MADRID / Magnífico Schubert del Quiroga con Altstaedt
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 3-XI-2022. Ciclo de Cámara XXI (CNDM). Cuarteto Quiroga (Aitor Hevia y Cibrán Sierra, violines; Josep Puchades, viola; Helena Poggio, violonchelo). Nicolas Altstaedt, violonchelo. Obras de Beethoven y Schubert.
Planteaba el Quiroga una muy interesante velada en el ciclo del Liceo de Cámara que organiza el CNDM, con la unión, en un concierto sin pausa, de dos obras que, como apunta acertadamente Luis Gago en sus precisas notas, tienen elementos en común. De hecho, en el Cuarteto op. 95 de Beethoven, apodado” Serioso”, y en el monumental Quinteto para cuerdas D 956 de Schubert encontramos más elementos compartidos de los que a priori pueda parecer, más allá de que se trate de obras de madurez (en el caso de Schubert, de hecho, perteneciente al último año de su vida).
Se refiere Gago al cuarteto de Beethoven como una “música sin concesiones, áspera más que amarga, reconcentrada, críptica, fiera, casi inhóspita”. Palabras que describen bien una música que tiene algo de obsesivo (en esa reiteración infinita de la figura de cuatro semicorcheas que domina el primer movimiento), pero también de contundencia, de misterio, de cambios repentinos de clima y ánimo. Debió así de entenderlo el Quiroga, uno de nuestros cuartetos más celebrados, porque se decidió por una interpretación rotunda, de tempi fulgurantes (movimientos primero, tercero y cuarto), tanto que no recuerdo haberlo escuchado a tan temible velocidad ni siquiera, por llamarlo así, a formaciones tan —en este sentido y en algún otro— atrevidas como el Alban Berg o, en menor medida, el Tokyo.
La entrega a tan frenética trepidación tiene, como es lógico, sus riesgos. El principal es el de la precisión, y es cierto que algún peaje en este sentido se pagó, pero la cambiante atmósfera, la crudeza de una música que en su segundo movimiento transmite una rara mezcla de misteriosa y enigmática melancolía, quedaron captadas y traducidas de forma encomiable por una interpretación más que notable del Quiroga que, pese a la tremenda velocidad imprimida, logró dotar al tramo final (aún más vivo) del último movimiento de una plausible claridad de exposición.
El colosal Quinteto schubertiano, como tantas otras páginas de su último año de vida (Viaje de invierno, Canto del cisne, Sonata D 960…), es una obra que deja el ánimo demolido tras la escucha del devastador Adagio, música estremecedora donde las haya, en la que Gago encuentra, con razón, algún eco expresivo del movimiento lento del op. 131 de Beethoven. Un Adagio que juega el mismo papel de suspensión anímica que el movimiento lento de la mencionada Sonata D 960 o la última canción del Viaje de Invierno.
Al previsto Clemens Hagen le sustituyó un violonchelista de lujo: el alemán Nicolas Altstaedt, que ya nos ha deslumbrado en varias ocasiones. Descalzo (como en él es habitual), se fundió con el Quiroga asumiendo la partitura del segundo chelo en la obra de Schubert. El resultado fue sencillamente espeluznante. Tanto como la propia obra. A su manera, asomó también cierta crudeza, salpicada también de misterio, en el primer movimiento, pero fue el tremendo Adagio el que hizo contener la respiración, con toda razón, a la audiencia. Bellísimo, con sobrecogedores y susurrados pianissimi, adelgazados hasta lo casi inverosímil, con emotivos diálogos entre Hevia y Altstaedt, y con el contraste del pasaje central, más tormentoso, admirablemente traducido.
Tremendo el Scherzo, muy vivo, rotundo, con un cierto sabor rústico, pero con tintes casi violentos, y con un Trio que respondió perfectamente a lo que apuntaba Gago en sus notas: “un lento y despojado descenso hacia la nada”. Precioso también el más exuberante Allegretto final, un rondó que no esconde influencias húngaras que incluyen un carácter casi danzable, resaltado ayer con un manejo magnífico del rubato por parte del Quiroga y Altstaedt. Trepidante el più allegro final, para cerrar una interpretación extraordinaria de una obra en la que la intensidad le deja a uno exhausto. No parece posible, ni razonable, tocar algo más después de una obra como esta. Y pese al éxito, muy grande y merecido, optaron los artistas por omitir una propina que hubiera sido, después de semejante monumento, un añadido inoportuno.
Una gran velada camerística, sin la menor duda. Con Beethoven, Schubert y unos intérpretes de primera, difícilmente podía ser de otra manera.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Elvira Megías – CNDM )