y, comandada por Alejandro Carreño, el concertino de la Simón Bolívar invitado para la ocasión, se produjo con notable restricción de vibrato y envidiable ligereza y agilidad de arco. Los tempi fueron ligeros pero siempre bien juzgados, tal vez con la excepción del Domine Jesu, que pareció un punto apresurado para la indicación Andante con moto.
El discurso nos llegó siempre claro, expresivo, pero también contundente (enérgico el timbal con baquetas duras, impactante en su justa medida el viento metal), mostrando todas las aristas que esta música demoledora tiene (que son muchas), sin concesión alguna a la edulcoración romántica, intensamente emotivo en el Lacrimosa, adecuadamente romántico pero nada lánguido. Afkham entiende bien el drama y la angustia que sin duda presidió la composición del Requiem, esa creciente sensación que invadió a su autor de que lo escribía para él mismo, y nos la hace llegar con su mando siempre claro y firme, desde el vibrante Dies irae al seco, impactante Rex tremendae, pero también impecable en el dibujo cantable del Recordare, muy bien llevado por el sólido cuarteto solista.
Magnífica respuesta de la Nacional, que sigue evidenciando un estado de forma envidiable en todas sus familias, y mención especial del impecable solista de trombón (no me atrevo a identificarle puesto que no le veía desde mi localidad) en el Tuba mirum. El coro respondió con agilidad y flexibilidad a la demanda de su director, superando incluso algún apuro lógico en el apresurado Domine Jesu. Consistente y muy notable cuarteto solista, con voces bonitas, no especialmente grandes, pero con impecables líneas de canto y carácter. Aunque todos brillaron a notable nivel, hay que destacar a Boesch, autor de un imponente Tuba mirum, y a la soprano belga Eerens, de hermoso timbre y envidiable expresividad. El resumen es claro: otra estupenda velada de la Nacional con su titular, en un programa tan impecablemente diseñado como realizado. Una velada intensa y emocionante, y una oportunidad única de, en efecto, reflexionar sobre la muerte con alguna de la mejor música compuesta sobre el asunto.
Rafael Ortega Basagoiti
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