MADRID / Lina Tur Bonet, pura alquimia violinística
Madrid. Auditorio Nacional. 25-IV-2019. Musica Alchemica. Directora y violín: Lina Tur Bonet. Kenneth Weiss, clave. Marco Testori, violonchelo. Josep Maria Martí, tiorba y guitarra. Obras de Brunetti, Montali, Soler, Reynaldi, Tartini, Veracini, Corelli y anónimas.
Eduardo Torrico
Vaya por delante: el concierto ofrecido anoche por Musica Alchemica es de esos que tardan mucho tiempo en olvidarse, si es que alguna vez se olvidan. Pocas veces se ha visto tan enardecido al público que frecuenta en el Auditorio Nacional el ciclo Universo Barroco, y eso que por aquí han pasado y siguen pasando grandes figuras que ofrecen grandes actuaciones. Se dio la conjunción de varios factores. Por un lado, una música realmente extraordinaria (más las obras de la segunda parte, es decir, las relativamente más conocidas, que las de la primera, varias de las cuales suponían primera interpretación mundial en tiempos modernos), una violinista desatada (en el más positivo sentido del término) y unos acompañantes de nivel estratosférico, que brillaron a la misma altura que la solista.
El título del concierto (El violín entre España e Italia – La música que sonaba en el Madrid del XVIII) era un tanto ambiguo. Atendía más o menos a la realidad en la primera parte de este, dedicada a Gaetano Brunetti y Antonio Soler y a dos ignotos compositores italianos (o medio italianos, ya que se nos cuenta en las notas informativas que uno de ellos, con nombre muy futbolístico —Christiano Reynaldi—, era italo-polaco) que trabajaron en la capital de España o en sus cercanías (Francesco Montali, el otro, fue primer violín de la Catedral de Toledo). Sendas sonatas de estos dos, así como dos piezas anónimas (un Capriccio para violín solo —absolutamente coruscante— y unos chispeantes Fandangos), sonaban por primer vez gracias a la labor de investigación de la musicóloga Ana Lombardía, del Instituto Complutense de Ciencias Musicales. La segunda parte del concierto nada tenía que ver con Madrid, ya que las obras que interpretaron los miembros de Musica Alchemica pertenecían a Giuseppe Tartini, Francesco Maria Veracini y Arcangelo Corelli, seguramente tres de los más grandes violistas —y compositores— del Barroco tardío.
Diestra tanto con el violín moderno como con el barroco, Lina Tur Bonet aplica siempre con acertado criterio los postulados historicistas. Por ello, para la primera parte de este concierto empleó un arco clásico y para la segunda, un arco barroco. Se le notó mucho más suelta con el segundo, quizá también porque en este repertorio se mueve como comodidad que en cualquier otro. A la bellísima Sonata XVIII a violino solo e basso, fatta espressamente per l’uso del Serenissimo Signore Principe di Asturias [e non altro] en Fa mayor (ya solo el título de la misma llama poderosamente la atención) de Brunetti siguió la Sonata para violín y bajo nº 5 en Sol menor de Montali, tal vez la obra con menos enjundia del programa. El violín hizo aquí un paréntesis para ceder el protagonismo al clave: Kenneth Weiss tocó, con más delicadeza que fogosidad (aunque seguramente la obra pide más de lo segundo que de lo primero), el celebérrimo Fandango del Padre Soler. Tras ello, la magnífica Sonata para violín y bajo en Mi bemol mayor op. 1 nº 2 de Reynaldi, un no menos magnífico Capricho para violín solo de autoría anónima y unos Fandangos, igualmente anónimos, que sirvieron para elevar la temperatura del auditorio y para prepararlo para lo que iba a venir a continuación, después de la pausa.
Y lo que vino a continuación fue memorable. La Sonata op. 1 nº 10 en Sol menor, “Didone abbadonata”, nos recordaba, en todas y cada una de sus notas, el porqué Tartini era el violinista más admirado en la Europa de mediados del siglo XVIII. Pero seguramente el florentino Veracini no le iba a la zaga: su Sonata accademica op. 2 nº 12 en Re menor resultó ser la obra más notable del concierto, ejecutada por Lina Tur Bonet y por sus acompañantes de una forma que se acercaba mucho a la perfección. La última pieza, la famosa Folia del Op. 5 de Corelli, terminó por poner patas arriba el auditorio. Por si algo faltaba, vino a completarlo, a modo de propina, de nuevo los Fandangos anónimos, con Marco Testori y Josep Maria Marí dando rienda suelta a su inagotable imaginación (el italiano, incluso golpeando con la palma de la mano la tapa de su violonchelo para imitar, de manera asombrosa, el sonido de las castañuelas; el segundo demostrando por qué es hoy por hoy uno de los especialistas en cuerda pulsada más solicitados en todo el mundo). Fue un final apoteósico para una velada digna de enmarcar.
(foto: CNDM – Ben Vine)