MADRID / OCNE: el imperio de los sentidos
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 10-11-2023. Kari Kriikku, clarinete. Orquesta Nacional de España (OCNE). Director: Juanjo Mena. Obras de Grieg, Saariaho y Elgar.
Curioso, variado y al tiempo homogéneo, este concierto de la Orquesta Nacional, ante la que volvía a situarse el vitoriano Juanjo Mena, director siempre sensible. Un aire frío del septentrión pero al fin reconfortante envolvía a las tres obras programadas. Destacaba la inclusión de la firmada por la finlandesa Kaija Saariaho (1952), una de las creadora más dotadas, originales y sabias del panorama actual, de quien se interpretaba D’om le vrai sens (El verdadero sentido del hombre), composición nacida tras la contemplación de una serie de tapices renacentistas alegóricos llamada La dama y el unicornio.
Seis de esas alegorías, después de un largo periodo de meditación durante el que, más o menos colateralmente, trabajara la idea en sus dos primeras óperas, L’amour de Loin (2000) y Adriana Mater (2006), tomaron cuerpo en 2010 en forma de Concierto para clarinete, que es lo que hemos escuchado en esta cita sinfónica. Mario Muñoz Carrasco nos ilustra muy cumplidamente en sus notas al programa acerca de la obra. Los seis tapices se recrean en seis visiones tituladas respectivamente El oído, La vista, El olfato, El tacto, El gusto y, como apéndice libre, Solo según mi deseo.
La composición, que se extiende a lo largo de treinta minutos, se hace bastante morosa ante la repetición permanente de efectos tímbricos, de ostinati y evocaciones en torno a una suerte de continuo recitativo del clarinete, que ha de defender una escritura virtuosa poblada de trinos, de saltos interválicos, de sorprendentes giros suponemos que inspirados por la contemplación de las escenas alegóricas. Nada hay en la escritura que nos haga recordar ni las imágenes no las sensaciones. El unicornio (clarinete) es el emblema de la pureza.
Y pura, y podríamos decir, incontaminada, es la escritura, que se desarrolla a oscuras, con la única luz de los atriles. Se multiplican, en hábil tejido, con una delectación que no es de este mundo, los efectos, no muy alejados de los practicados en tiempos por Boulez. Por otro lado, Saariaho viene siendo fascinada desde siempre por los espectros del color, por los secretos de los timbres más refinados, incluso por los que provienen del empleo de la electrónica, tan importante en su producción de los últimos años. Sus pentagramas poseen una atractiva pátina y una envoltura ciertamente sensual. Texturas aéreas, flexibilidad rítmica, fantasiosa y atmosférica, envolvente y, al tiempo, alada.
Características apreciables de nuevo en este concierto para clarinete, en el que escuchamos glisandos, constantes pedales, preciosismo general, idas y venidas, crescendi, ondulaciones, lejanos ecos. Música confortable, minuciosa sin tonalidad reconocible. Sobre ella planea el travieso y constante clarinete, tocado magníficamente por Kriikku, que adopta, según el ‘tapiz’, una actitud física diferente en un constante deambular entre los atriles. Se acaba sentando y, finalmente, dándose un último paseo, esta vez por el patio de butacas en compañía de unos cuantos instrumentistas de cuerda que inician un pequeño desfile. Nos vino a la memoria la Sinfonía de los Adioses de Haydn. Al final, y ante los aplausos Kriikku hizo una gracieta tonta y dio unos cuantos pasos de claqué.
Al comenzar la interpretación, que mereció nuestros plácemes. Mena detuvo la orquesta. Al parecer había sonado un móvil y no se había podido establecer la conexión con el clarinetista, que ha de penetrar en la sala desde el exterior. Todo se desarrolló sin problemas después. Antes escuchamos una delicada y sutil recreación de Dos melodías elegíacas de Grieg transcritas para orquesta, El corazón herido y La última primavera. Como cierre del concierto, una poderosa interpretación, generalmente bien planificada, organizada y acentuada de la procelosa Sinfonía nº 1 de Elgar, cuyos temas, intensas y largas peroraciones, robustos contrapuntos y planteamiento cíclico, fueron bien trabajados por la contagiosa batuta de Mena, muy ducho en estas músicas británicas. Pasajeras desigualdades o emborronamientos no perjudicaron la buena labor; que difícilmente pudo disimular lo farragoso de la sinfonía.
Arturo Reverter