MADRID / ‘Las golondrinas’: la tragedia de un payaso

Madrid. Teatro de la Zarzuela. 9-XI-2023. Raquel Lojendio, Gerardo Bullón, Ketevan Kemoklidze, Jorge Rodríguez-Norton, Javier Castañeda. Coro titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Juanjo Mena. Dirección escénica: Giancarlo del Monaco. Usandizaga: Las golondrinas.
Daniel Bianco abandona la dirección del Teatro de la Zarzuela con la misma producción con la que inauguró su programación en la temporada 2016/17: Las golondrinas, una ópera española sobre los celos ambientada en un circo ambulante. Así lo ha querido, y es que la calidad de la partitura, así como la puesta en escena de Giancarlo del Monaco bien merecen su reposición, convirtiendo estos días la producción en un atractivo acontecimiento de la cartelera madrileña.
Las golondrinas fue la revelación de un joven músico donostiarra, José María de Usandizaga (1887-1915), que acometió la ardua empresa de restaurar el drama lírico español. Su triunfo fue clamoroso y produjo sensación. Usandizaga había estrenado ya una ópera, Mendi-Mendiyan, en Bilbao, en 1910. El trágico año de 1914 reservaba, sin embargo, a la música lírica española tres gloriosas efemérides: Las golondrinas, con libreto del matrimonio Martínez Sierra, estrenada como zarzuela el 5 de febrero en el destartalado Circo de Price en pésimas condiciones acústicas. La obra anunciaba a un compositor que expresaba sus ideas en un lenguaje superior al de la zarzuela, con acento de universalidad. Muchas esperanzas se pusieron en aquel muchacho enfermizo que arrebató al público madrileño con su primer estreno y que salió a recibir los aplausos arrastrando su pierna inválida. Todas las esperanzas fueron frustradas porque la muerte segó aquel juvenil talento al siguiente año. En 1929 su hermano Ramón firmó la versión operística, realizando algunos arreglos en la partitura y en el texto y poniendo música a las partes habladas. En este formato se estrenó ese mismo año en el Teatro del Liceo de Barcelona, perdiendo así su concisión y coherencia de zarzuela. Las otras dos efemérides que señalamos serían Maruxa, de Vives y La vida breve de Manuel de Falla, ambas dadas a conocer en el Teatro de la Zarzuela.
En la vasta producción escénica de Gregorio Martínez Sierra y María de la O Lejárraga, es fácil agrupar sus obras por los motivos o las tendencias determinantes. Así, hay un grupo de no menor interés, el formado por sus obras musicalizadas –Las golondrinas, La tirana, con música de Vicent Lleó o La llama, obra que no pudo ultimar el propio Usandizaga– que alcanza una categoría de dignidad, lirismo, gracia expresiva y agilidad de acción. De las cuatro piezas contenidas bajo el epígrafe Teatro de ensueño (1905), de los mencionados libretistas, Saltimbanquis es la más larga, la más ambiciosa y quizá la menos innovadora o la más ambigua por los ingredientes pertenecientes al teatro comercial conocido y por el desenlace, que huele a dramón de honor: es esta la que se refundirá en 1914 y pasará al repertorio del teatro lírico y de la zarzuela con música del joven prodigio vasco. La trama convencional del amor no correspondido, de la pasión hasta el crimen, reaparece bajo el traje de Pierrot o de cómico de la legua: “los artistas de circo con su vida peregrina, inquieta, contrastan con la apacibilidad del existir y el ser burgués”. Toda la pieza es una parábola constante de la escena, una reflexión sobre la “representación”, el trabajo de actor y de la relación vida-teatro.
Esta producción, en su versión de ópera y en edición crítica de Ramón Lazkano, presenta una apasionada y sorprendente visión de la obra. Explica del Giancarlo del Monaco que la esencia de Las golondrinas responde a la mejor tradición teatral; el juego del teatro dentro del teatro. También declara que el montaje recrea el lenguaje visual del cine mudo, que se acentúa con la utilización de los grises en todo el acto primero (solo con la escena de la pantomima surgirá el color en el escenario). Al carácter verista del tercer acto el director de escena italiano añade una connotación expresionista. Precisa dirección actoral, apoyada por una loable escenografía de William Orlandi, un vestuario exquisito de Jesús Ruiz y la notable iluminación de Vinicio Cheli.
La partitura, admirada por Sorozábal, es una obra maestra y compleja de la lírica española; dramática y de fogonazos veristas, con una inusual riqueza instrumental sonora y un refinamiento que busca nuevos caminos para la renovación del género lírico. Hay en ella un hechizo sensual, colorista, brillante, palpitante. La dirección musical de Juanjo Mena, ágil y vibrante y la respuesta de la orquesta conjuga con el concepto escénico del regista: bien logrado clima del circo, enérgico dramatismo y exquisito el soñador lirismo del preludio instrumental del último acto, muy aplaudido. Bien es cierto que la música que sostiene los recitativos o declamados resulta en ocasiones forzada. Este drama lírico bien hilvanado que define psicológicamente los personajes recurriendo al leitmotiv contiene números de inusitada factura: la canción de Lina “Me dices que ya no me quieres”, la romanza de Puck “Caminar, caminar” (acto I) o su exaltado “racconto” (acto III), el aroma poético de “En viejas memorias pierdo…” (Acto II), y la magnífica “Pantomima” (acto II), cuyo coral fugado sobre un tema de responso decidió el éxito, en su estreno, hasta aquel momento indeciso de la obra.
El elenco vocal muestra consistencia y sus tres protagonistas asumen sus roles con entereza ante una partitura, como ya se ha dicho, llena de complejidades, con una escritura vocal exigente pasando de un estadio más ligero al más exaltado. En el papel de Lina, la soprano lírica Raquel Lojendio lució mayor densidad vocal y dramática que en su actuación en la pasada producción de 2016. Ajustada a su personaje positivo, madre-niña que mece su ensueño, tuvo alguna que otra irregularidad en la emisión. La mezzo georgiana Ketevan Kemoklidze encarnó a una Cecilia desencantada, sensual y creíble aunque algo falta de ductilidad vocal. En la atormentada figura de Puck, personaje introspectivo y melancólico, Gerardo Bullón mostró un atractivo timbre baritonal e hizo una notable recreación de ese personaje trágico de la obra transformado en pelele de sí mismo, incapaz de amar a quien lo ama. Jorge Rodríguez-Norton, como Juanito y Javier Castañeda, padre de Lina, completan el reparto con solvencia. Fondos del drama son los cantos de fiesta del pueblo en la noche de San Juan, un emotivo contraste a la sorda tragedia que late en el diálogo que precede la fuga de Cecilia en el primer acto y el final del acto segundo, intervenciones que acometió el coro titular del Teatro con brillantez. El entusiasmo del público se tradujo en grandes ovaciones.
Manuel García Franco
(fotos: Elena del Real)