MADRID / ‘La verbena de la Paloma’ regresa al Teatro de la Zarzuela en una brillante nueva producción
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 8-V-2024. Antonio Comas, Gerardo López, Borja Quiza, Milagros Martín, Carmen Romeu, Ana San Martín, Gurutze Beitia, Sara Salado, Rafa Castejón, José Luis Martínez, Alberto Frías, Nuria Pérez, Adrián Quiñones, Ricardo Reguera, Mitxel Santamarina, Ana Goya, Esther Ruiz, Andro Crespo, Albert Díaz, Cristina Arias, Mª Ángeles Fernández. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: José Miguel Pérez-Sierra. Dirección de escena y coreografía: Nuria Castejón. Tomás Bretón: La verbena de la Paloma.
Cerca de concluir la temporada lírica del Teatro de la Zarzuela llega la nueva producción de un título que, gracias a su partitura, puede considerarse todavía hoy como la más popular de todo el repertorio zarzuelero. Lo cierto es que su estreno, hace ciento treinta años, suscitó un gran interés entre el público habitual del llamado género chico o teatro por horas, en parte debido al prestigio de Tomás Bretón y a la curiosidad por ver el resultado de este regreso del compositor a un género que tenía ya casi abandonado.
El género chico fue una pieza teatral de un acto de asunto no histórico, con ambiente popular y carácter cómico, con enredo muy simple, localizado en una ciudad, generalmente Madrid, empleo de lenguaje coloquial y final feliz. Define perfectamente a la sociedad de la Restauración con una estética de cuño popular, usada como vehículo para la risa, la diversión y la sátira nacional y determina un tipo de vida que acontecía al mismo tiempo que la ruina de la propia nación.
La función de estreno de La verbena de la Paloma o El boticario y las chulapas o Celos mal reprimidos, tuvo lugar en el famoso Teatro Apolo madrileño, la noche del 17 de febrero de 1894, con un lleno completo. El éxito fue estrepitoso y arrollador. En Madrid no se hablaba más que de este sainete lírico, en un acto y tres cuadros, de Ricardo de la Vega y Tomás Bretón. Y lo que es mejor: al calor suyo se llenaban asimismo las demás secciones, pues los revendedores, dando prueba de su talento mercantil o de su “pesquís”, como se decía entonces, no vendían localidades para la última sección –la de La verbena– si el comprador no se llevaba otras tantas para la segunda y tercera secciones, se diese en ellas la obra que se diese.
Tiene La verbena de la Paloma una historia anterior a su estreno. Escribió Ricardo de la Vega un sainete, al cual había de poner música Ruperto Chapí. La colaboración de ambos hacía esperar una obra por varios conceptos notable. Sin embargo, el popular compositor tardaba en emprender su tarea. Todo eran pretextos, dilaciones. Unos decían que no le agradaba el libreto; otros, que había reñido con el libretista. Ciertas desavenencias con la empresa del Apolo determinaron, en realidad, la actitud rezagada y, por último, una negativa rotunda del maestro Chapí. Cuando sonó el nombre de Bretón como posible sustituto de Chapí, se elevaron en los corrillos teatrales voces de asombro y protesta. ¿Bretón? ¡Qué disparate! Aquello no era lo suyo. ¿Cómo había de adaptar su inspiración el compositor de altos vuelos, autor de grandes zarzuelas y piezas de concierto, al marco fútil de un sainete popular? Aquello era perder categoría y hasta exponerse a un fracaso. Mientras tanto, Bretón, aislado, inaccesible, estudiaba con ahínco, cada frase del sainete, cada personaje de los que en él intervienen, y en menos de quince días ponía término a su labor.
“¡Bah! -decían algunos-, Total, en ese sainete no pasa nada. Ricardo de la Vega se ha limitado a repetir lo que todos oímos en una verbena, en cualquier rincón de un barrio popular.” Los que tan ligeramente hablaban no advertían la diferencia que media entre el apunte inhábil y el retrato certero, genial. En La verbena de la Paloma pasan muchas cosas, y encierra algo más que el tesoro de su partitura; entre otras, que los personajes, de calidad hondamente humana, palpitan, viven. Todos ellos tienen fisonomía, alma y corazón; todos, tienen un nombre y podían tener un apellido. Es indudable que nos enfrentamos con un texto que, en líneas generales, es teatralmente ágil, con situaciones bien planteadas, conducidas y resueltas, y aunque en algunos detalles podamos encontrar, inevitablemente, puntos flojos, lo cierto es que como argumento de zarzuela cabe situarlo entre los más brillantes. De hecho, contribuyó de manera considerable al éxito de que gozó esta pieza lírica desde el primer instante.
Esta obrita es el resultado de una conjunción, rara vez superada, entre dos artistas. No es posible que un compositor subraye con más acierto las situaciones a él encomendadas, éstas se ven realzadas extraordinariamente por la música que les da color y profundidad. Bretón dotó este sainete de un elegante tejido orquestal como puede apreciarse ya en el preludio, en el que se hallan resumidos la mayor parte de los temas destacados de los números que seguirán en sus dos primeros cuadros de tratamiento musical extenso y variado, mientras que el tercero es puro diálogo. Viste la obra con suficientes elementos de música hispánica, o al menos tradicional en los ambientes madrileños: las seguidillas, la soleá, la habanera, la mazurca y el chotis, para disfrazar de manera adecuada el fuerte componente de italianismo que rezuma la partitura en muchos momentos en que no domina un ritmo específicamente local.
Ha vuelto al Teatro de la Zarzuela, después de diez años, La verbena de la Paloma en una brillante y espléndida nueva producción dirigida y coreografiada por Nuria Castejón y escenografía de Nicolás Boni, que contribuye a generar atmósfera y ambientación costumbrista, así como un adecuado vestuario de Gabriela Salaverri y la iluminación de Albert Faura, que ha contado con el añadido de un prólogo cómico-lírico, Adiós, Apolo, ingenioso y divertido libreto que cuenta con un excelente reparto, escrito por Álvaro Tato “como homenaje a los muchos artistas que hicieron de ese Teatro la catedral del género chico” , y en el que se escenifica lo que vivieron los intérpretes en su última función del domingo 30 de junio de 1929 con ilustraciones musicales de algunas obras que se representaron en su escenario. Luego quedó, en palabras de Pedro de Répide: “Ceniza. Escombro. Polvo. Nada… Todos sentiremos el horror de que a Madrid le han quitado algo de su entraña.”
Desde el punto de vista vocal y actoral sus intérpretes hacen un gran trabajo, asumiendo sin dificultad la caracterización de sus personajes. Las partes cantables de La verbena no tienen dificultad, pero sí matices. Borja Quiza, hace un Julián excesivo abusando de su caudal vocal, sin necesidad. Carmen Romeu y Ana San Martín asumieron a Susana y Casta con medido desparpajo, estupenda Milagros Martín en la encarnación de la Señá Rita junto a Rafa Castejón en el sentencioso tabernero. Burlesca y descarada Gurutze Beitia en la Señá Antonia. Antonio Comás lució un adecuado Don Hilarión como “pillín conquistador”. Muy bien Sara Salado como Cantadora en el Café de Melilla, así como el resto del colaborador reparto. Dirigió con solvencia José Miguel Pérez-Sierra como nuevo director musical del Teatro y gran amante del género. Todos hicieron posible una sobresaliente representación de esta obra maestra que bien pudiera alcanzar la categoría de emblemática. Fue una noche de estreno con lleno completo y satisfactoria aprobación del público asistente. Para el resto de las funciones el cartel de “No hay billetes”. No debemos olvidar que el Teatro de la Zarzuela dedica estas funciones al que fuera su director musical entre 1985 y 2011, Miguel Roa, tristemente fallecido en el año 2016.
Manuel García Franco
(fotos: Elena del Real)