MADRID / Memorable Literes a cargo de Carlos Mena y Concerto 1700
Madrid. Iglesia de San Marcos. 4-III-2021. Festival Internacional de Arte Sacro de la CAM (FIAS). Carlos Mena, contratenor. Concerto 1700. Director: Daniel Pinteño. Obras de Literes, Albinoni y Corelli.
Recuerdo haber visto cantar, hace ya unos cuantos años, a Carlos Mena en una ópera de Haendel (un Giulio Cesare, si la memoria no me traiciona)… ¡con muletas! El contratenor vitoriano había sufrido un accidente días antes y tenía una pierna enyesada. Seguramente le habría resultado más cómodo cancelar y haberle dejado al director la papeleta de tener que buscar a toda prisa un sustituto, pero hizo gala de eso que hoy tanto escasea: profesionalidad. El pasado martes por la noche, Mena sufrió un cólico nefrítico. Al día siguiente tenía ensayo para el concierto ofrecido ayer en la madrileña Iglesia de San Marco. Lo más cómodo para él, de nuevo, habría sido suspender ensayo y actuación. Sin embargo, y a pesar de las molestias, Mena siguió adelante. Y no solo eso, sino que ofreció uno de los conciertos más memorables en la historia del FIAS. Un artista puede triunfar por su talento, por su técnica y por su tesón, pero, si esas condiciones no van acompañadas de una fuerte dosis de profesionalidad, es probable que no sirvan de nada. Por eso Carlos Mena lleva tantos años instalado ahí arriba, cantado mejor que nunca y sin que se vislumbre todavía, a Dios gracias, el techo de su carrera.
Lo de memorable no tiene que ver únicamente con Mena y su prodigiosa voz, ni con lo estupenda que estuvo la orquesta en todo momento, sino con la excelente música de Antonio Literes. Este compositor barroco, nacido en la localidad mallorquina de Artá en 1673 y fallecido en 1747 en Madrid, la ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida, tiene un problema: hasta ahora, la única música suya que había sonado en nuestro tiempo era la de sus grandes obras escénicas: Acis y Galatea, Júpiter y Semele y Los elementos. Están compuestas antes de 1720 y ofrecen ese estilo autóctono que poco tiene que ver con el panorama musical que se produciría solo unos años más tarde en España, cuando empezaron a llegar, sobre todo a Madrid, grandes músicos italianos patrocinados por la nueva dinastía Borbón. El Literes del principio es un músico con oficio y no exento de ingenio, pero el Literes posterior, el que escuchamos ayer (tres cantadas al Santísimo), es un músico deslumbrante, al que podríamos situar al mismo nivel que Nebra, lo cual no es que sea mucho, es que es muchísimo. ¡Es que es una barbaridad!
De aquel fatal bocado data de 1730, Si el viento busca ave placentera es de aproximadamente 1725 y la refulgente Ya por el horizonte es de 1728. Como suele suceder en este país que todavía sigue siendo España (o que, al menos, se sigue denominando oficialmente España), estas cantadas estaban extraviadas, hasta que el musicólogo Antoni Pons, de Ars Hispana, las localizó en el archivo de la Catedral de Guatemala y las editó. Forman parte, sin duda, de la mejor música española que se hizo a lo largo de todo el periodo Barroco. Están llenas de inventiva y muestran unos increíbles cromatismos, especialmente Ya por el horizonte, en el que la presencia del clarín, en diálogo con la voz, le confiere una apabullante grandiosidad.
Mena estuvo, espléndido, pese a que la acústica de la iglesia no era la idónea (suele suceder con casi todas las iglesias barrocas). Tampoco ayudó a cantante ni instrumentos el frío (mayor en el interior que en el exterior del recinto). Abordó y solventó con holgura los pasajes más difíciles, que no fueron pocos (está claro que Literes las concibió así porque tuvo a su disposición a algún gran contralto en la Capilla Real… quizá un castrado). La voz de Mena, como dije recientemente al referirme al concierto que ofreció en esta misma edición del FIAS en la Basílica Pontificia de San Miguel, es como un cañón, capaz de llegar a cualquier rincón del templo, por grande que este sea. Eso es la técnica, lo que se conquista con horas y horas de trabajo diario… Lo otro es el buen gusto y el color de la voz, virtudes innatas en el cantante vitoriano.
Concerto 1700, bajo la trepidante dirección de Daniel Pinteño, ofreció un sonido lleno de matices. Es un grupo que, pese a su juventud, va madurando a pasos agigantados e integra ya, por derecho propio, esa asombrosa vanguardia de la música antigua española. Ignacio Prego, al clave o al órgano, estuvo solícito en todo momento y conformó un bajo continuo magnífico con el violonchelo de Ester Domingo y la tiorba de Pablo Zapico. Sobresalientes Marta Mayoral, como segundo violín, y Laura Asensio con el contrabajo (delicadísimos algunos de sus pizzicati). Jacobo Díez Giráldez, que tuvo mucho trabajo, brilló con el oboe. Y, por último, Ricard Casañ extrajo del clarín (o sea, la trompeta natural) ese sonido impresionante que solo los grandes intérpretes saben sacarle a tan endiablado instrumento. Muy apreciables las intervenciones de Concerto 1700 en sendas sonatas de Albinoni y Corelli (esta última, con oboe). Y como bien de fiesta, a modo de propina, una hondísima lectura, de nuevo en la voz de Mena, del Cum dederit del Nisi Dominus vivaldiano, aprovechando que ayer se celebraba el 343º cumpleaños del prete rosso.
Eduardo Torrico
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