MADRID / Magnífico Kavakos con la Nacional
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 30-IX-2022. Leonidas Kavakos, violín. Director: David Afkham. Obras de Prieto, Korngold, Debussy y Ravel.
Si la semana pasada la inauguración de la temporada de los conjuntos nacionales abría uno de los tres hilos temáticos de la misma (Ligeti 100) con el siniestro Requiem del compositor húngaro, el segundo concierto sinfónico daba paso a otro de los hilos, Visiones de América, representado por la interpretación del breve (apenas ocho minutos) poema sinfónico Chichén Itzá, de la compositora ovetense María Teresa Prieto, exilada a México durante la guerra civil, país en el que permanecería hasta su muerte en 1982.
La obra, como comenta oportunamente Clara Sánchez en sus excelentes notas, se estructura en un movimiento único con tres temas principales ideados en tres elementos presentes en las ruinas mayas del Yucatán: El Gran Juego de Pelota, la serpiente emplumada descendiendo por el templo de Kukulcán y, por último, el de la doncella bien ataviada que será sacrificada en el cenote. Página de lenguaje sencillo que nos llegó con envidiable brillantez de las manos de Afkham y la Nacional.
El centro de atención del programa lo constituía, no obstante, la participación del violinista y director griego Leonidas Kavakos, en la primera de las tres comparecencias que tendrá en la temporada de la OCNE como artista residente. Kavakos escogió para la ocasión el Concierto para violín op. 35 de Korngold, compositor muy ligado a la música para cine, con sus obras, como judío que era, prohibidas por el régimen nazi (igual que las del serialismo y otras) por considerarlas “degeneradas” (la famosa Entartete Musik a la que el sello británico Decca dedicó una serie hace años).
El concierto para violín, nacido en los momentos finales de la II guerra mundial (1945), es su primera obra no destinada al cine, aunque, como bien comenta Clara Sánchez, lo cierto es… que está salpicada de temas de sus propias músicas para diversas películas, siendo la sección central contrastante del segundo movimiento una inserción compuesta específicamente para el concierto.
Se mueve en un clima de general lirismo, y su atractivo colorido se escucha con agrado. El solista tiene pasajes de evidente demanda (uno casi en forma de cadencia, mediado el primer movimiento), además de un último tiempo decididamente festivo, vibrante y exigente en cuanto al virtuosismo. La Romanza central se antoja el momento más conseguido e intenso de la obra.
No vamos a descubrir a estas alturas a Leonidas Kavakos, violinista superlativo firmemente instalado en la cumbre de los solistas actuales de ese instrumento. El espigado griego toca con una facilidad insultante, tiene un sonido precioso, rico en el colorido, con un perfecto control del vibrato y una afinación de precisión generalmente exquisita. Es, además (o más bien, sobre todo) un soberbio músico, capaz de recrear de manera magistral la alegre vibración del último movimiento, pero habiendo dejado antes una délicatesse exquisita en su lectura del bellísimo segundo tiempo. Maravillosamente realizado el pasaje de armónicos en este movimiento, y emocionante, sutil, etéreo, el susurrado final del mismo.
La trepidación desplegada por el griego en el primer movimiento, y especialmente en su brillante conclusión, fue tal que se precipitaron (y no se interrumpieron) los aplausos al final del mismo. Si fue acertadamente interrumpido por Afkham (que se volvió al público, en un significativo gesto al que solo le faltó añadir “A ver, ¿va a parar?”) el comienzo del segundo movimiento, tras la ya habitual pero no por ello menos criminal irrupción del móvil de turno.
El éxito de Kavakos, nada sorprendente, fue extraordinario. Y extraordinaria fue su propina: la Sarabande, con su Double, de la Primera Partita para violín solo de J.S. Bach, expuesta con sobria contención, prácticamente ausente vibrato, finamente delineados arpegios y apropiados adornos en las repeticiones. La Double, planteada desde una sencillez y elegancia de canto verdaderamente formidables, redondeó una actuación magnífica.
La segunda parte del concierto nos devolvía al impresionismo francés. Si la temporada pasada Josep Pons puso en los atriles los Nocturnos de Debussy y las dos suites de Dafnis y Cloe de Ravel, Afkham eligió ayer la partitura orquestal más conocida del primero, El Mar, y una de las más brillantes del segundo, La Valse.
Las interpretaciones de ambas obras dejaron en evidencia el estupendo momento de la orquesta, que suena, como ya lo hizo la semana anterior en Strauss, magníficamente en todas sus familias, y con múltiples contribuciones solistas realmente extraordinarias. Quien suscribe tuvo la sensación, no obstante, de que el titular de la Nacional se encuentra más a gusto en aguas diferentes. Hubo brillantez orquestal a raudales (apabullante en el caso de La Valse, pero también en el Diálogo del viento y el mar de la partitura de Debussy), qué duda cabe, pero todo parecía muy medido, y se echó en falta también esa textura refinada, sugerente, con que la música del impresionismo, valga la redundancia, impresiona. Faltó también seducción, sensualidad en La Valse, aunque la arrolladora orgía sonora con que concluye fuera realmente apabullante y estuviera conseguida de manera sobresaliente.
El éxito, en todo caso, fue grandísimo, y desde luego esta primera aparición de Kavakos solo hace esperar, con verdaderas ganas, las dos siguientes.
Rafael Ortega Basagoiti
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