MADRID / La vigencia de Joaquín Rodrigo

Madrid. Fundación Juan March. 28-IV-2021. Ciclo Joaquín Rodrigo. Elena Copons, soprano. Roger Vignoles, piano. Obras de Falla, Rodrigo, Turina, Mompou y Dukas.
Más allá de discusiones sobre filosofías de progreso o el receso de las artes, Rodrigo tiene vigencia en los programas y los núcleos de estudio. Así lo acredita el ciclo que le ha dedicado la fundación Juan March para exponer parte de su extensa obra en relación con su entorno. En este caso, con la colaboración crítica de José Luis García del Busto y Fernando Turina se organizó un programa hispanofrancés, a propósito de las relaciones entre el compositor valenciano y la Francia musical. Su maestro Paul Dukas aparece con un Soneto de Ronsard, sutilmente evocador del Renacimiento galo, algo que en lo español hizo Rodrigo. A este se le consagró la mayor parte del menú: la cantiga y la serranilla, el Romance de la Infantina de Francia, las Coplas del pastor enamorado, Pastorcito santo, Cuatro madrigales amatorios, un par de romancillos y el poema al Duero de Antonio Machado. De propina se oyó Adela y, como tardío estreno y página de apertura, una pieza de juventud, Soliloquio, con versos del escritor colombiano Eduardo Carrasquilla Mallarino, fechada en 1922 pero con las maneras rodriganas ya fuertemente marcadas.
Rodrigo basa su cancionero en una suerte de recitado, a la manera francesa, con breves gestos melódicos de igual molde. Lo sintetiza con una sutil evocación modal que, unido a un cuidadoso trato con el piano, desagua en una suerte de impresionismo español, exquisitamente armonizado. Todo suena a claramente hispano sin perder la fecundante sabiduría ultrapirenaica.
El resto del concierto se nutrió de piezas igualmente ilustrativas de tal entretejido. Falla (Tres melodías) y Mompou (Cinco poemas de Paul Valéry) suscribieron como españoles de letra franca, en tanto Turina (Tres romances de Lope de Vega) propuso su ilustre Andalucía pasada por París.
Roger Vignoles resultó, por enésima vez, magistral por su exquisito toque, su elegante sensualismo y su dominio de los estilos, se trate de la evocación arcaizante, la meditación abstracta y literaria o el pugnaz casticismo meridional. Un sonido sensual y de cálida penumbra se unió a su maestría en el arte de acompañar a las voces. La solista contó con un bello timbre, sanamente utilizado, un fraseo cuidadoso y una dicción mejorable.
Blas Matamoro
(Foto: Dolores Iglesias)
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