MADRID / Magistral Mozart de Antonini con la Orquesta Nacional
Madrid. Auditorio Nacional. 9-II-2024. Concierto sinfónico 11 de la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España. Director: Giovanni Antonini. Solista: Julia Hagen, violonchelo. Obras de Gluck, Boccherini y W.A. Mozart.
Fascinante viaje al siglo XVIII el que ofrece la Nacional este fin de semana, bajo un mando, el del milanés Giovanni Antonini (1965) que, en estos días, es de los mejores imaginables para el repertorio elegido. Como tantos otros de sus colegas procedentes del mundo historicista, Antonini ha seguido el trayecto habitual en ese ámbito: brillante solista de su instrumento (la flauta) que funda un grupo de instrumentos de época (Il Giardino Armonico, creado en 1989) y más tarde se introduce, sin abandonar dicho grupo, en la más ambiciosa empresa de dirigir formaciones sinfónicas modernas, a las que, como también ha sido la ocasión con la Nacional, impregna un evidente sello históricamente informado, como veremos inmediatamente. Eso es lo que muchos conocen como “tercera vía”: el acercamiento al repertorio barroco y clásico que mira, en cuanto al estilo de la interpretación (y en cuanto a ciertos mimbres instrumentales, como también veremos), a las pautas históricamente informadas, pero que no desprecia el empleo de instrumentos modernos. Tendencia que se sitúa, pues, entre el historicismo más purista y la tradición más conservadora, que, con alguna frecuencia, no satisface a los más radicales defensores de ninguna de las dos opciones. Algo que no deja de ser curioso, dado que la mayor parte de los directores que proceden del ámbito historicista (empezando por su pionero, Harnoncourt) la defienden con éxito. Los descontentos, eso que se pierden.
El fundador de Il Giardino Armonico, ahora embarcado en un ambicioso proyecto discográfico (Haydn 2032, que incluirá el corpus sinfónico completo del autor de La Creación para el año 2032, en que se celebrarán los 300 años de su nacimiento), planteó un programa dieciochesco, con dos obras bien conocidas y una pieza concertante no tan habitual, aunque su autor, Luigi Boccherini, si lo sea.
Abría el fuego la Suite del ballet de Gluck Don Juan, que incluye quince de los treinta y un números del ballet. Comenta Teresa Cascudo, en sus notas al programa de mano, las palabras con que Antonini se refiere a este ballet: “un audaz intento de describir las pasiones humanas con música y coreografía y de expresarlas utilizando movimientos libres […] la voz de la libertad habla en esta partitura, que permite inventar nuevos gestos que no se rigen por las reglas tradicionales”. Música que sirve con sencillez y elegancia el propósito escénico para esta obra que, como señala Cascudo, se enmarca en el género del ballet d’action, en la que no faltan, naturalmente, los números genuinos de danza que ilustran la fiesta en la que Don Juan es el anfitrión, y que incluyen la preciosa chacona de evidente sabor español, castañuelas incluidas.
Antonini, con su mando firme, claro y de contagioso magnetismo, ofreció una interpretación modélica. Con un contingente de cuerda bien equilibrado (9/8/6/5/3) e incluyendo trompas naturales (detalle no habitual, porque muchos de los directores que se inclinan por esta vía recurren con cierta frecuencia a las trompetas naturales, pero no a las trompas, mucho más traicioneras), su interpretación tuvo los rasgos de estilo esperables en quien procede del mundo historicista: vibrato muy limitado, tempi vivos y generosidad de acentos, matices y contrastes, incluyendo libertad a los solistas para el adorno en las repeticiones (que, por ejemplo, empleó con buen criterio el solista de oboe de la ocasión, Robert Silla, en la Serenata, segundo número de la obra). La pieza más conocida de la obra es la Danza de las furias que retrata el final de Don Juan y su descenso a los infiernos. Música que llegó en todo su intenso frenesí en la vibrante interpretación de Antonini, que consiguió un rendimiento inmejorable de una Nacional que se mostró (trompas naturales incluidas) en estado de gracia, con magnífico empaste y articulación de la cuerda y sonido tan incisivo como hermoso.
Boccherini fue un virtuoso del chelo, y se nota, como destaca Cascudo en las notas. Su Concierto G 482 en si bemol mayor, con pasajes que requieren una gran agilidad de articulación, y una escritura que se centra en su mayor parte en el registro medio-agudo del instrumento (con frecuentes incursiones en la parte más aguda del mismo), es una buena muestra del mejor estilo galante, y a la vez, una prueba comprometida para el solista, porque ese registro agudo del chelo, además de ser el menos agradecido en cuanto a volumen y resonancia, es posiblemente el más inclemente en cuando a la demanda de la mayor precisión en la afinación.
Asumió el reto con pasmosa facilidad la joven chelista salzburguesa Julia Hagen (1995), hija del también chelista Clemens Hagen, con un bello instrumento de Francesco Ruggieri (Cremona, 1684) que al firmante le dejó la impresión de brillar más en el registro grave, menos explorado en la partitura de Boccherini. Hagen lució un sonido no especialmente poderoso (tampoco era eso lo que la obra demandaba, habría que escucharla otro repertorio para opinar con más fundamento), de gran belleza y estupenda precisión en la afinación, desgranando con consumada perfección esos complejos pasajes de virtuosismo en la zona más aguda. Se sumó Hagen al estilo, con vibrato restringido y arco ligero, para construir una interpretación excelente, impecablemente ejecutada y siempre fraseada con elegante expresividad, como en el bonito canto del Andantino grazioso. Tuvo sonriente gracejo el Rondó final, incluyendo ciertos toques de sabor rústico. Cuidadísimo acompañamiento de Antonini: valga como muestra el botón del exquisito final del Andantino. La joven solista agradeció las calurosas ovaciones regalando una sencilla pero hermosa interpretación de la Sarabande de la Primera suite BWV 1007 de Bach, bien matizada y adornada con gusto en las repeticiones.
No necesita presentación la última sinfonía del genio mozartiano: la Jupiter, obra maestra y de considerable complejidad, especialmente en el intrincado tramo final del último tiempo, cuando Mozart dibuja ese formidable fugado con los cinco motivos que emplea a lo largo del movimiento. Antonini repitió el orgánico de cuerda empleado en Gluck (9/8/6/5/3), y a las trompas naturales se añadieron también trompetas naturales, como cabía esperar. El resultado, digámoslo ya, fue una interpretación sencillamente magistral de la sinfonía mozartiana. Con todas las repeticiones prescritas, llegó vibrante, enérgica, también cantable (el segundo motivo del primer tiempo, o el hermoso y ligero Andante cantabile), rica en inflexiones, matices y contrastes, sin rehuir aristas ni acentos, y con tempi que exigían el máximo de agilidad de la orquesta. Construida con impecable transparencia, sin descuidar detalles ni planos (¡qué maravilla el canto de la madera en muchos momentos del primer tiempo!), con una orquesta entregada, dando lo mejor de sí misma, esta Jupiter escuchada ayer es el testimonio de un grandísimo músico que sabe sacar, en un repertorio que conoce al dedillo, lo mejor de una estupenda orquesta en envidiable estado de forma. Antonini se llevó a la orquesta al territorio historicista que mejor conoce, y aunque ese no sea el que más habitualmente transita la formación, logró que pareciera casi lo contrario: materia de todos los días. Un resultado realmente extraordinario. Así lo reconoció el público, y la propia orquesta, visiblemente encantada con el milanés, al que aplaudió con calor.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Rafa Martín)