MADRID / OCNE: el talento español, en el buen camino

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 24-II-2022. Concierto extraordinario de la Orquesta Nacional de España. Director: David Afkham. Martín García, piano. Javier Comesaña, violín. Obras de Ravel, Chopin, Prokofiev y Debussy.
Hay que saludar con alegría este imprevisto concierto de la Nacional, centrado, como reza su subtítulo, en solistas españoles laureados (recientemente, debería tal vez añadirse) en concursos internacionales. Si en 2021 debutó con la orquesta María Dueñas, muy poco después ganadora del Menuhin, y en 2022 estaba previsto el debut de Josu de Solaun, malogrado a última hora por culpa del virus, ahora tomaban el protagonismo Martín García (Gijón, 1996) y Javier Comesaña (Alcalá de Guadaíra, 1999).
Debo tal vez hacer de entrada una pequeña, o no tan pequeña, reflexión inicial. La labor del crítico es delicada siempre, pero lo es más cuando se trata de comentar lo que concierne al talento joven. Y ello es así por varias razones. La facilidad y brillantez del virtuosismo, el asombro que provoca que muchos, casi en la adolescencia o cuando acaban de pasarla, hayan dejado bien atrás los escollos técnicos, puede hacer que quienes les escuchamos, críticos o no, olvidemos demasiado pronto que apenas están iniciando el camino, y que la progresión desde la facilidad virtuosa hasta la madurez artística es aún un camino lleno de aristas, bien diferentes de las mecánicas y técnicas, pero que igualmente debe ser transitado y digerido.
Es imperativo recordar, casi cada día, que la facilidad y perfección en la ejecución es apenas el primer paso para penetrar en la esencia de los pentagramas, en lo que está tras las notas y más allá de ellas. Y es igualmente obligatorio tener en cuenta que ese camino lleva su tiempo, porque implica igualmente a la madurez personal, a la variedad riqueza de las vivencias, a la necesaria combinación de alegrías y tristezas, de gozos y sufrimientos y, en fin, a todo lo que constituye la trayectoria vital de las personas.
Conviene tener presente que, precisamente por esa combinación de ingredientes, quienes pueden influir en esos jóvenes, ya sean profesores, personas de su entorno o críticos, deben tener muy presente que es primordial mantener un equilibrio entre el justo reconocimiento al talento y el necesario rigor crítico que pueda impulsar la mejora y el progreso. Es tan peligrosa la crítica excesiva, más si se expresa en términos agresivos que pueden generar frustración e inseguridad en el joven, como el halago exagerado e incondicional, que alimenta una peligrosa y dañina complacencia, adormece el anhelo de crecimiento y puede, finalmente, aniquilar esa trayectoria hacia la madurez, porque el artista crea que el camino, que en realidad apenas se inicia, ya ha sido andado.
Aunque fuera del contexto artístico, siempre me han parecido inspiradoras, en este sentido, las reflexiones del preparador de ese fuera de serie llamado Rafael Nadal, que explican bien por qué el tenista siempre ha mantenido una actitud humilde y prudente, y por qué, habiéndolo conseguido todo, sigue en el camino del crecimiento y la progresión. Por la misma razón, me parecen igualmente aleccionadores algunos ejemplos de jóvenes talentos musicales, cuyos nombres por prudencia me permitirán omitir, cuyas carreras han sido proyectadas de manera meteórica por exagerados (y tal vez interesadas, bien por agentes, promotores o discográficas) elogios que acaban emborrachando al artista y hacerle creer, equivocadamente, que ya lo sabe todo.
Hecha esta larga pero creo que necesaria digresión, hay que decir inmediatamente que Martín García, tiene sin duda un gran talento. Ha sido galardonado, desde luego no por casualidad, con el tercer premio en el Concurso Chopin 2021 y con el premio a la mejor interpretación de un concierto en la final del certamen, justamente con la misma obra que presentó ayer: el Segundo concierto de Chopin, que en realidad, como recuerda Clara Sánchez en sus notas, fue el primero que escribió.
García mostró en el concurso muchas virtudes, y ayer las hizo patente en este debut con la Nacional, primera ocasión del firmante de verle en vivo. No hay que decir, porque eso es ya característica común en los jóvenes que sobresalen hoy en día, que la facilidad mecánica es absoluta, y que el instrumento no parece (aunque la apariencia sea, claro está, engañosa) tener secretos mecánicos para él. El sonido es de bonito color, redondo y lleno, aunque pareció contenido ayer en cuanto a la presencia y poderío. Digo lo de “ayer” y expreso la impresión con prudencia porque la comparación viene de haberle escuchado en video en la competición, con más poderío, y ahí siempre influye la tecnología. El firmante tuvo la sensación de que algunos fortissimi hubieran podido tener más cuerpo. Pero en todo caso, disfrutamos en todo momento de la elegancia de su fraseo, de su sensibilidad y saber cantar, de un rubato justo y un pedal mesurado.
Pudo paladearse especialmente el Larghetto, con una articulación cristalina y un excelente toque leggiero en las florituras con las que Chopin adorna, cada vez más profusamente, en un gesto de evidente resonancia belcantista, el nocturno canto principal. El Allegro vivace final tuvo la deseable alegría, pero hubiera quizá admitido algo más de variedad en el estribillo del rondó final, no obstante muy bien dibujado.
El éxito fue grandísimo, y el asturiano regaló una excelente lectura del décimo de los Estudios de ejecución trascendental de Liszt, donde lució más brillante virtuosismo que poderío sonoro. El hecho de tratarse de un concierto con orquesta y de la presencia de otro colega solista que venía después y podría verse en la tesitura, como ocurrió, de dar una propina, llamaba a la mesura en la cantidad y duración de las propinas. Creo sinceramente que, en este sentido, hubiera sido oportuno omitir la segunda. No lo hizo García, y repitió Liszt, en esta ocasión, su Vals impromptu, elegante y brillantemente presentado.
En la segunda parte, el joven andaluz Javier Comesaña, con su Guadagnini de 1765, se enfrentó a un miura importante del repertorio violinístico que además, al contrario que el Chopin de García, no es de los más transitados ni conocidos del público: el Primer concierto de Prokofiev. La juvenil partitura del ruso, generada (aunque estrenada después) en el convulso año de 1917, tiene un carácter inusitadamente (como oportunamente recuerda Clara Sánchez en sus notas) lírico y hasta contemplativo. El Prokofiev más ácido, ese cuyo hijo comentaba aquello de “mi padre compone música normal y luego la ‘prokofiefa’”, apenas aparece en el segundo tiempo. Comesaña, desde un hermoso comienzo en pp y un final igualmente intimista con ese agudo final en pianissimo, alejado de todo efectismo, lució un sonido de precioso timbre y precisa afinación, con un vibrato natural y mesurado, un encomiable manejo de la dinámica y una articulación de gran claridad en las numerosas florituras del tiempo final.
Tuvo acidez y chispa el Vivacissimo, aunque por momentos pudo comprometerse algo la claridad, pero el canto tuvo siempre una excelente línea expresiva. En conjunto, el andaluz transmitió con envidiable acierto la lírica atmósfera de la obra. Su excelente labor encontró también calurosa acogida del público, y nos regaló una bella interpretación, de escueto vibrato pero bella expresión, de la Sarabande de la Partita nº 1 BWV 1002 de Bach, anunciada por el propio solista (su colega había ofrecido los dos regalos lisztianos sin identificarlos al público).
Completaban el programa dos obras del impresionismo: el Menuet Antique de Ravel, como tantas veces en el francés, previsto inicialmente para piano, y El Mar de Debussy.
El titular de la formación, David Afkham, al que vimos plenamente recuperado tras su reciente baja por enfermedad, presentó una estupenda y sonriente lectura del minueto raveliano, elegante y magníficamente realizada por la orquesta. Lo fue también la de El Mar debussyano, aunque aquí la versión fue más brillante en la ejecución (espléndido rendimiento de todas las secciones y de los solistas implicados, justamente reconocidos por el director al final) que sugerente en la atmósfera evocadora. Director y orquesta acompañaron con acierto y precisión ambos conciertos, quizá con mejor ajuste en el de Chopin que en el de Prokofiev.
En todo caso, velada muy interesante, que permite confirmar, una vez más, que el joven talento musical español goza de buena salud, lo que no debe ser óbice para apuntar que, como es natural, se trata de trayectorias que empiezan y cuya progresión debe ser cuidada sin perder de vista algunas de las consideraciones apuntadas al principio de este comentario.
Rafael Ortega Basagoiti
2 comentarios para “MADRID / OCNE: el talento español, en el buen camino”
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