MADRID / María Martínez e Ignacio Prego vuelan a Italia en un hermoso concierto palatino
Madrid. Capilla del Palacio Real. 9-X-2024. María Martínez, violonchelo; Ignacio Prego, clave. Música en la Corte: Barroco en Palacio. Obras para violonchelo solo y y con basso de J. Dall’Abaco, D. Gabrielli, F.X. Geminiani, F. B. Marcello, A. y D. Scarlatti y A. Vivaldi.
Espacio, repertorio, instrumento, intérpretes. Todo en esta ocasión se dio la mano para deparar un notabilísimo concierto. La capilla del Palacio Real de Madrid, diseñada en 1740 por Juan Bautista Sacchetti, fue el soberbio marco en el que la violonchelista María Martínez y el clavecinista Ignacio Prego, dos de nuestros más destacados intérpretes de música barroca, realizaron su particular y brillante Viaggio in Italia. Es éste el título general de un recorrido que por la música italiana para violonchelo vienen presentando en los últimos meses.
Cronológicamente, comienza por un ricercar de Domenico Gabrielli (1650-1690), Minghino dal violoncello, compositor de las, probablemente, más antiguas obras dedicadas al chelo como instrumento solista, y termina con un capriccio del italo-belga Joseph dall’Abaco (1710-1805), uno de los compositores-intérpretes que más contribuyó a la difusión de su instrumento en el Setecientos (ambas obras, por cierto, están concebidas para violonchelo a solo). Entre ambos extremos, tres sonatas para violonchelo y basso de Alessandro Scarlatti (1660-1725) –una rareza en su ingente producción, pero, como casi toda ella, de gran interés–, Francesco Xaverio Geminiani (1687-1772) –una de esas sonatas que Burney, osadamente, tachó de “virulentas”– y Benedetto Marcello (1686-1739) –emparentado aquí con Bononcini–. El clave, naturalmente, pasó a primer plano con cuatro sonatas de Domenico Scarlatti (1685-1757), profesor de música de Bárgara de Braganza y tan español como italiano
María Martínez contó en esta ocasión con un instrumento excepcional, el Stradivarius 1700 de las colecciones reales, que, afortunadamente, se conserva en un estado muy próximo al original y posee un bellísimo y aterciopelado timbre. Formando un todo con él, penetró con hondura en la esencia de las obras, ofreciendo una interpretación sólida tocada, aquí y allá, de rasgos poéticos. Sus prodigiosos dedos, suaves y delicados en apariencia, repentinamente vertiginosos en los pasajes virtuosísticos -la fascinación comenzó ya en el Ricercar de Gabrielli, al arrancar el concierto-, firmes y eficaces siempre, junto con la vitalidad y nervio de su arco, ofrecieron una variada y exquisita gama de matices sonoros que, amplificados en aquel excepcional ámbito, envolvían constantemente al público.
En todo momento se hizo patente la compenetración con el clave de Ignacio Prego, discreto y eficiente soporte armónico, que, por su parte, voló igualmente muy alto cuando asumió el papel protagonista en las sonatas de don Domingo Escarlata. Ambos dejaron patente por qué son hoy incontestables figuras de la interpretación historicista española y europea, firmando un concierto que, pese a su relativa brevedad –no, no voy a caer en el tópico–, quedará, sin duda, para el recuerdo.
Manuel M. Martín Galán