MADRID / ‘Las siete últimas palabras’ por el Cuarteto Gerhard: la más alta espiritualidad musical
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Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 29-III-2024. Quartet Gerhard. Haydn: Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz.
En la Basílica de San Miguel de Madrid tuvimos ocasión de escuchar el pasado Viernes Santo, a cargo del Cuarteto Gerhard, una de las partituras más importantes del repertorio para esta formación y sin duda, una obra fundamental en la Historia de la Música: Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz, de Joseph Haydn. Como es sabido, el sacerdote Don José Sáenz de Santamaría encargó este ciclo al compositor austriaco en 1783, con intención de contribuir a dar mayor lustre al culto en el Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz. A día de hoy nos sorprende esta iniciativa, pensando que se trató de una gran osadía, pero la realidad es que las obras de Haydn eran muy conocidas en la España del momento e incluso parece más que probable que la Condesa-Duquesa de Benavente y Osuna recibiera directamente del compositor varias obras. No soy una adepta del “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero desde luego, no puedo dejar de lamentarme de la larguísima decadencia cultural de la maravillosa ciudad de Cádiz (algunos se deben creer que la famosa Pepa salió como un champiñón) y del nulo interés cultural y artístico de nuestras clases dirigentes.
Aunque la primera versión fue escrita para orquesta, Haydn realizó la versión para cuarteto inmediatamente después, de modo que fue ésta la primera en estrenarse en Viena el 26 de marzo de 1787, mientras que el estreno “oficial” tuvo lugar el 6 de abril del mismo año en Cádiz en el citado Oratorio de la Santa Cueva y no en la Catedral como explica Haydn por error en un escrito de 1801.
La ceremonia consistía en la lectura de las Siete Palabras (u oraciones) de Cristo, después de las cuales, el sacerdote pronunciaba una homilía, tras lo cual, bajaba del púlpito para postrarse ante el altar, momento en que debía sonar la música. Para nuestra ceremonia en San Miguel, el Sr. Rector de la basílica, D. Juan Ramón García-Morato, hizo una sorprendente y muy acertada elección: La Pasión del Señor, textos escritos por el poeta chileno José Miguel Ibáñez Langlois que el propio Rector tuvo a bien recitar con gran sentido. Se trata de un conjunto de poemas glosando cada una de las Siete Palabras que reflejan una fe profundamente vivencial y anclada en el día a día contemporáneo, no exentos de conciencia social ni de humor.
El Cuarteto Gerhard introdujo su interpretación con un coral, herejía de baja intensidad que les será sin duda perdonada por el Altísimo, a tenor de lo que pudimos escuchar acto seguido.
Las Siete Palabras son una sorpresa cada vez que uno las escucha: por su perfección y porque tienen la cualidad de hacernos descubrir siempre algo nuevo y diferente, un aspecto que se nos había escapado hasta esa nueva audición. Como tantas veces a lo largo de la historia del Arte, aquello que, en principio, es una restricción o limitación formal de acatamiento obligatorio, resulta finalmente un acicate para la inspiración y un desafío para la maestría del artista, que extrae lo mejor de sí y nos lega un verdadero monumento. Pienso inevitablemente, dadas la fechas y la temática, en El Descendimiento de Van der Weyden, tabla de dimensiones relativamente reducidas, con un formato muy especial y en el que el pintor se vio obligado a representar un número inverosímil de personajes y que dio como fruto ese cuadro absolutamente asombroso. Sabemos, por sus propios escritos, de lo que Haydn sufrió para componer siete movimientos lentos y proporcionarles variedad. Y sin embargo, nadie lo diría.
Hay dos aspectos que maneja de manera soberbia y que suponen el “secreto” de la obra, que son el constante juego de tensión-distensión y la búsqueda de la simetría en diferentes combinaciones. El primero se refleja en el manejo de las tonalidades y el juego entre modos mayores y menores en función de las secciones de cada movimiento, y sobre todo en la utilización de intervalos complementarios: si hay una tercera disminuida melódica, enseguida aparece una sexta aumentada en acorde para resolver inmediatamente y sin querer entrar en un fárrago técnico, ese juego aumentado-disminuido-resolución es una constante pero no siempre de forma evidente, porque calcula perfectamente las necesidades de alargar más o menos la tensión, en función de los momentos de la agonía de Cristo. La simetría se refleja tanto de forma cruzada, como paralela, como vertical. Haydn juega con las diferentes combinaciones entre instrumentos para establecer diálogos entre las voces, o bien utiliza una escritura extremadamente vertical, como en la Sonata II, para después pasar a una fórmula de melodía acompañada con acordes desplegados y unos etéreos pizzicati. Y qué decir del uso de los silencios, que a veces se van sucediendo y a veces llegan como un frenazo ante el estupor y el vértigo que supone la figura del crucificado.
Disculpen este párrafo de índole más técnica, pero considero que es necesario que el lector se pueda hacer una idea de la complejidad y delicadeza de la estructura de la obra para que calibre también la calidad de lo que escuchamos de manos del Cuarteto Gerhard. Una de las cosas que más aprecio en una interpretación es la sensación de que me van explicando la obra a medida que se va tocando, porque eso significa que los músicos comprenden hasta su último resquicio y la tienen completamente asimilada. Pues eso es lo que sucedió en San Miguel: este magnífico cuarteto aunó la claridad expositiva con una intensidad dramática que reveló el perfecto dominio de la retórica musical del lenguaje haydniano. Acreedores de un sonido muy hermoso y trabajado, y por tanto ya propio y reconocible, supieron jugar con esa tensión de la obra y dejaron vibrar los silencios adaptándose y escuchando con atención y naturalidad la no siempre fácil acústica de esta iglesia (los habituales del FIAS me entenderán). Personalmente, disfruté mucho de esas notas pedales que Haydn reparte por toda la obra y por todos los instrumentos, a modo de pálpito del corazón que se va apagando y cuya duración y ataque fueron estupendos en cada ocasión gracias a un manejo de los arcos perfectamente adecuado. Una cuidadísima utilización del juego no vibrato-vibrato no sólo resultó muy justa estilísticamente hablando, sino que también contribuyó a esa intensidad retórica, al evocar, con esa tensión claramente perceptible del roce de cuerda y arco, la propia tensión del martirio.
Los Gerhard saben volcar toda la intensidad expresiva de que son capaces en los fragmentos más trágicos con la contención necesaria para evitar desbordamientos fuera de lugar y siempre con el equilibrio exacto entre instrumentos. Que me perdonen sus integrantes si no los cito uno a uno distinguiendo sus interpretaciones, pero creo que, en su concepción de esta obra, buscaban precisamente la unicidad, el ser un único instrumento. Por último les diré que la sensación que transmitieron fue de gozo reverencial por estar tocando una obra de esta magnitud y trascendencia, y también que consiguieron trasladar esta atención e interés de quien está imbuido con todos sus sentido en algo –como ellos lo estaban en la partitura–, a un público que vivió cautivado el relato recitado y musical de las últimas horas de Jesús.
He tenido la suerte de escuchar varias veces en el último año al Gerhard y siempre he salido de sus conciertos con la certeza de que se trata de uno de nuestros grandes cuartetos y que desde luego se ganan en cada una de sus prestaciones el nombre que ya tienen entre las formaciones más importantes a nivel nacional e internacional. Un grandísimo Haydn con todo el peso musical y espiritual que la ocasión requería.
Ana García Urcola