MADRID / Mahler, Dudamel y la Filarmónica de Múnich: Solo en parte

Madrid. Teatro Real. 28-VI-2019. Gustav Mahler: Sinfonía nº 2 “Resurrección”. Orquesta Filarmónica de Munich. Orfeó Catalá. Coro de Cambra del Palau de la Música Catalana. Chen Reiss, soprano. Tamara Mumford, mezzosoprano. Director: Gustavo Dudamel.
Todo lo que rodea a Gustavo Dudamel tiene garantizado el impacto mediático. Incluso diríamos que excesivo. No producía, al menos a quien escribe estas líneas, la mejor de las impresiones tomar el programa de mano con una foto del director a portada completa, con su apellido sobreimpresionado y sin mención alguna de Mahler, creador de la monumental partitura que se presentaba en el concierto.
El venezolano, lo he dicho en otras ocasiones, es un talento indudable, pero también es cierto (y también lo he señalado, aunque mucha de la crítica no comulgue con este criterio y le rinda continuamente incondicionales homenajes) que aún le queda camino por recorrer y que, más que simplemente considerarse ya consagrado y “hecho”, debería pulir algunos aspectos de su aproximación, entre otros el trabajo para la claridad de texturas sonoras, a menudo en exceso espesas. Aunque la propaganda insista en que Mahler es “su compositor fetiche”, servidor hasta ahora le ha escuchado más aciertos en otros repertorios, y en cambio ha habido de todo en la música del bohemio, desde una mediocre Novena hasta la excelente Cuarta que ofreció hace meses en Madrid con la Mahler Chamber Orchestra.
La Segunda de Mahler es un fresco colosal pero complejo y caleidoscópico, uno que transita entre las inquietantes y ominosas sombras del primer movimiento, con apenas algún atisbo de esperanza, y el júbilo triunfal del apoteósico final de la resurrección, con ancho espacio intermedio para la felicidad del segundo movimiento y buena parte del tercero, antes de que asomen después el dolor de la muerte y la súplica para la resurrección, que se materializa con el luminoso final mencionado. El impresionante arco solo producirá el impacto emocional que sin duda pretendió Mahler y que tantos mahlerianos ilustres, desde Bernstein a Haitink, han evidenciado, si se presenta de manera completa con la debida consistencia.
Los mimbres que anoche tenía Dudamel en las manos eran, a priori, de primera fila. La Filarmónica de Munich, en su día espléndida en las manos de Kempe y hace no tanto de Celibidache, se antojaba una formación idónea para conseguir los mejores resultados. Sin embargo, las cosas no empezaron bien. Las rápidas, urgentes figuras de la cuerda grave en el primer movimiento fueron atacadas con desigual precisión, más de un matiz quedó limado (el compositor demanda pppp con frecuencia, pero en muchas ocasiones apenas escuchamos pp), y la cuerda entera sonó poco empastada y no del todo afinada, aspecto que tuvo que ser corregido tras el primer movimiento. No sé si en el asunto tuvo que ver la actitud un tanto sobrada (algo por otra parte habitual en él) del concertino Nasturica en la afinación inicial; lo cierto es que la rectificación fue un hecho inhabitual pero inevitable.
El segundo tiempo, por lo demás bien cantado, pareció en exceso moroso y a menudo edulcorado. Cierto, Mahler prescribe muchos glissandi, pero aquí tuvimos los prescritos (bien resaltados) y algunos más, y la dinámica solo se ensanchó en algunos trazos. Pudo haber tenido más humor el scherzo, y más trascendencia el Urlicht, donde Mumford, correcta pero distante, tampoco consiguió impresionar. Puede aplicarse también esto a la pequeña voz de Reiss, sin que quien esto firma entienda por qué la soprano permaneció en silencio en todos los pasajes en los que Mahler prescribe su participación colla parte (de las sopranos del coro), para aparecer apenas (faltaría más, claro está) cuando su partitura se separa de la del coro. Estupendos los dos coros, matizadísimos en el cuarto tiempo y adecuadamente imponentes en el quinto.
Fue el triunfal quinto movimiento, pese a algún desliz evidente de los trompetas cerca del final de la obra, lo mejor de la interpretación. El triunfo sonó con el convencimiento y consistencia que anteriormente habían faltado. Pero el balance global fue el de una interpretación que convenció y emocionó solo en parte, porque no terminó de levantar el vuelo y no respondió, al menos para quien esto firma, a la expectativa levantada. Ello no es óbice para reseñar que, como siempre en las visitas de Dudamel, el triunfo fue grandísimo. Añado lo que para mí fue una sorpresa y no especialmente grata: la Filarmónica de Munich pareció lejos del estándar que tenía en los tiempos de Celibidache. Gergiev tiene trabajo por delante, suponiendo que pueda hacerlo y quienes le quieren echar por su amistad con Putin, no consigan su objetivo. Desde luego, el estado actual de la formación bávara, a juzgar por la prestación de anoche, dista bastante de su compañera de la Radio de Baviera y de la recientemente escuchada Gewandhaus de Leipzig.
Rafael Ortega Basagoiti
Foto: Javier del Real / Teatro Real
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