MADRID / La Sinfonietta de la Escuela Reina Sofía recuerda (¡y celebra!) a Eötvös
Madrid. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Auditorio 400. 6-V-2024. Manuel Blanco, trompeta. Sara Zeneli, violín. Mathew McDonald, contrabajo. Sinfonietta de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Zsolt Nagy, director. Obras de Gerhard, Panisello, Berio y Eötvös.
Desgraciadamente reconvertida en un homenaje a la memoria del compositor Peter Eötvös (1944-2024), esta nueva comparecencia de la Sinfonietta de la Escuela Superior de Música Reina Sofía en la temporada del CNDM unía inteligentemente en el mismo programa a maestro (Eötvös) y alumno (Fabián Panisello), junto a otras piezas que ponían en valor a dos notabilísimos creadores del siglo XX cuya música es, comúnmente, pasto del olvido (Roberto Gerhard y Luciano Berio).
Del desaparecido compositor húngaro se escuchó el estreno en España de Aurora (2019), una obra que, por su orgánico (contrabajo y orquesta de cuerda con acordeón), hace pensar en una tímbrica característica de una autora como Sofia Gubaidulina, por lo demás, bastante poco coincidente con la estética más emancipada de lo trascendental de Eötvös. Sin embargo, convenía saber antes de adentrarse en ella que su redacción se produjo tras quedar cautivado el compositor por los efectos luminosos de una aurora boreal en un vuelo sobre Alaska. Ello confirió a la pieza un carácter si no paisajístico sí especialmente atento a los colores que sobresalen en una música tupida, muy característica de su última etapa (Alhambra) pero, a la vez, también concomitante con página anteriores en su catálogo (Triangel) por la disposición instrumental (dos contrabajos que forman un triángulo con el solista, también de contrabajo). Zsolt Nagy dirigió a una muy competente (y joven) formación a la que le faltó un punto más de afirmación, de seguridad a la hora de expresarse, y en la que destacó el solista de la Filarmónica de Berlín, Mathew McDonald, con un arco capaz de sustanciar en los armónicos todo el paisajismo que otro autor distante del que nos ocupa, John Luther Adams, habitúa a extender en sus obras más masivas.
El concierto para trompeta Written in blue, que conocía su estreno absoluto en esta cita, es una obra reconocible de su autor, Fabián Panisello, ya por su atención a una rítmica palpitante y enrevesada que se complejiza hasta casi el tramo final, ya por unos patrones que nos llegan a través de pulsaciones; la música no deja de avanzar mediante mutaciones; una audición atenta es suficiente para entender la guía implícita de la obra; estamos en el polo opuesto de tantas otras propuestas sonoras habitables, vivenciales; en ese sentido una partitura como esta presenta una factura clásica; el discurso va de un punto a otro y, por el camino, no dejan de pasar acontecimientos que explican y referencian el propio devenir de la música. Así lo comprendió también Manuel Blanco, el solista, que evolucionó desde un parlando muy cercano al jazz a una sección intermedia casi free; intercambiando la trompeta por el fiscorno y acudiendo a la sordina para mudar colores y atenuar timbres. Nagy, en la batuta, confió algo menos en las capacidades de los músicos y tiró por el camino de la contención para que no se desarmara el conjunto. Fue, a la postre, una apreciable primera toma de contacto con una partitura que ha de crecer más en futuras aproximaciones, también desde luego en estos mismos atriles si se les diera la oportunidad a los entregados intérpretes de seguir profundizando en ella.
La joven violinista Sara Zeneli se enfrentó a una obra muy lejana (en tiempo para ella) como el Corale su Sequenza VIII, para violín, dos trompas y orquesta de cuerda (1981). Especie de espejo fantasmagórico de la pieza solista a la que mira, en ella Luciano Berio (1925-2003) amplía las tensiones y arropa al solista con una densidad armónica no presente en las puramente virtuosas Secuencias. Resultó singular comprobar cómo en una obra de mayor afinidad con las vanguardias, todo el gran ensemble mostrara una sonoridad y capacidad de síntesis tímbrica más aprehendida. Y qué poco suena otro Berio que no sea el de las sempiternas Folk Songs en las programaciones musicales…
Ismael G. Cabral
(fotos: Rafa Martín)