MADRID / Lisette Oropesa: su peso en oro
Madrid. Teatro Real. 30-III-2022. Ciclo Voces del Real. Lisette Oropesa, soprano. Páginas de Guillaume Tell, Le siège de Corinthe, Le Comte Ory, Les Martyrs, La Favorite, Lucie de Lammermoor, La fille du régiment. Orquesta y Coro Titulares. Director: Corrado Rovaris.
Inteligente, bien organizado y muy atractivo programa en el recital madrileño de Lisette Oropesa en base a dos compositores italianos en su inevitable entonces etapa francesa, ejemplarizando, además, su doble capacidad de inspiración con títulos serios y cómicos. Y elegidos de acuerdo con su categoría de soprano lírico-ligera, aunque introdujera alguna parte más cercana a otra clase sopranil de medios más centrales o de mayor peso, como Matilde de Guillaume Tell, personaje destinado normalmente a voces de esa tipología. Programó su aria de presentación, más conocida, en vez de la que luego tiene en partitura: una especie de trampa rossiniana, ya que aquí la obliga a una serie de florituras que ponen en peligro a una solista de la consideración vocal aludida. Oropesa desgranó una Sombre forêt desplegando lirismo, elegancia y las exigencias requeridas en su predominante escritura silábica, efectuando los encantadores saltos de octava (la guinda del pastel canoro) con impecable precisión y remate.
La plegaría de Pamyra en Le siège de Corinthe exige otros recursos expresivos, y Oropesa se dejó llevar por la sublime melodía con un pulcrísimo canto legato, dando al mismo tiempo el necesario contenido emocional. Una delicia que destacó el valor de la página.
Con el aria de Adèle de Le comte Ory hubo el contrastado cambio de clima, así como, de nuevo, de vocalidad, con la necesaria disposición para el canto de coloratura y de imaginación ejecutiva, variando somera pero ejemplarmente el da capo de la cabaletta, como volvería a efectuar posteriormente en puntuales oportunidades para ello. Con este chispeante Rossini se cerró la primera parte de la velada.
Como en el caso de la Matilde rossiniana, la Pauline donizettiana de Les Martyrs se evidencia pensado para una soprano de mayor centro que el de Oropesa. Pese a ello, sus largas frases, necesitadas de un generoso fiato con la habilidad y de sostenerlas sin apenas esfuerzos, demostraron que la cantante estaba capacitada para traducir este penetrante y hondo momento. Una maravilla.
Lucia di Lammermoor se estrenó pronto en París y fue tal su éxito que Donizetti se sintió animado a realizar una adaptación francesa. Aparte del idioma efectuó algunos cambios en la partitura. El más llamativo es el de sustituir la cavatina de salida de la protagonista, Regnava nel silenzio, por Que n’avons nous des ailes. Aunque no tan patética como la italiana, es una hermosa página que busca más el lucimiento instrumental de la soprano que su definición dramática. En su traducción italiana (Perche non ho dal vento) ha sido recuperada por algunas intérpretes, entre las que es muy fácil recordar a la grandísima Beverly Sills que, como era habitual en ella, aprovechaba para recargarla con sus innumerables recursos barroco-belcantistas. Oropesa hizo una lectura más sobria y conveniente, más conforme con el original y, desde luego, sobresaliente.
Otras dos formas de canto y expresividad las dejó la cantante para cerrar el capítulo donizettiano: la intervención de Marie en el acto II de La fille du régimen. Aria magnífica de contenido elegíaco-sentimental que, en compañía del obbligato del violonchelista (bravo por él), nos dejó en suspenso por la belleza, la dulzura y la morbidez de su canto. Luego vino el efecto contrario del Salut a la France que por cierto fue tan popular que se convirtió en el himno oficial del país vecino durante el Segundo Imperio.
Hubo solo dos propinas, pero generosas y sin salirse de contexto. El aria de Isabella de Robert le Diable de Meyerbeer: absolutamente magistral, no se puede resolver mejor este melancólico momento en concepto, musicalidad y estilo. Y el bolero de Hélène en Les vêpres siciliennes de Verdi, donde el buen gusto y el salero estuvo por encima de la espectacularidad vocal.
Un recital en conjunto distinguido por la personalidad de una intérprete exquisita. Enriqueciendo su presencia, el coro, como siempre a su altura, acompañó a la solista en los fragmentos en cuya colaboración era imprescindible para que no quedaran a medio camino. Rovaris se comportó con la esperada solicitud y en las dos oberturas seleccionadas supo sacarle todo el contenido sinfónico a la suntuosa rossiniana de Le siège de Corinthe y revelar en la donizettiana las severas melodías y el solemne clima regio que parece impregnar La favorite.
Fernando Fraga