MADRID / Magistral Beethoven de Lisa Batiashvili

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 14-XI-2022. Ibermúsica 22/23. Lisa Batiashvili, violín. Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma. Director: Antonio Pappano. Obras de Beethoven y Schumann.
El segundo programa de la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma tenía un ingrediente especial de interés: volver a escuchar a la georgiana Lisa Batiashvili (Tiflis, 1979), que con su Guarneri “del Gesù” (1739) afrontaba uno de los pilares del repertorio: el Concierto para violín y orquesta de Beethoven. Había dejado Batiashvili un recuerdo extraordinario hace cuatro años, cuando ofreció, con la Joven Orquesta Mahler y Jurowski (una velada formidable), una lectura de enorme intensidad del Segundo concierto de Prokofiev. Digamos de inmediato que lo que ayer se escuchó en el auditorio superó aquella magnífica impresión para alcanzar los niveles de lo que es difícil de olvidar.
El concierto beethoveniano no tiene la espectacularidad técnica de los de Brahms o Sibelius, pero esconde en sus pentagramas una trampa que puede ser mortal, porque desnuda de manera inclemente todo lo que no sea una afinación perfecta. Cualquier pequeño desliz queda inmediatamente expuesto con patente nitidez, y ello obliga al solista a una precisión milimétrica. Desde el punto de vista interpretativo, la línea melódica es de extrema elegancia, pero reclama también del solista una flexibilidad de inflexiones en el fraseo y matices que separan un discurso de interés de lo meramente mecánico o literal.
Batiashvili, vestida anoche con los colores de la bandera de Ucrania, impartió una lección magistral. El sonido pareció incluso crecido en presencia respecto a otras ocasiones, pero volvió a resultar bellísimo, redondo, ancho en la dinámica, con un vibrato siempre justo, nunca distorsionador y siempre manejado y juzgado con extrema inteligencia y sensibilidad. La afinación, siempre segurísima, alcanzó una perfección extraordinaria, y el discurso estuvo impregnado de esa flexibilidad de inflexiones y matiz apuntada en el párrafo anterior. Las cadencias de primer y último movimiento, de Fritz Kreisler, fueron interpretadas de manera bellísima y ejecutadas con una precisión excepcional.
Brilló también el canto de la georgiana en el segundo movimiento, y lució vitalidad en el animado tercero, articulado, como toda la obra, con una claridad exquisita. El siempre fogoso Pappano, nuevamente sin batuta, acompañó con calor y cuidado ensamblaje, con una respuesta orquestal en la que, como el día anterior, brilló especialmente el empaste y capacidad de matiz de la cuerda. Los metales parecieron algo más toscos y menos cuadrados que el día anterior, con mantenida preminencia de las trompetas, proclives a algún exceso en los forte, y mayor inseguridad en los trompas, con algún roce evidente, especialmente en el inicio del Larghetto.
El éxito fue, como cabía esperar, enorme, y Batiashvili regaló una electrizante propina: la pieza de inspiración popular titulada Doluri, del georgiano Aleksandr Machavariani (1913-1995), página completamente desconocida hasta ayer para quien esto firma, y cuya identificación debo al siempre atento equipo de Ibermúsica.
La segunda parte nos traía una obra bien conocida, que además hemos podido escuchar varias veces en los últimos años en los ciclos sinfónicos de la Sinfónica de RTVE y la Nacional, y que Pappano conoce bien y ha grabado con esta misma orquesta romana. Recuperada la batuta, se acercó el angloitaliano a la obra con un comienzo no del todo convincente, especialmente porque los metales parecieron no demasiado bien empastados y sí poco sutiles en el pp inicial de la introducción lenta del primer movimiento. Mejoró visiblemente la cosa en el Allegro ma non troppo subsiguiente, que creció en temperatura e intensidad y fue coronado con un notable final.
El Scherzo, esa página para la que Schumann demanda un Allegro vivace para un diseño comprometido en la cuerda que causa justificados sudores en los violinistas en las audiciones para entrar en orquestas, fue dibujado por Pappano a un tempo trepidante, sin concesiones, y la excelente cuerda romana salvó el trance con una articulación de gran agilidad e impecable nitidez de empaste, incluso en una coda, aún más rápida, verdaderamente electrizante, que llevó a la orquesta al límite de las posibilidades de la claridad.
Brilló también la calidez y largueza de la cuerda en el serenamente lírico Adagio espressivo, que respondió con acierto a esa segunda parte de la indicación, y en el que lucieron también los solistas de madera, especialmente oboe y fagot.
Enérgico, rotundo y vital el Allegro molto vivace final, en el que destacó otra vez la cuerda (estupendos segundos violines y violas en su ejecución de los rápidos tresillos sobre la parte media del movimiento), y que culminó en un final de exuberante exaltación. Notable éxito (aunque no tan grande como el conseguido por Batiashvili), tras el que Pappano ofreció dos propinas. En la primera volvió a exhibirse la cuerda, protagonista única y extraordinaria del primer movimiento, Italiana, de la tercera suite de las Arias y Danzas Antiguas de Respighi. La segunda incluyó a toda la orquesta (excepto trombones, como es lógico), para una versión fulgurante -quizá un punto demasiado fulgurante- de la mozartiana obertura de Las bodas de Fígaro, anunciada por Pappano con un “ahora, España”. Pappano cerró el turno de ovaciones inmediatamente después, con un simpático gesto de “hora de ir a dormir”.
Un concierto de excelente nivel general, pero, por encima de todas las cosas, una lección magistral de una formidable violinista.
Rafael Ortega Basagoiti
1 comentario para “MADRID / Magistral Beethoven de Lisa Batiashvili”
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