MADRID / La luz del Cuarteto Quiroga ilumina a Haydn y Mozart
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de Cámara). 10-XI-2021. Ciclo Liceo de Cámara XXI del CNDM. Cuarteto Quiroga (Aitor Hevia y Cibrán Sierra, violines; Josep Puchades, viola; Helena Poggio, violonchelo). Cuartetos de cuerda de Haydn y Mozart.
Hágase la luz… y la luz se hizo. Und es ward licht! es el título del último álbum discográfico del Cuarteto Quiroga, que contiene cuartetos de Haydn y Mozart, tres de los cuales —dos del primero y uno del segundo— sonaron ayer en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional. Esa “luz” tiene aquí varias connotaciones, todas ellas igual de válidas. Los tres cuartetos del programa son en Do mayor, tonalidad con la que Haydn festeja en su oratorio La Creación el primer día de la obra del Señor, tal y como la narra el Génesis. Pero estos cuartetos forman, asimismo, parte de otra génesis, cual es la del propio cuarteto de cuerda como género, en los años finales del siglo XVIII. Además, la luz es la principal característica de ese siglo XVIII; la luz entendida como Ilustración, de ahí que a esa centuria se la conozca también como el Siglo de las Luces.
En realidad, el programa es un reconocimiento a la importancia que tuvieron Haydn y Mozart en la consolidación definitiva del cuarteto de cuerda, a la influencia que el primero ejerció sobre el segundo y a la amistad sincera que unió a estos dos compositores. Con buen criterio, el Cuarteto Quiroga optó por seguir un orden cronológico: Cuarteto de cuerda en Do mayor op. 33 nº 3, “El pájaro”, de Haydn (1781, precisamente el año en que se conocen los dos músicos austriacos), Cuarteto de cuerda nº 19 en Do Mayor K 465, “De las disonancias”, de Mozart (1785, cuyo indisimulable modelo son los seis cuartetos del Op. 33 de Haydn) y Cuarteto de cuerda en Do mayor op. 74 nº 1 (1793, que fue el primer cuarteto que Haydn escribió en Londres, ciudad a la que había llegado dos años antes).
Se me ocurren pocos sitios mejores a la hora de abordar este tipo de música que la Sala de Cámara del Auditorio Nacional. Su acústica es insuperable. Y los Quiroga, sabedores de ello, se sintieron desde el primer momento como peces en el agua. A veces, los miembros de un cuarteto pasan juntos, entre ensayos, viajes y conciertos, más tiempo que con su propia familia. Pero no nos engañemos: las horas de trabajo no lo son todo. Un cuarteto puede hacer música cada día durante doce horas, pero si al final no aflora eso que se conoce como “talento”, no hay nada que rascar. Lo que singulariza al Cuarteto Quiroga no es su disciplina, que también, sino su talento. El talento de sus miembros es lo que le ha llevado a ser uno de los mejores cuartetos del mundo y lo que le permite afrontar con solvencia cualquier tipo de repertorio, desde el Clasicismo (Haydn y Mozart, por supuesto, pero también Boccherini, Brunetti o Canales) hasta la música contemporánea (Schoenberg, Halffter o Sollima).
Hay quien asiste a un auditorio con la morbosa perspectiva de pillar al intérprete en un renuncio. Mal lo llevan quienes pretendan cazar un gazapo en un concierto del Quiroga. Su perfección abruma. Y sí, lo reconozco, a veces deseas que se equivoquen, tan solo para comprobar que son humanos. ¿Lo son realmente? Tengo serias dudas. No hay nunca en ellos una desafinación, ni una falta de empaste, ni una simple nota falsa… ¡Pero si hasta saben imitar el sonido de los pájaros! Y no es broma: en el Adagio ma non troppo del Cuarteto “El pájaro”, mientras los violines de Aitor Hevia y Cibrán Sierra dialogaban entre sí, se oyó en la sala un prolongado gorjeo. No resultó fácil identificar de dónde procedía: era la violonchelista Helena Poggio silbando de manera acompasada. Fue el detalle anecdótico de uno de esos conciertos que se suelen tildar de “sublimes”. La diferencia con esos otros conciertos supuestamente “sublimes” es que este sí lo fue.
(Foto: Elvira Megías – CNDM)
Eduardo Torrico