MADRID / La JONDE se luce con Heras-Casado
Madrid. Auditorio Nacional. 15-I-2023. JONDE. Director: Pablo Heras-Casado. Obras de Javier Quislant, Chiakovski y Shostakovich.
Antes de todo, me permitiré una fantasía. Pienso en Charles Ives, concretamente el Ives que compuso la Cuarta Sinfonía o páginas como Central Park in the dark. Unda Maris, de Javier Quislant, lo hubiera gustado a ese Ives, creo yo, y no porque se parezca a piezas como las invocadas, sino porque responden a una lógica distinta con una gramática y un nivel de conciencia muy diferentes. Quislant se permite una orquesta muy amplia con multitud de timbres, hace trabajar mucho a la percusión, afinada o no. No estamos ante un crescendo, aunque pueda parecerlo. Hay, sí, un crecimiento. Que no viene del silencio, sino de células o pequeñas “exclamaciones” de una fauna instrumental con colores diversos, y ellos forman poco a poco el discurso que crece por acumulación de efectivos y de dinámicas, aunque no solo. Hay una cúspide, y hay un regreso al balbuceo, a las células, que ya no son las iniciales. Hemos hecho un viaje por los timbres, y el forte, o el fortissimo, ha sido motivado, no es repentino (es decir, no cae en el tópico de tantas obras desde la segunda mitad del siglo XX hacia acá), y se disuelve por su propia lógica. Una obra bella, de espléndida caligrafía, si se me permite este símil.
El concierto de la JONDE con Pablo Heras-Casado no puede enfocarse como otros. Estamos ante un Romeo y Julieta de Chaikovski y una Décima de Shostakovich espléndidamente tocadas por unos músicos que en esta relación con el maestro han experimentado, sin duda, un buen empujón en su aprendizaje. Son músicos hechos, probablemente, pero a partir de su relación con Heras-Casado probablemente cada “hechura” es mejor que antes de entrar en el experimento, en la experiencia. De lo que no tenemos derecho a hablar aquí es de versión, de versiones. No es éste un concierto para darnos una visión especial del drama de loa amantes de Verona traspuesto en música; se ha hecho mucho, hemos oído algunos en vivo y bastantes en registro. No es tampoco un concierto para renovar esa sinfonía que contiene terror y temblor, si bien muy distintos a los Abraham y Kierkegaard. La realización de cada una de estas difíciles piezas, con especial peligro acaso en la obra de Shostakóvich, es por sí misma un trabajo de exactitudes y perfeccionamientos de familias y conjunción de familias. Ése es el excelente resultado de la nueva experiencia de la JONDE, ahora con Pablo Heras Casado: la limpieza del sonido, el acuerdo y empaste de labores individuales y de planos, la entrega no espontánea sino inteligente y competente de un gran grupo de jóvenes virtuosos (lo son, creo que lo son) ante un maestro que puede ser el creador de un conjunto. Por mucho que la JONDE, por su propia naturaleza, sea un conjunto cambiante. No oirás nunca a la misma JONDE. El concierto concluyó con aires festivos: un bello Vals de las flores (Chaikovski: Cascanueces, divertimento) creo que con alguna inexactitud, disculpen si me equivoco; y el baile de La boda de Luis Alonso, de Gerónimo Giménez, una página que tiene el entusiasmo asegurado del público con la única condición de tocarla así de bien.
Se cumplieron cuarenta años de la fundación de la JONDE. Muchos dicen que es el mayor logro de la administración cultural española hasta el momento. El Ministerio de Cultura, que ha permitido el deterioro del teatro público, se anota un gran tanto con la continuidad de esta institución creadora, posibilitadora de artistas. El experimento, con sus cuatro décadas, atrae, para pedagogía y conciertos concretos, a nombres como el de Pablo Heras-Casado. Bravo.
Santiago Martín Bermúdez