MADRID / La Violondrina rescata del olvido la figura de Sebastián Raval
Madrid. Iglesia del Real Monasterio de la Encarnación. 18-II-2024. Festival Internacional de Arte Sacro de Madrid. La Violondrina: Victoria Cassano (mezzosoprano), Xurxo Varela (viola da gamba tenor), María Barajas (viola da gamba bajo), Sara Ruiz (viola da gamba bajo), Jorge López Escribano (órgano); María Saturno, violas da gamba soprano y tenor y dirección. Qual fenice: obras de Sebastían Raval, Carlo Gesualdo, Luca Marenzio, Trabaci, Achille Falcone y Emilio de Cavalieri.
Tras las tres primeras e intensas jornadas, y ahora sin televisión de por medio, continuó el FIAS con una propuesta más modesta pero no por ello menos interesante de la mano del grupo La Violondrina, que dirige la violagambista (y violonchelista) María Saturno. Más modesta porque Sebastián Raval, compositor alrededor del cual giraba el programa, no está a la altura de Charpentier, Haendel o Tomás Luis de Victoria, tres cimas de la historia de la música que protagonizaron los conciertos inaugurales. Pero hay algo muy loable y hermoso en recuperar a un autor de segundo orden como Raval. Una figura oscura, no por su calidad como músico o porque no haya sido objeto de estudio –la musicóloga Esperanza Rodríguez-García le ha dedicado mucho tiempo–, sino porque sabemos poco sobre él. Y es que Raval dejó pocas trazas de su paso por este mundo.
A través de los prefacios y dedicatorias de sus colecciones –hasta siete publicó en vida– el propio Raval nos da algunas noticias de su biografía. Nació en la región de Murcia –no sabemos la localidad– hacia 1550. Afirma ser de familia noble y se enroló en los tercios de Flandes, donde fue herido de gravedad. Raval pertenece por tanto a esa estirpe de músicos-soldados como Tobias Hume o Henrico Albicastro y como ellos debía de ser un tipo extravagante, fuera de la norma. Prueba de ello es que tomó votos e ingresó en la orden de los capuchinos que cambió después por la de Malta. En Italia estuvo en Roma entre 1592 y 1595 al servicio de la influyente familia Colonna y en Palermo terminó sus días como maestro de la Capilla Palatina de la ciudad siciliana.
Como ven, una vida a la que se pude aplicar cualquier calificativo menos el de anodina. Y sin embargo, Raval desaparecerá sin dejar rastro en España, quizás por haber desarrollado su actividad musical íntegramente en Italia, aunque esto no fue un inconveniente en otros casos parecidos (pensemos en el pintor José de Ribera que desarrolló su carrera en Nápoles). Allí será recordado pero como un compositor mediocre y arrogante, imagen transmitida por el padre del también compositor Achille Falcone, con quien Raval mantuvo un enconado combate musical que quedó truncado por la muerte del primero. De cara a la posteridad podemos calificar a Raval como un “perdedor” (me niego a utilizar el equivalente inglés) y por eso hay algo de justicia poética en reivindicar su figura.
María Saturno, auténtica impulsora de este proyecto, nos transmitió estas y otras informaciones a lo largo del concierto. El programa combinaba obras de Raval con las de otros compositores de la época, alternando piezas vocales e instrumentales. Las de Raval procedían de dos de sus colecciones: Il primo libro di canzonette a quattro voci, publicado en Venecia en 1593, e Il primo libro di ricercari de 1596. El hecho de poder comparar las composiciones de Raval con las de sus coetáneos nos permitió comprobar que Raval es un autor más que apreciable, que en muchos casos resiste la comparación con sus más insignes colegas.
Sus canzonette son obras agradables, con textos de temática amorosa que no pasarán a la historia de la lírica, pero que la cantante Victoria Cassano defendió de forma admirable. Más interesantes resultan los ricercari, los únicos compuestos por un compositor español de esa época y concebidos explícitamente para la formación de violas. Obras de notable calidad, entre ellas cabe destacar los ricercari in quattro fughe d’accordo, es decir, con cuatro sujetos distintos que se superponen hasta encontrarse al final.
Las interpretaciones, tanto de unas como de otros, demostraron la dedicación que ha prestado La Violondrina a un músico al que han aprendido a querer. María Saturno, a pesar de su contrastada calidad personificación de la modestia y la humildad, lideró con firmeza a su conjunto, arrastrando a sus músicos a interpretaciones vibrantes en las que el contrapunto quedó dibujado con claridad. Uno de los momentos más intensos tuvo lugar al final del concierto cuando el violista Xurxo Varela entonó el verso “Viderunt te aque Deus”, perteneciente al salmo LXXVI, y fue respondido al órgano de la iglesia –no el positivo que tocó durante el resto del concierto– por Jorge López Escribano en una composición del propio Raval para órgano que en el concierto se acompañó también por las violas.
Ante los continuados aplausos, el cierre del concierto no podía ser otro: “Qual Fenice morendo”, la canzonetta que servía de título al concierto y con la que se abrió el mismo. Sebastián Raval, gracias a la maravillosa voz de Victoria Cassano, los músicos de La Violondrina y el empeño de María Saturno resucitó en la iglesia del Real Monasterio de la Encarnación.
Imanol Temprano Lecuona