MADRID / ‘La liberazione di Ruggiero’: un estreno con cosas buenas y menos buenas
Madrid. Teatros del Canal. 04-VI-2024. Vivica Genaux (Melissa), mezzosoprano; Lidia Vinyes-Curtis (Alcina), soprano; Jone Martínez (Sirena / Mensajera / Dama triste), soprano; Alberto Robert (Ruggiero), tenor; Francisco Fernández-Rueda (Nettuno / Astolfo /Pastor enamorado), tenor; Johann Sebastian Salvatori (Mostri), bajo de coro; Carmen Larios e Ivana Ledesma (Damas), sopranos de coro. Forma Antiqva. Dirección musical: Aarón Zapico. Dirección escénica: Blanca Li. Francesca Caccini: La liberazione di Ruggiero dall’isola d’Alcina.
La ópera de Francesca Caccini (1587-1640), La liberazione di Ruggiero dall’isola d’Alcina es una commedia in musica dividida en un prólogo y cuatro escenas que se estrenó en la Villa Poggio Imperiale de Florencia el 3 de febrero de 1625. La representación que pudimos ver anoche en la Sala Roja de los Teatros del Canal llevaba añadidos números instrumentales de otros compositores coetáneos de Caccini: Emilio de’ Cavalieri (ca.1550-1602), Andrea Falconieri (1585-1656), Claudio Monteverdi (1567-1643) y Jacopo Peri (1561-1633). Por cierto, a este último se le atribuye la composición de la primera ópera de la historia, La Dafne, hacia el año 1597, de la que solo se conservan fragmentos. La liberazione di Ruggiero dall’isola d’Alcina se estrenó anoche en España, en una coproducción del Teatro Real y Teatros del Canal con dirección artística de Blanca Li y dirección musical de Aarón Zapico. Una representación que tuvo cosas muy buenas y otras menos buenas.
Por lo que toca a la parte vocal, destacaron la soprano Jone Martínez en los papeles de Sirena, Mensajera y Dama triste, y el tenor mexicano Alberto Robert en el papel de Ruggiero. La voz de Jone Martínez corrió por la sala a sus anchas, con un timbre de gran belleza y excelente articulación; la voz de Alberto Robert, con un vibrato bonito y muy adecuado para este repertorio, estuvo sobresaliente. Por lo que respecta a la parte instrumental, Forma Antiqva tuvo momentos de hermosa factura, principalmente, con las flautas de pico de Tamar Lalo y Eva Jornet y con algunos fragmentos solistas de la tiorba de Daniel Zapico. En cuanto a la escena, los juegos de luz en la penumbra fueron fantásticos, así que una nota sobresaliente va para el técnico de iluminación Pascal Laajili.
La escenografía y coreografía planteadas por Blanca Li tuvieron también momentos de grandísima belleza cuando unos corazones volaban de Alcina (Lidia Vinyes-Curtis) a Ruggiero (Alberto Robert) durante el dúo de amor, o el juego de manos blancas que arropaba a varios de los cantantes o la escena con pompas de jabón, al igual que el humo que simulaba salir de la boca de los cantantes en la escena de los árboles —cantar con el humo tan cerca de la boca y la nariz tiene mucho mérito técnico— o el bellísimo juego de telas, cuyas arrugas iban cambiando según las escenas y que cubrían el escenario simulando olas de mar, tormentas y otros bellos efectos logrados con una exquisita iluminación al ritmo de la música. Eso sin olvidar el cuerpo de baile conformado por tres bailarines y tres bailarinas que pasaban la mayor parte del tiempo en la oscuridad o en la tramoya, pero que eran quienes conseguían esos hermosos efectos ópticos que se proyectaban sobre las telas y cortinas de humo. Todo lo mencionado hasta ahora fue verdaderamente sobresaliente.
Por otro lado, quien escribe echó en falta un discurso narrativo —entiéndase escénico y coreográfico— más coherente con la historia que narra la ópera de Francesca Caccini. Alguien que viera y escuchase esta ópera sin sobretítulos o sin comprender el texto italiano, no acertaría a saber quiénes son los personajes ni en qué época vivieron. Dicho de otro modo, fue una representación descontextualizada de la música y, obviamente, de la época en que esta se escribió. ¿Estéticamente bella? Sí. Sin embargo, la carga escénica relegó a un segundo plano la música, de la que también cabe decir que resultó un tanto plana en líneas generales, es decir, que se podían haber hecho muchos más matices orquestales por muy barroca y mínima que fuera la formación instrumental. Eso hizo que, al cabo de una hora, esta música resultase un tanto tediosa. La mezzosoprano Vivica Genaux (Melissa), cabeza del elenco vocal, estuvo muy bien en los contados pasajes con plena voz de pecho, potente y bien proyectada, pero se notaron las dificultades en los pasos de registro a más agudo, quedándosele la voz un poco más pequeña, atrás en la garganta, y disminuyendo su proyección. La soprano Lidia Vinyes-Curtis (Alcina) estuvo muy bien en líneas generales, quizás haciendo más hincapié en la parte cómica del personaje, lo cual no sea del todo acertado. El tenor Francisco Fernández-Rueda (Nettuno) cantó con un excesivo vibrato, poco elegante, más propio de la copla que del canto barroco.
Fue una representación con momentos muy bellos estéticamente, con preponderancia de lo escénico sobre lo musical; una música que a la larga resulta plana —bien por la escritura de Francesca Caccini, bien por la falta de matices de los instrumentistas, que cada cual decida—, con unas destacadas interpretaciones vocales de Jone Martínez y Alberto Robert, una iluminación sobresaliente, un excelente trabajo en equipo y un muy destacable, aunque discreto, cuerpo de baile. Al final el público respondió con un muy caluroso aplauso y se puso en pie, siendo la soprano vasca y el tenor mexicano quienes levantaron aplausos más encendidos.
Michael Thallium
(fotos: Pablo Lorente)