MADRID / Novena de Mahler por Currentzis: emoción indescriptible
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 18-V-2023. Ciclo de Conciertos La Filarmónica, temporada 22-23. MusicAeterna. Director: Teodor Currentzis. Mahler: Novena sinfonía.
Exactamente un 18 de mayo de 1911, hace pues exactamente 112 años, fallecía Gustav Mahler. Es casualidad, sin duda, que la fecha pille en medio de esta gira de MusicAeterna con su fundador, y que coincida, en el segundo de sus programas de la misma, justamente con la interpretación de la Novena del compositor bohemio, la sinfonía que, entre todas las suyas, retrata, en un último movimiento demoledor, una desolada agonía. Decía Currentzis hace tiempo que “el pianissimo es la muerte del silencio”. Continuaba poco después diciendo, con muchísima razón, que el pianissimo es mucho más que un matiz, es una emoción. Como el silencio.
No puede ser más oportuna esta mención, para intentar aproximarse a la emoción vivida en la tarde de ayer en el auditorio, de esas que son difíciles, muy difíciles de describir. Y ello pese a que dos criminales procuraron, y en buena medida consiguieron, atentar contra esa estremecedora emoción generada en el escenario, con esos artefactos asesinos inclementes de memorables momentos musicales llamados teléfonos móviles, para los que se sigue tolerando la impunidad de manera que uno aún no termina de entender.
Me permitirán los lectores la autocita de un artículo que escribí hace tiempo en Scherzo, y el que decía lo siguiente respecto al final de esta sinfonía: “En los 27 compases últimos Mahler parece exprimir al máximo la agonía del pianissimo, la suya propia. Es como un final que tiene que llegar pero que se intenta alejar, por no deseado. Comienza ese pasaje indicando adagissimo – pp, con sordina. Apenas cuatro compases más tarde, marca “Lento y ppp hasta el final”. Apenas un par de compases después, pide a los violines primeros “ersterbend” (muriendo). Siete compases antes del final, prescribe “extremadamente lento – pppp”, y sobre el calderón final, aparece la indicación ersterbend (“muriendo”) para violines segundos, violas y chelos, porque la música en los violines primeros se ha apagado dos compases antes. Más que un recuerdo (por otra parte innecesario, porque la misma indicación aparece salpicada varias veces antes), parece casi una agotada rendición. No hay silencio indicado al final, pero es evidente la intención de que la música se desvanezca, muera, en un silencio que, para alcanzar la emoción buscada, debe prolongarse con un largo calderón imaginario. Igual que el inicio de la misa de difuntos verdiana es emocionalmente imposible sin un silencio total previo, la sobrecogedora tristeza de la conclusión de la Novena de Mahler sólo es posible si el pianissimo muere para que nazca un largo silencio que es mucho más que una ausencia de sonido, es el largo apagón final de una vida.
Se habló en la reseña de ayer con extensión sobre los modos de Currentzis y sobre su orquesta. Solo cabe hoy reiterar y resaltar lo expuesto ayer. La formación, entregada, disciplinada, con una implicación envidiable en cada nota, fue capaz de desplegar una sonoridad de una riqueza asombrosa. Desde el timbalero a la solista de contrafagot (qué maravilla su contribución) no hay solista ayer que no mereciera la matrícula de honor: trompas, trompetas, trombones, tuba, toda la madera, con mención especial para los solistas de flauta (la española Laura Pou, asombrosa), fagot, clarinete, y cuerda, presidida por una magnifica concertino pero con unos solistas de lujo en los primeros atriles de viola y chelo. Todo funcionó como un engranaje de absoluta precisión y de una riqueza de matices formidable. Cuando uno pensaba que no era posible adelgazar el sonido, el solista de turno, o la sección de turno, como ocurrió en toda la cuerda en el final de la obra, demostró que sí, que se puede llegar a adelgazar hasta un límite que parece sobrehumano.
Todo ello puesto al servicio de un concepto, el de Currentzis, capaz de generar y transmitir una tensión y una emoción estremecedoras. La Novena de Mahler nos lleva a la agonía y la muerte en ese final de espeluznante desvanecimiento, pero antes transita por otros climas, empezando por esa mezcla de misterio e inquietud que transpira el primero, con ese dibujo rítmico que se diría dubitativo, sobre el que Bernstein sugería que era un retrato del irregular ritmo cardiaco del compositor, quien como se sabe estaba afectado de una endocarditis que sería la causa última de su muerte. Hay algunos guiños a ese primer tiempo en el ländler del segundo, pero nunca llega a manifestarse una luminosidad decidida. Como tampoco hay humor, más bien asoma un sarcasmo a veces grotesco (algún rasgo hasta casi fantasmagórico) en el Rondó Burleske, que crece hasta alcanzar un frenesí final verdaderamente enloquecido.
Y todo eso, con sus cientos de detalles, asomó ayer en la interpretación estremecedora, sobrecogedora, de una enorme tensión, dibujada por el maestro greco ruso y su singular formación que, como de costumbre, interpretó la obra íntegra de pie, salvo la sección de violonchelos, por razones obvias. Ya el Andante comodo inicial, nada caído pero sí con ese punto de casi ambigüedad, permitió apreciar bien pronto detalles exquisitos de matiz en los violines I muy poco después del inicio. Poco después llegaron las muestras de la importancia, bien justificada, que Currentzis otorga a las voces intermedias. Lo que obtuvo ayer de violines II y violas evidencia un director de talento extraordinario con la capacidad de extraer hasta la última gota de la partitura más compleja (y las de Mahler lo son, vaya si lo son). Sorprendieron, como el día anterior, los contrastes tremendos, abruptos, la capacidad de generar misterio y tensión con ellos, de hacer asomar las sombras (Mahler emplea esa expresión en algún momento de ese movimiento). Espeluznantes contribuciones en el tramo final de ese primer movimiento de trompas y clarinetes, capaces, como se apuntó, de matices que parecen imposibles.
Apropiadamente rústico, lleno de inflexiones, contrastes y con un rubato muy fluido, el ländler del segundo tiempo, con brillante traducción del tramo indicado poco più mosso súbito, y espectaculares fagot y contrafagot en la parte final del movimiento. Vivo, sin concesiones, el Rondo Burleske, un irresistible caleidoscopio en el que se daban la mano las profundas expresiones (la cuerda en el pasaje en el que Mahler pide Con gran sentimiento) con ese lado grotesco, hasta espectral, mencionado antes. La stretta final fue demoledora, de una trepidación que deja al oyente anonadado en su contundencia. Currentzis, que había tomado un trago de agua tras el segundo movimiento, y que se entrega con el mismo derroche de energía que su orquesta, tomó otro más antes de afrontar el demoledor final de la obra. Lo inició con desgarro, lo que permitió resaltar lo sobrecogedor del lamento subsiguiente. El pasaje del contrafagot en pp sobre el matiz idéntico, nuevamente espectral, de la cuerda, ponía los pelos de punta. Brillaron las violas en muchos momentos, muy especialmente poco después del pasaje marcado molto adagio subito. Fue esa solo la primera muestra de lo que Currentzis iba a extraer de las voces intermedias en este final, algo realmente extraordinario.
El clímax, magníficamente construido, se antojó apabullante, con unos sf de la cuerda justo después del mismo que producían auténtico escalofrío. El primer criminal del móvil se dejó oír después. Mientras otros deseábamos con ganas que al susodicho le partiera un rayo allí mismo, Currentzis reaccionó con tanta inteligencia como sangre fría. Alargó uno de los silencios que salpican ese tramo final (otra vez la importancia del silencio), hasta que este primer intruso silenciaba su instrumento asesino, antes de permitir que la susurrada música continuara, muy poco antes de iniciar esos compases finales a que aludí al principio, bajo la indicación Adagissimo. El susurro agonizante de este se fue adelgazando poco a poco de manera imposible, cada silencio poniendo una gota más de estremecedora agonía, de emoción sobrecogedora. Otro criminal, este casi peor, hizo su aparición apenas cuatro o cinco compases antes del final. Por fortuna para él, o ella, no le tenía cerca. Honestamente, no sé lo que hubiera podido ser capaz de hacer. Ese asesinato de la sublime emoción que llegaba desde el escenario no admite clemencia. Como el primer día, tras el último acorde, un largo silencio, sostenido por Currentzis y respetado, a Dios gracias, por el público, hasta que el griego bajó los brazos. Luego, lo que cabría esperar. Cabe en dos palabras: éxito colosal. El año que viene está previsto su regreso, nada menos que con el Requiem de Mozart. Supongo que no hace falta decir nada más.
Rafael Ortega Basagoiti
[Imagen superior: Cristina Asensio & Roberto de Roa / La Filarmónica]