MADRID / La Sinfonietta Cracovia mima al Penderecki que no daba miedo
Madrid. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Auditorio 400. 13-XI-202. Sinfonietta Cracovia. Katarzyna Tomala-Jedynak, directora. Obras de Penderecki.
Krzysztof Penderecki (1933-2020) fue un compositor que durante su vida creativa demostró sabérselas todas. Asumió su papel de vanguardista iracundo antes de abrazar una conversión estética que emperifolló de dialéctica trascendente (reivindicando un lenguaje musical universal, buscando el opus perfectum et absolutum) y en la que, sin perder un ápice de sagacidad, despachó partituras neoclásicas y neorrománticas convencido como estaba de que solo así podría engarzarse en la gran tradición centroeuropea. Y aunque nunca se desdijo de sus obras rupturistas siempre sintió incomodidad cuando se las ponía por delante de todo lo que hizo después.
Fuera de Polonia, donde merecidamente es reivindicado como una de las personalidades culturales más importantes del siglo XX, la música de Penderecki que más se sigue rescatando es, con sensatez, la de su primera época, desde luego el Treno a las víctimas de Hiroshima (1960), también su ópera de terror (¿existe tal subgénero?) Los demonios de Loudun (1969) y páginas de una virulencia desaforada como De Natura Sonoris 2 (1971) o Fonogrammi (1961) que, cuando se interpretan, despeinan a nuevos públicos sorprendidos por la violenta impetuosidad de estas músicas.
Coincidiendo con su 90 cumpleaños, que habría celebrado en este 2023, la Sinfonietta Cracovia, tan cercana al creador, ha traído a Madrid un retrato del compositor (quizás por sus orgánicos más asequibles, quizás por convicción propia) contemplado solo desde una única cara; la refractaria al modernismo. También aquí hay que reconocerle al autor de Anaklasis su inmenso oficio para, pongamos por caso, construir en poco más de los cinco minutos que dura la Chacona in memoriam Juan Pablo II (2005) un conciso réquiem a partir de una sencilla línea melódica que ornamenta con pulcritud. La Sinfonietta Cracovia, dirigida por Katarzyna Tomala-Jedynak, sonó en el Auditorio 400 como un grupo compacto y también como una orquesta de solistas, por ejemplo en esta página a través de la melodía que recupera el primer violín (Maciel Lulek) antes de volver a disolverse en el entramado del resto de cuerdas. El final, con unos armónicos agudos de reminiscencia organística y con un acorde espeso en extinción, dejó un extraordinario sabor de boca de este Penderecki conservador.
En las Tres piezas en estilo antiguo, del año 1963, las cuerdas bailaron como si se tratara de una de las sinfonías para cuerdas de Mendelssohn o también quizá de alguno de los temas espartanamente melódicos de Georges Delerue. Lo mismo en la Passacaglia de la Serenata (1996), en la que las reiteraciones motívicas, tan características del músico polaco, vigorizan el discurso, mucho menos interesante en el grave Larghetto, donde el clima se vuelve demasiado circunspecto. Aunque los arreglos que amplifican no suelen contar nada nuevo, lo cierto es que la Sinfonietta nº3 Leaves of an Unwriting Diary (2008-12) muestra un mayor dinamismo que el Cuarteto nº3 de la que proviene. La Sinfonietta Cracovia, que ha grabado la obra y la conoce al detalle, realizó una ejecución de absoluta nitidez expositiva y con una articulación, no especialmente brusca, pero sí acentuada en el recalco de los diferentes episodios que la transitan, con especial énfasis en el pegadizo ostinato que la encamina desde su inicio a la conclusión.
Ismael G. Cabral
(foto: Rafa Martín)